La Iglesia católica formó la sagrada Biblia con los escritos que se fueron sumando a los largo de muchos siglos, como es el caso del Antiguo Testamento, que proviene desde Moisés, a quien se le atribuye el Pentateuco -los cinco primeros libros de las Escritura-.
La historia del pueblo de Israel enseña como se fueron agregando escritos hasta llegar a la Torá. Esos rollos son los que leía Jesús en las sinagogas, como leemos en el pasaje donde el Señor toma el libro del profeta Isaías (Lc 4, 17).
Después se formó el Nuevo Testamento con los escritos de los Apóstoles y sus discípulos, siendo el centro los Evangelios. La Iglesia en varios concilios y con la iluminación del Espíritu Santo, designó los que habían sido inspirados por Dios, determinando el canon de la sagrada Biblia.
La autoridad de la Iglesia
El Catecismo de la Iglesia católica nos recuerda:
La Tradición apostólica hizo discernir a la Iglesia qué escritos constituyen la lista de los Libros Santos. Esta lista integral es llamada «canon» de las Escrituras. Comprende para el Antiguo Testamento 46 escritos, y 27 para el Nuevo.
Los grandes estudiosos confirman la autoridad de la Iglesia para determinar el origen divino de los Libros Sagrados, como escribió san Agustín:
“No creería en el Evangelio, si no me moviera a ello la autoridad de la Iglesia católica” (CEC, 119).
Católicos "desbibliados"
Entendemos que la sagrada Biblia contiene la Palabra viva de Dios y que la escuchamos cuando vamos a Misa durante la liturgia de la Palabra, que nutre nuestra alma, que nos ayuda a encontrar el camino si estamos perdidos y que su contenido es de una inagotable riqueza que nos ayuda a crecer en la fe y en el amor a Dios.
Entonces, ¿por qué no la leemos a diario? Nos hemos convertido en católicos "desbibliados" porque muchas veces ni siquiera tenemos una Biblia en nuestra casa.
Y si la tenemos, no basta con presentarla abierta en un bonito altar, sin maltratarse porque nadie la mueve de su lugar. Es parte de nuestra herencia divina, ¡usémosla!
Conozcamos a Cristo
Y sigamos la indicación del Catecismo:
La Iglesia "recomienda de modo especial e insistentemente a todos los fieles [...] la lectura asidua de las divinas Escrituras para que adquieran 'la ciencia suprema de Jesucristo' (Flp 3,8), 'pues desconocer la Escritura es desconocer a Cristo'" (CEC 133).