A lo largo de su vida, Angélica Fuselli demostró que el catolicismo no estaba reñido con la modernidad. Trabajadora incansable, esta argentina nacida poco antes de que llegara el siglo XX, no dudó en elegir un camino muy poco convencional para las mujeres y, a la vez, mantener una fe que podría ser considerada por algunos, como algo demasiado convencional. Angélica demostró al mundo que sus creencias no eran en absoluto incompatibles con su trayectoria vital. Al final de su vida, dejaba un largo legado de lucha en defensa de las mujeres; y en defensa del catolicismo.
Angélica Fuselli nació en el seno de una extensa familia católica. Sus padres, el médico José Ángel Fuselli y su esposa María Ana Duffy tenían cuatro hijos cuando llegó al mundo Angélica, el 11 de febrero de 1899 en su hogar de Buenos Aires. Tras ella, aún nacerían dos hijos más que completarían el mundo en el que creció Angélica.
Angélica recibió una buena educación intelectual y religiosa en el Centro de Estudios Religiosos para Señoras y Señoritas que entonces dirigía la escritora Delfina Bunge de Gálvez. Allí aprendió historia, geografía, filosofía, entre otras materias y conoció a algunas jóvenes que con el tiempo serían, como ella, personalidades del mundo de las letras católicas en Argentina.
Tras finalizar sus estudios, Angélica empezó a decantarse por el periodismo, colaborando en distintas publicaciones, destacando entre ellas la Revista Criterio. Ya entonces, con unas ideas claras y un fe imperturbable, Angélica estuvo vinculada a distintas organizaciones religiosas. Entre ellas, colaboró con el Centro Blanca de Castilla que pertenecía al Centro de Estudios Religiosos. Cuando en 1927 desembarcaba en Argentina la obra paulina del Cardenal Ferrari, conocida como la Compañía de San Pablo, que había nacido siete años antes en Italia, Angélica se sintió atraída por su proyecto misionero y evangelizador, convirtiéndose en una de las fundadoras de la Obra del Cardenal Ferrari en su país.
Pocos años después, el 24 de mayo de 1934, Angélica Fuselli participaba en la fundación del Instituto Grafotécnico que pretendía "mejorar el magisterio de la prensa” elevando “el nivel intelectual y moral de toda la nación". Esta organización, considerada la primera escuela de periodismo de toda América Latina, estaba vinculada a la Obra del Cardenal Ferrari y, como tal, sentaba sus valores en los ideales paulinos. El Instituto Grafotécnico sentó sus bases ideológicas inspirándose en la encíclica Rerum Omnium Perturbationem promulgada por el Papa Pío XI el 26 de enero 1923. En ella se hablaba de la importancia del periodismo y de las obligaciones que tenían quienes se dedicaban a esta profesión: "No corrompan la verdad ni la desvirtúen, con el pretexto de no herir al adversario”. La encíclica recordaba que los periodistas deberían saber “rechazar los errores y oponerse a la improbidad de los malvados en tal forma que eche bien de ver su recta intención y el espíritu de caridad que los anima.”
Angélica fue siempre una mujer dispuesta a demostrar con su ejemplo que las mujeres tenían las mismas capacidades y cualidades que los hombres. Pero consciente de que la realidad separaba demasiado los derechos de unos y otros, colaboró en distintas organizaciones y movimientos femeninos de su tiempo. Además de impulsar la creación del Centro Femenino de Cultura Cívica y Política, se convirtió en una de las fundadoras de la Asociación de Escritoras y Publicistas Católicas. Angélica fue su presidencia durante varios años.
Su labor feminista se extendió más allá de las fronteras de su país cuando participó en 1945 en la Comisión Interamericana de Mujeres como delegada de Argentina. Años después, en 1962, fundó el Movimiento de Mujeres ¡Alerta!
Toda una vida dedicada a distintas organizaciones, Angélica Fuselli tuvo tiempo también para escribir textos de carácter religioso, como la Historia poética de Nuestra Señora del Nahuel Huapi o la hermosa Leyenda de la Virgen Niña, un poema dedicado a la infancia de María.
Contaban las abuelas, y cuentan todavía
un recuerdo de infancia de la Virgen María.
Siendo niña, la Virgen fue al jardín a jugar.
Florecieron las flores para verla pasar...
Con sonrisa de cielo, la chiquita María
mirábalas a todas, y a todas sonreía...
Ellas, ingenuamente, le ofrecieron a coro
sus mejores encantos, todo un regio tesoro
de frescura y fragancia, de alegría y colores,
que es patrimonio viejo, muy viejo, de las flores.
Habló la rosa y dijo:
- "A mí la Primavera me ha coronado reina...
Si mil reinos tuviera, con tal que complacer a la Virgen María,
¡los mil reinos, de hinojos, se los ofrendaría!"
Y asomaron los lirios, trémulos de blancura,
y asomó la azucena, como la nieve, pura,
y asomaron las dalias, con tiesura de diosas,
y las tiernas campánulas, menuditas y ansiosas,
sacudían sus cálices, brincando de alegría,
porque al pasar, la Virgen también les sonreía,
tan dulce, tan graciosa, tan cariñosamente,
que todas se animaron a besarle la frente.
Mas la Niña bendita no escogió. Vacilaba…
Mirábalas a todas.., y a ninguna cortaba.
De pronto, casi ocultas debajo de las hojas,
vió que había unas flores gimiendo sus congojas,
tan tímidas que apenas levantaban la voz..
Era si hablaran solamente con Dios…
Ya no dudó un instante. Llegó y con gesto breve,
cortó las florecitas con sus manos de nieve...
Las dalias y azucenas se pusieron celosas,
y celosos los lirios, campánulas y rosas,
mientras por el sendero lentamente volvía,
Violeta entre violetas, la Reinita María.
Y Dios, que hace a las flores nacer en los senderos
proclamó que los últimos serían los primeros.
Angélica Fuselli tuvo una vida rica y prolífica en la que también tuvo tiempo para participar en la política argentina en los inicios del Partido Demócrata Cristiano, a mediados de la década de los cincuenta. Una vida que finalizó el 16 de agosto de 1977.