Se cumplen 20 años justos desde el estreno mundial de La Pasión de Cristo, la película dirigida por Mel Gibson en 2004 que rompió varios récords y se convirtió en un fenómeno. Algo insólito tratándose de un filme católico rodado en arameo, latín y hebreo, con algunas de las escenas más violentas del cine contemporáneo y un reparto despojado de estrellas, pues en aquel entonces su protagonista, Jim Caviezel, apenas era conocido por un puñado de cinéfilos, pero no por el gran público; además, el papel de Monica Belucci era casi testimonial.
Con motivo del reestreno en algunos cines de Estados Unidos, en lo que se ha denominado The Passion of the Christ - 20th Anniversary, la revisamos en este texto, no para informar a quienes la vieron en su día en pantalla grande, o posteriormente en sus casas, sino para esas generaciones jóvenes que quizá no la conocen.
La primera advertencia atañe a la crudeza de sus escenas, a lo sangriento de muchos de sus planos y a la crueldad que exhibe la mayoría de los personajes implicados en la historia. El espectador que no la haya visto tiene que saber que asistirá a un nivel de sadismo espeluznante, sobre todo en la larga secuencia de la flagelación de Jesús de Nazaret, tan realista y bien rodada que el estómago se revuelve.
Es una película que he visto varias veces y siempre me deja malestar estomacal y una sensación de desasosiego y de abatimiento que no solo es fruto de la carnicería de sus escenas, sino de lo bien reflejado que está el nivel de brutalidad al que pueden llegar los hombres. Hay una cita de José Saramago muy oportuna para este caso: "Lo horrible es que los humanos hemos inventado la crueldad".
La Pasión de Cristo, dirigida por Mel Gibson, después de rodar una película correcta y discreta (El hombre sin rostro) y otra espectacular y exitosa (Braveheart), relata las últimas 12 horas de la vida de Jesús, desde la oración de los olivos y el prendimiento hasta su muerte en la cruz. Luego hay un epílogo brevísimo en el que vemos su resurrección y, entre medias, a lo largo del metraje, Gibson y su guionista, Benedict Fitzgerald, introducen algunos momentos del pasado para completar el retrato del Hijo de Dios y humanizarlo aún más. El filme no tiene otro argumento que ése. Su acierto es el nivel de detalle y de realismo que utiliza para contagiarnos del tormento que sufre un Hombre.
Planos como cuadros y esculturas
Además de la sobria dirección de Gibson, que a menudo nos sorprende con las decisiones que toma tras las cámaras y los planos que nos enseña, el filme contó con un equipo formidable. La música de John Debney es uno de los secretos de las emociones que contagia la película, además de la fotografía siniestra de Caleb Deschanel y de los responsables del maquillaje: fue, por cierto, nominada a los Oscar en esas tres categorías.
Jim Caviezel, por su parte, hizo el mejor trabajo de su carrera: un Jesús de rostro sereno, afable, torturado, que inspira empatía y por quien en seguida sentimos respeto y admiración. Hay que mencionar también a la actriz rumana Maia Morgenstern, inolvidable en su recreación de María.
Otra de las virtudes de la película, que restauró la fe de numerosos espectadores, atañe a la similitud de muchos de sus planos con cuadros célebres, retablos e incluso figuras escultóricas como las que vemos en las procesiones de Semana Santa. La composición de cada escena es notable y posee una plasticidad que supera a todas las películas sobre Jesús (quizá con la salvedad de La última tentación de Cristo, donde Martin Scorsese también creó secuencias magistrales).
La habilidad de Mel Gibson se nota también en el montaje: una de sus destrezas consiste en alternar las últimas caídas durante el camino al Gólgota con unas cuantas escenas de La Última Cena y de la infancia de Jesús, cuando era un niño desvalido al que su madre recogía del suelo. Este montaje va afectando al espectador y lo asfixia cuando comprueba cómo el Nazareno se cae una y otra vez entre el polvo y la sangre y una y otra vez se levanta y toma la cruz, en ocasiones con la ayuda de Simón de Cirene.
Sorprendentemente, la película no está disponible en ninguna plataforma de streaming, quizá a causa del reestreno en unos pocos cines. Hay, por cierto, alguna edición en blu-ray con doblajes al español y al inglés: para mí, un error mayúsculo. Pero en definitiva, es un filme brutal, polémico y realista que no deja a nadie indiferente.
Como broche, me gustaría traer aquí unas palabras del prestigioso crítico Roger Ebert, ya fallecido, para Chicago Sun-Times:
"Lo que Gibson me ha enseñado, por primera vez en mi vida, es una idea visceral de en qué consiste la pasión. (...) No es un sermón o una homilía, sino una visualización de un evento central de la religión cristiana. Tómalo o déjalo. (...) He sido conmovido por la profundidad de los sentimientos, por la habilidad de los actores y de los técnicos" [cita y traducción recogidas de la web FilmAffinity].