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Madres de santos que también fueron santas

ANNE
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Sandra Ferrer - publicado el 26/05/23
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Madre no hay más que una. Y para todos y cada uno de nosotros es la mejor persona del mundo. A veces, las virtudes de estas mujeres, traspasan los límites y se convierten en modelos a seguir, no solo por sus propios hijos.

Hijos que fueron elevados a los altares y que tuvieron en ellas figuras imperturbables de fe. El día de la madre es un momento para honrar a todas las mujeres del mundo que hacen una labor incalculable en el seno de sus hogares. Mujeres que son ejemplo de vida. Como las que hicieron de sus hijos e hijas personas santas. Como ellas.

Santa Ana: Madre de la Virgen

Junto con San Joaquín, los abuelos de la Virgen María, Ana es un modelo de santidad, de mujer piadosa que deseó ser madre y lo consiguió siendo ya una mujer adulta. Según cuenta la tradición, Santa Ana era originaria de Belén y estaba casada con un hombre de Nazaret.

Ambos eran descendientes de David y deseaban ser padres. Pasaban los años y el ansiado hijo no llegaba. Ana rezó sinceramente a Dios ofreciendo su vástago a Él. Sus oraciones fueron escuchadas y Ana dio a luz a una niña a la que llamó María, Míriam según las fuentes.

El culto a Santa Ana se extendió por toda Europa durante la Edad Media y a lo largo de la Edad Moderna fue calando también en las culturas americanas. Su figura ha sido fuente de inspiración para la fundación de iglesias y la creación de inmortales obras de arte, frescos, retablos, estatuas o pequeñas iluminaciones en Libros de Horas en los que aparece con su hija y su nieto estableciendo una saga que afianza la Sagrada Familia.

Desde el siglo II, la Iglesia celebra San Joaquín y Santa Ana el 26 de julio, día dedicado también a todos los abuelos.

Santa Isabel: Madre de San Juan Bautista

Es en el Evangelio de Lucas donde tenemos el relato de la vida de Santa Isabel y de cómo, a pesar de ser ya una anciana, concibió al que sería San Juan el Bautista.

"Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarías, de la clase de Abías; su mujer era de las hijas de Aarón, y se llamaba Isabel. Ambos eran justos delante de Dios, y andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor. Pero no tenían hijos, porque Isabel era estéril, y ambos eran ya de edad avanzada. Aconteció que ejerciendo Zacarías el sacerdocio delante de Dios según el orden de su clase, conforme a la costumbre del sacerdocio, le tocó en suerte ofrecer el incienso, entrando en el santuario del Señor. Y toda la multitud del pueblo estaba fuera orando a la hora del incienso. Y se le apareció un ángel del Señor puesto en pie a la derecha del altar del incienso. Y se turbó Zacarías al verle, y le sobrecogió temor. Pero el ángel le dijo: Zacarías, no temas; porque tu oración ha sido oída, y tu mujer Isabel dará a luz un hijo, y le llamarás Juan. Y tendrás gozo y alegría, y muchos se regocijarán de su nacimiento; porque será grande delante de Dios. […] Dijo Zacarías al ángel: ¿En qué conoceré esto? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada".

El Ángel Gabriel informó a María que su prima esperaba un hijo. Así nos lo cuenta Lucas: "En aquellos días, levantándose María, fue de prisa a la montaña, a una ciudad de Judá; y entró en casa de Zacarías, y saludó a Isabel. Y aconteció que cuando oyó Isabel la salutación de María, la criatura saltó en su vientre; e Isabel fue llena del Espíritu Santo, y exclamó a gran voz, y dijo: Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre. ¿Por qué se me concede esto a mí, que la madre de mi Señor venga a mí? Porque tan pronto como llegó la voz de tu salutación a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre".

La Iglesia Católica venera como santa a Isabel, cuya celebración es el 5 de noviembre. La Iglesia Anglicana y la Ortodoxa celebran su día el 5 de septiembre.

Santa Elena (270-329): Madre de San Constantino el Grande

De origen humilde, Santa Elena se convirtió en Augusta y en madre del emperador Constantino I el Grande, el hombre que, tras el Edicto de Milán, decretó la tolerancia religiosa. Elena vivió toda su vida como pagana, y fue su propio hijo quien influenció en ella para abrazar, en edad ya madura, el cristianismo.

