Hay en el mundo de la fe algo que resulta desconcertante: la mayoría de los cristianos creemos en la resurrección de Jesús, pero esta fe no sirve para iluminar nuestras vidas.
Creemos en el triunfo de Jesús sobre la muerte, pero vivimos como si no creyéramos.
¿Será tal vez porque no la hemos comprendido en toda su profundidad? Pensamos que en el fondo Cristo no murió del todo, que fue como una suspensión de la vida durante tres días y que, después regresó a la vida de siempre.
Nos dice José Luis Martín Descalzo:
Como el sol se levanta sobre el mar victorioso, así Cristo se alza encima de la muerte. Como se abren las flores aunque nadie las vea, así revive Cristo dentro de los que le aman. Y su resurrección es un anuncio de mil resurrecciones: la del recién nacido que ahora recibe las aguas del bautismo, la de los dos muchachos que sueñan el amor, la del joven que suda recolectando el trigo, la de ese matrimonio que comienza estos días la estupenda aventura de querer y quererse, y la de esa pareja que se ha querido tanto que ya no necesita palabras ni promesas. Sí, resucitarán todos, incluso los que viven hundidos en el llanto, los que ya nada esperan porque lo han visto todo, los que viven envueltos en violencia y odio y los que de la muerte hicieron un oficio sonriente y normal.
Jesús y Lázaro
Pero el concepto de resurrección es mucho más amplio. Lo comprenderemos mejor si comparamos la resurrección de Jesús con la de Lázaro: Lázaro cuando fue resucitado por Jesús siguió siendo mortal, vivió en la tierra unos años más y luego volvió a morir por segunda y definitiva vez.
Jesús, en cambio, al resucitar regresó inmortal, venció para siempre la muerte y nos dio la vida a todos.
Lázaro volvió a la vida con la misma forma y género de vida que había tenido antes de su primera muerte. Mientras que Cristo regresó con la vida definitiva, triunfante, completa.
Jesús con su resurrección no trae solamente una pequeña prolongación de algunos años en la vida que ahora tenemos.
Lo que consigue y trae es la victoria total sobre la muerte, la vida plena y verdadera, la que Él tiene reservada para todos los hijos de Dios.
La resurrección es promesa de una vida más larga, una vida más honda. El que resucitó volverá a recogernos, nos llevará en sus hombros como un padre o como una madre tierna que no deja a los suyos.
Discípulos de ayer y hoy
Para los discípulos, hace dos mil años, la resurrección no entraba en sus cálculos. Lo lógico era que, después de la crucifixión todo fuera a salir mal.
Y, por eso, cuando Jesús se les aparecía, en lugar de llenarse de alegría, seguían dominados por el miedo y pensaban que se trataba de un fantasma.
A los cristianos de hoy nos pasa lo mismo. Nos cuesta creernos merecedores del amor de Dios, de la felicidad interminable que nos tiene preparada. Nos encanta vivir en las dudas, temer, no estar seguros.
No nos cabe en la cabeza que Dios sea mejor y más fuerte que nosotros. Y seguimos viviendo en el miedo. Miedo a que nuestra fe se venga abajo un día de estos; miedo a que Dios abandone a su Iglesia; miedo al fin del mundo; etc.
Lo malo del miedo es que nos inmoviliza. El que está poseído por el miedo está derrotado antes de que comience la batalla. Los que tienen miedo pierden la ocasión de vivir.
Pero allá en el fondo, en el fondo, todos tenemos clavada esta pregunta: ¿cuál es la última razón de mi vida? ¿Qué es lo que justifica mi existencia? ¿Cuál es el punto de apoyo en el que reposa mi vida?
Para los cristianos la respuesta es una sola: lo que ha cambiado nuestras vidas es la seguridad de que son eternas. Y el punto de apoyo de esa seguridad es la resurrección de Jesús.
Nuevamente citando a José Luis Martín Descalzo:
¡Ah!, si creyéramos verdaderamente en esto. ¡Cuántas cosas cambiarían en el mundo, si todos los cristianos se atrevieran a vivir a partir de la resurrección, si vivieran sabiéndose resucitados! Tendríamos entonces un mundo sin amarguras, sin derrotistas, con gente que viviría iluminada constantemente por la esperanza. Cómo trabajarían sabiendo que su trabajo colabora a la resurrección del mundo. Cómo amarían sabiendo que amar es una forma inicial de resucitar. Qué bien nos sentiríamos en el mundo, si todos supieran que el dolor es vencible y vivieran en consecuencia en la alegría.
Sí, la resurrección de Cristo es lo que podrá cambiar y vivificar el mundo. Depende de nosotros irradiar un trocito de esperanza en esa vida que llevamos dentro.
"Recordad, recordadlo: no os han dejado solos en un mundo sin rumbo. Hay un sol en el cielo y hay un sol en las almas. Aleluya, aleluya".