La conmemoración el 24 de marzo de los 47 años del inicio del último gobierno militar en la Argentina, período trágico con secuelas aún hoy visibles, se da en el marco de la publicación de la más completa investigación hasta ahora publicada sobre la actuación de la Iglesia argentina y la diplomacia vaticana durante aquellos años de violencia fratricida en el país.
Una investigación facilitada por la liberación de la documentación de la Santa Sede y la Conferencia Episcopal, y liderada por un equipo interdisciplinar encarado desde la Universidad Católica Argentina (UCA), tiene como resultado hasta ahora dos tomos. El nombre del nuevo es «La verdad los hará libres: La Conferencia Episcopal Argentina y la Santa Sede frente al Terrorismo de Estado» (Editorial Planeta).
Aliviar algún dolor
Esclarecedora y de a momentos escalofriante, serena pero a la vez incisiva, la obra presenta en estos primeros dos tomos un marco de interpretación teológico y filosófico, además de histórico, previo a un repaso documental que ninguna investigación seria sobre el tema podrá de ahora en más obviar.
«¿No habrá algo tan importante que pudiera servir para aliviar algún dolor?», escribía en 2006 el obispo Carmelo Giaquinta al entonces presidente del Episcopado, Jorge Bergoglio, al contemplar la documentación sobre aquel período con la que se contaba. Es que, como se lee en el prólogo, a «más de cuarenta años, las heridas emocionales y culturales de ese trágico período permanecen abiertas en la sociedad argentina y son todavía motivo de desunión en nuestro pueblo».
El trabajo liderado por la UCA y coordinado por Carlos Galli, Luis Liberti, Juan Durán y Federico Tavelli aborda interrogaciones fundamentales con el propósito de dilucidar si la Iglesia colaboró, apoyó, o conocía las violaciones a los derechos humanos encabezadas desde la Junta Militar entre 1976 y 1983.
Pero también procuró analizar, desde el contexto eclesial de la época, el impacto de las discusiones teológicas del momento en las actitudes y acciones de los miembros de la Iglesia en los distintos polos de la discusión.
Abordaje integral
La propia noción de Iglesia de la investigación se distingue de anteriores en cuanto a que se la aborda de manera integral, no solo con referencias a la jerarquía de la Iglesia o al clero. De hecho, uno de las más novedades contribuciones es el repaso que se realiza a la variedad de movimientos y corrientes laicales surgidas aquellos años en torno al Concilio Vaticano II.
Este racconto supone identificar tanto espacios en los que surgieron referentes guerrilleros o referentes de las fuerzas armadas, o de grupos paramilitares, como también heroicas actitudes fundamentales para la difusión internacional de lo que estaba ocurriendo, como el valiente interrogatorio del periodista José Ignacio López ante Jorge Rafael Videla sobre el paradero de los desaparecidos.
Y también numerosos laicos que por su cercanía a acciones pastorales con los más pobres fueron acusados de marxistas y asesinados. Entre estos relatos rescatados en la investigación conmueve, entre otros, el de María del Carmen Maggi, asesinada luego de, según testigos, perdonar a sus verdugos.
Pero tan importante como la documentación revelada es el marco socio político e incluso cultural e incluso teológico en el que se enmarcan los hechos analizados. La interpretación del Concilio Vaticano II, el esfuerzo episcopal por abordar su introducción, las interpretaciones que de él se han hecho, son fundamentales para entender las diferencias en el propio seno de la Iglesia sobre la violencia fratricida.
Un pedido de informe del presidente del episcopado, previo al golpe de estado, sobre la noción de la guerra justa da cuenta de la incertidumbre que reinaba en la época sobre lo que podría llegar a ocurrir en caso de un golpe de estado para, como se anunciaba, pacificar el país.
Gestiones, entre ellas la de Bergoglio
En la documentación revelada aparecen las gestiones de obispos, muchos, del nuncio apostólico Pío Laghi, del padre Bergoglio (actual papa Francisco), del cardenal Pironio, y también el interés y la preocupación de figuras hoy importantes en la Iglesia, como el cardenal Sean O’Malley, que siendo un joven franciscano denunció los atropellos contra los derechos humanos ocurridos en el país.
Luego surgen revelaciones como las intervenciones del cardenal Raúl Francisco Primatesta para salvar a monseñor Miguel Raspanti, las discusiones sobre la estrategia en el episcopado tanto al iniciar el gobierno militar como en los últimos años, numerosos diálogos de varios obispos con Videla interrogando sobre el paradero de desaparecidos y las acciones que se libraban desde el Estado, y la progresión de la visión, tanto en el episcopado como en la nunciatura apostólica, de las acciones de las Fuerzas Armadas.
Son también reveladores los apartados dedicadas a la vida consagrada, con víctimas asesinadas por «venganza» y signo de intimidación a la Iglesia, por su compromiso social, con los más pobres o con los familiares de los desaparecidos.
Autocrítica
También aparece la progresiva autocrítica en el seno del episcopado sobre el propio accionar en la medida en que avanzaba y caía la dictadura militar.
Durante la última dictadura militar fueron asesinados laicos, catequistas, sacerdotes, religiosos, obispos. Y muchos, como queda en evidencia en esta investigación, arriesgaron su vida en defensa de la dignidad de la persona humana.
Suele omitirse su heroico testimonio al repasar el accionar de la Iglesia en esta época, sobre el que los propios obispos han realizado, en más de una ocasión, autocrítica. En esta obra se entiende mejor que antes el porqué.
En la jerarquía hubo, como se propone en la investigación, obispos con voz y «gestos proféticos», otros muy comprometidos a favor de la vida de los perseguidos, algunos que creían en la honestidad y apoyaron la dictadura, y algunos que buscaban solución desde el diálogo sin signos «proféticos visibles».
Pero más allá de nombres, que con objetividad histórica se revelan en la obra, subyace un compromiso por dar cuenta de una verdad que a menudo se cuenta a medias.
Un total de 40 personas trabajaron con este propósito en lo que constituye un obra ineludible, de ahora en más, en la historia de la Iglesia Argentina.