Su conversión tardía fue compensada con la intensidad con la que vivió sus últimos años su nueva fe. Su presencia en las iglesias se hizo habitual; allí acudía vestida de manera sencilla y dedicó parte de su vida a hacer obras de beneficencia. Elena impulsó también la construcción de templos en distintos lugares, entre ellos, la ciudad de Jerusalén, donde acudió en busca de las reliquias de Jesús. El descubrimiento de la Vera Cruz convirtió a Santa Elena en la patrona de los arqueólogos. Su fiesta se celebra el 18 de agosto. La Iglesia Ortodoxa venera a su hijo como santo.

Santa Emilia de Cesarea (Siglo IV): Madre de cuatro santos

Mujer cuya biografía se esconde en la oscuridad de los siglos, Santa Emilia tuvo nueve hijos, diez según las fuentes, de los cuales cuatro, como ella, fueron elevados a los altares. Santa Macrina la Joven, San Basilio el Grande, San Pedro de Sebaste, San Gregorio de Nisa.

Casada con un abogado, Basilio el Mayor, la pareja transmitió a sus hijos la fe cristiana. Cuando Emilia quedó viuda, fue su hija Macrina quien la ayudó a criar a sus otros hijos. Años después, ambas mujeres fundaron una comunidad monástica a la que se unieron otras mujeres y donde vivió Emilia hasta su muerte en el año 375.

La tradición considera a Santa Emilia, después de la Virgen, ejemplo máximo de maternidad.

Santa Mónica (332-387): Madre de San Agustín

Posiblemente el ejemplo de esposa y madre abnegada por antonomasia, Santa Mónica de Hipona no dejó de luchar hasta que su hijo, un joven descarriado, terminó convirtiéndose en un hombre sensato y en un futuro santo.

Nacida en la localidad argelina de Tagaste, Mónica era una mujer cristiana que se casó con un pagano mayor que ella llamado Patricio. Mientras Mónica intentaba llevar una vida piadosa y sencilla, ayudando en obras de beneficencia, tenía que soportar la violencia y el adulterio de su marido. Solamente al final de su vida, con su infinita paciencia, consiguió que Patricio se convirtiera. Cuando quedó viuda, Mónica tomó la decisión de no volver a casarse. Por aquel entonces, tenía otra preocupación en uno de sus hijos. Agustín llevaba años viviendo díscolamente, algo que su madre se negó a aceptar.

Tuvieron que pasar más de diez años hasta que Mónica consiguió, con la ayuda de hombres de Iglesia como el obispo Ambrosio de Milán, que su hijo se convirtiera al cristianismo. Ambrosio consoló a la madre con palabras como esta: "Dios no puede permitir que se pierda un hijo de tantas lágrimas".

En sus Confesiones, San Agustín de Hipona dedicó hermosas palabras a su madre: “Por el cuidado y solicitud de mi madre, que tenía puesta en Vos su confianza, desde que nací era yo santiguado en vuestra Iglesia con la señal de la cruz, y había sido participante de su misteriosa sal”. Su festividad se celebra el 27 de agosto.

Santa Nona de Nacianzo (Siglo IV): Esposa de San Gregorio el Viejo y madre de los santos Gregorio, Cesáreo y Gorgona

Nona de Nacianzo forma parte de una familia excepcional pues esposa, marido e hijos, todos fueron elevados a los altares. Poco se sabe de la historia de esta mujer nacida en Capadocia hacia el siglo IV y casada con Gregorio, un pagano que se convirtió al cristianismo gracias al ejemplo de su propia esposa. La pareja tuvo tres hijos, san Gregorio de Nazancio, doctor de la Iglesia, San Cesáreo y Santa Gorgona.

Santa Celina de Laon (Siglo V): Madre de San Remigio y San Principio

A finales del siglo V, el reino de los Francos vivía un momento clave en sus historia con la conversión al cristianismo de su rey, Clodoveo I. Esta conversión fue obra de su esposa, la reina Clotilde y del entonces obispo de Reims, un hombre que terminaría siendo santo.

San Remigio nació alrededor del año 435 y su llegada al mundo estuvo envuelta de hechos milagrosos. Según cuenta la tradición, Celina era una mujer noble que ya había tenido con su marido Emilio varios hijos, entre ellos Principio, que llegaría a ser obispo de Soissons y también santificado. Era una mujer ya mayor cuando un eremita ciego llamado Montano anunció a Celina que tendría otro hijo y que este sanaría su ceguera.

Celina no creyó al monje, pero poco después quedaba embarazada y daba a luz a un niño al que bautizó con el nombre de Remigio. El pequeño cogió con sus manitas unas gotas de la leche de su madre y tras pasarlas por los ojos de Montano, este recuperó la vista.

La diócesis de Reims celebra su festividad el 22 de octubre.

Santa Silvia (Siglo VI): Madre de san Gregorio Magno

De Santa Silvia se conocen muy pocos datos. Debió nacer alrededor del año 515 en Roma o Sicilia, según las fuentes. Casada con Gordiano, formaron una familia romana patricia con su hijo Gregorio y otro niño del que se desconoce su nombre.

Silvia fue la primera maestra de sus hijos, dándoles una buena educación y transmitiéndoles los valores del cristianismo. Cuando Silvia quedó viuda, se retiró a vivir a una pequeña celda en la que dedicó el resto de sus días a la oración y a las prácticas piadosas.

Según la tradición, cuando el Papa Pelagio II falleció en el año 590, fue Silvia la que profetizó a su hijo que sería él el próximo sucesor de Pedro. Fallecida en 592 fue otro pontífice, Clemente VIII, quien en el siglo XVII la incluyó en el martirologio romano fijando la fecha de su festividad en el 3 de noviembre.

Beata Juana de Aza (1140-1205): Madre de Santo Domingo de Guzmán

Juana Garcés era hija de Don García Garcés, señor de Aza y mayordomo mayor de Alfonso IX. Su madre, Doña Sancha Bermúdez de Trastámara, estaba relacionada también con la familia real.

La joven Juana tenía veinte años cuando se casó con Don Félix Ruiz de Guzmán, señor de la villa de Caleruega, donde vivieron y llegaron al mundo sus tres hijos. Juana inculcó a sus hijos su fe cristiana y los tres tomaron el camino del sacerdocio.

Estando embarazada de Domingo, Juana soñó que llevaba en su vientre un cachorro que llevaba una antorcha en su boca. Consternada por la visión, acudió a rezar a Santo Domingo de Silos donde le prometió al santo que pondría su nombre al pequeño si le protegía.

Juana de Aza fue beatificada el 1 de octubre de 1828.

Beata Ortolana de Asís (Siglos XII-XIII): Madre de Santa Inés y Santa Clara de Asís

Santa Clara de Asís es una de las santas más importantes de la época medieval. Hija de familia noble, lo dejó todo para vivir entregada a Dios. Un proyecto de vida que culminaría con la nueva orden de las Clarisas a la que las mujeres de su propia familia se unieron sin dudarlo. Entre ellas su madre y sus hermanas, igualmente santificadas.

Ortolana fue una mujer noble, casada con Favarone, conde de Sasso-Rosso con el que tuvo tres hijas y, supuestamente, dos hijos. Ortolana fue una mujer profundamente devota que realizó varios viajes de peregrinación, incluyendo uno a Tierra Santa. Parece ser que, embarazada de Clara, tuvo una visión que le anunció: “Alumbrarás una luz que iluminará mucho al mundo”.

Cuando Clara creció y renunció a un rico matrimonio por seguir el camino de San Francisco, su propia madre se unió a las hermanas de San Damián, una pequeña comunidad fundada en Asís por su propia hija. Además de Clara, Orotolana tuvo dos hijas más que serían elevadas a los altares, Santa Inés de Asís y Beatriz quien, a pesar de no ser canonizada oficialmente, la tradición la considera beata.

Santa Brígida de Suecia (1303-1373): Madre de Santa Catalina de Suecia

Brígida fue esposa, madre y religiosa. A lo largo de su vida, demostró ser una mujer de convicciones firmes y gran determinación, que luchó por todo aquello que quería y cuyos valores transmitió a sus hijos, entre ellos otra mujer que, como Brígida, sería elevada a los altares.

Nacida en Suecia en el año 1303, Brígida afirmó haber tenido visiones místicas desde pequeña, experiencias que tendría durante toda su vida. Con quince años se casaba con Ulf Gudmarsson y, a pesar de no desear ese matrimonio, la pareja forjó una férrea relación y creó una extensa familia cristiana de ocho hijos. En esos años, ambos esposos fueron también miembros de la corte del rey de Suecia.

Cuando Ulf falleció en 1344, Brígida se despojó de todos sus bienes repartiéndolos entre sus hijos dejando una parte para los pobres. Realizó varios viajes de peregrinación que la llevaron a Tierra Santa o a Roma mientras trabajó intensamente para crear su propia orden religiosa. La Orden del Santo Salvador, conocida popularmente como Orden Brigidina, sigue hoy viva. En 1391 fue canonizada y siglos después nombrada patrona de Europa junto a Catalina de Siena y Santa Teresa Benedicta de la Cruz.

Su hija Santa Catalina, permaneció siempre al lado de su madre y se unió a ella en su proyecto conventual, convirtiéndose en la primera abadesa del convento de Vadstena donde reposan los restos de Santa Brígida.

Beata Margarita Occhiena (1788-1856): Madre San Juan Bosco

Margarita Occhiena aún no es santa, pero esta beata, madre de San Juan Bosco, y de toda la familia salesiana, se encuentra en proceso de canonización. Fue Margarita, una mujer humilde y sencilla, quien transmitió a su hijo su fe y lo animó a convertirse en el hombre santo que fue.

Nacida el 10 de abril de 1788 en la localidad italiana de Capriglio, Margarita era hija de una familia campesina que se casó con un hombre viudo llamado Francisco Luis Bosco que ya tenía varios hijos. La pareja completó la familia con José y el futuro santo. Dos años después del nacimiento de Juan, su padre fallecía, dejando a Margarita en una situación muy complicada en una Italia sumida en la pobreza.

Margarita superó todas las dificultades con gran determinación mientras no se olvidó de la educación cristiana de sus hijos. Margarita estuvo siempre al lado de ellos y, en el caso de Juan, fue su apoyo incondicional cuando decidió tomar los hábitos y emprendió el gran proyecto salesiano. Ciento cincuenta años después de su muerte, en 1856, el Papa Benedicto XVI la declaró Venerable.

Celia Martin (1831-1877): Madre de santa Teresita de Lisieux

Celia Guerin no subió sola a los altares. El suyo fue uno de los casos en los que la Iglesia santificó a unos esposos que vivieron un matrimonio santo. Celia nació en la región francesa de Normandía el 23 de diciembre de 1831 en el seno de una familia profundamente cristiana. Instalada en Alençon, Celia quiso seguir los pasos de su hermana mayor, que había ingresado en un convento en Le Mans. Pero el suyo debía ser otro destino, el de contraer matrimonio. Y así lo hizo poco después de conocer a un joven llamado Luis Martín, con quien se casó en el verano de 1858.

Después de pasar un tiempo viviendo castamente, la pareja, aconsejada por su confesor, decidió seguir los designios de la Iglesia y otorgar hijos a su seno. Hasta nueve hijos tuvieron a lo largo de trece años. Unos hijos en los que Celia y Luis se volcaron en cuerpo y alma. No todo fueron alegrías, pues tres fallecieron en la infancia. Pero a los demás, Celia los amó con un amor indescriptible y les transmitió su profunda fe.

Además de cuidar de sus hijos, Celia trabajó en su empresa de encajes y, junto a su marido, realizaban obras de caridad y participaban en la vida de la Iglesia activamente. Ambos formaron parte de la Orden Tercera de San Francisco.

Celia falleció en 28 de agosto de 1877 a causa de un tumor, dejando a su esposo devastado. Pero el recuerdo de la madre y la fuerza de una familia cristiana, ayudó a seguir adelante a un hombre que vio cómo algunas de sus hijas, Paulina, Leonina, María, Celina y, por supuesto, la pequeña Teresa, abrazaron la vida religiosa.

El 18 de octubre de 2015, el Papa Francisco canonizaba a Celia y a su esposo Luis, dedicándoles estas palabras: "Los santos esposos Luis Martin y María Azelia Guérin vivieron el servicio cristiano en la familia, construyendo cada día un ambiente lleno de fe y de amor; y en este clima brotaron las vocaciones de las hijas, entre ellas santa Teresa del Niño Jesús."

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