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Teresa Luzzatti: Demostró que el feminismo no está reñido con la fe

TERESA LUZZATTI

Teresa Luzzatti

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Sandra Ferrer - publicado el 25/04/22
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Viuda y con cinco hijos, se volcó en la defensa de los derechos de las mujeres

Entre finales del siglo XIX y principios del XX, muchas mujeres iniciaron un complicado proceso de emancipación femenina. Complicado porque su lucha fue tediosa y enfrentada continuamente a los prejuicios machistas de la sociedad que les tocó vivir.

Fueron muchas las que se organizaron en distintas sociedades para reivindicar que ellas debían ser igualmente respetadas. En el debate que se impulsó entonces acerca de lo que la mujer podía llegar a ser, la fe y la familia se situaron en el centro del debate.

Mientras unas corrientes ideológicas acusaban directamente a estos aspectos de ser la causa de todas las desgracias de la sociedad en general y de las mujeres en particular y se centraron en su destrucción, hubo otras que los reivindicaron precisamente como pilares de su lucha.

El feminismo católico de hace más de un siglo se erigió como defensor de los derechos de las mujeres sin tener que renunciar a sus creencias ni al modelo de familia tradicional. 

Fueron muchas las mujeres que abanderaron este movimiento sistemáticamente silenciado e incluso denostado por no ser considerado realmente feminista. Una de ellas fue Teresa Luzzatti, una mujer que con su propio ejemplo y sus palabras dedicó buena parte de su vida a la lucha feminista. El activismo político le llegó tarde, pero no por ello fue menos intenso. 

Teresa Luzzatti Quiñones tuvo el privilegio de nacer en el seno de una familia acomodada. Llegaba al mundo el 5 de octubre de 1889 en Lugo, donde sus padres se habían instalado tiempo atrás. Gustavo Luzzatti dal’Pozzo era un ingeniero de caminos italiano que había llegado a Galicia desde su Italia natal por cuestiones de trabajo. Junto a su esposa, Margarita Quiñones, formaron una extensa familia de seis hijos, de los que Teresa fue la segunda. 

Gustavo y Margarita se volcaron en la vida familiar transmitiendo a sus hijos unos valores piadosos basados en la fe católica y les ofrecieron una exquisita educación. Así, Teresa tuvo el privilegio de estudiar en los mejores colegios tanto en España como en otras ciudades de Europa, educación que aprovechó al máximo e incluso le llegó a parecer escasa para sus ansias de saber. 

En 1907 se casó con Jovino López Rúa, un capitán de caballería con el que tuvo cinco hijos. La vida de Teresa y Jovino en aquella época fue como la de cualquier otra familia acomodada de principios de siglo. Una vida tranquila que se truncó diez años después cuando Teresa quedó viuda. Lejos de amilanarse y sentir que su vida había terminado, continuó cuidando de sus hijos y dirigiendo personalmente su educación, y empezó a implicarse de manera cada vez más activa en los movimientos feministas que habían surgido en aquellos años. 

Educación universal para hombres y mujeres

Teresa había sido afortunada en su infancia al poder recibir una educación vetada para la gran mayoría de mujeres. Aún así, sintió que sus deseos de conocimiento no se habían cumplido del todo y veía que las trabas al estudio por el simple hecho de ser mujer eran totalmente injustas. Fue por eso que sus reivindicaciones feministas se centrarían en la defensa de una educación universal para hombres y mujeres. 

Sus creencias religiosas la acercaron a Acción Católica de la Mujer, fundada en 1919 con el objetivo de aglutinar todas las acciones sociales y políticas de las mujeres católicas. En poco tiempo, su carisma e inteligencia, así como sus trabajos sobre el sufragio femenino, la sindicación obligatoria o la enseñanza profesional, la situaron como secretaria del Centro de Estudios de la organización. Teresa se embarcó en un viaje apasionante recorriendo distintos puntos de la geografía española para dar conferencias y abrir el debate sobre la necesidad de considerar la enseñanza un derecho para toda la ciudadanía. 

Además de su defensa de la educación, Teresa Luzzatti se implicó activamente en la lucha por el sufragio femenino. En este sentido, recibió el encargo de organizar el censo municipalista que tendría que haber sido utilizado en los comicios previstos para 1925. Aunque aquellas elecciones no se realizaron en tiempos de la dictadura de Primo de Rivera, su labor fue importante, pues sentó las bases para futuras elecciones. 

Fue en esta etapa que ejerció un papel destacado como presidenta de los Comités paritarios femeninos y como vocal del patronato de Trabajo. También dirigió la Universidad Profesional Femenina de Madrid. Junto a otras mujeres como Concepción Loring, María de Echarri o María de Maeztu, Teresa Luzzatti se incorporó a la Asamblea Nacional Consultiva focalizando sus intervenciones en la misma en la cuestión educativa. 

En una entrevista realizada años después, en 1932 en la revista Ellas, recordaba así su etapa: “En política, le diré a usted. Según se entienda. Primo de Rivera me nombró asambleísta, y allí fui a defender, en la medida de mis fuerzas, lo que venía defendiendo en todas mis actuaciones: el mejoramiento del trabajo de la mujer; su elevación social. […] Mi única política era esta: la de trabajar por la cultura moral y profesional de la mujer. Sin embargo, los hombres que ahora gobiernan creyeron, sin duda, que mi significación católica era un obstáculo para la presidencia de los Comités paritarios. Y me desposeyeron de ella.”

Como se afirmaba en la revista Ellas en 1932, la suya fue una dedicación plena a la defensa de los derechos femeninos: “La hemos visto en la Academia de Jurisprudencia, en todos los Congresos y Asambleas femeninas celebrados en España, en Francia, en Bélgica y en Italia, en todos los países donde había algo que aprender de organización social de la mujer”. 

Las madres, en guardia contra la enseñanza laica

En la misma entrevista, insistía en la necesidad de trabajar por la mejora de la educación: “En los problemas de la enseñanza – afirmaba rotunda - no admito la menor claudicación; es algo tan fundamental, que considero un deber ineludible oponerse por todos los medios a todo intento de enseñanza que esté en desacuerdo con nuestras creencias; creo firmemente que si las madres españolas se percatasen bien de la responsabilidad que tienen, fracasarían todos los intentos de enseñanza laica; ya ve usted, tengo cinco hijos y no me preocupa por ellos de cuanto el Estado pueda hacer en este aspecto; sé lo que tengo que hacer yo, pero crea que la ignorancia e inconsciencia de tantas mujeres que creen haber cumplido su deber de madres por haber traído un hijo al mundo, me da verdadera pena y creo que mal cumplimos nuestro deber de católicas si no duplicamos nuestros esfuerzos para destruir esta ignorancia”. 

En 1927 se incorporó a la sección de Acción Social, Salud y Caridad. Con el inicio de la Segunda República, Teresa Luzzatti se centró desde Acción Católica, en la defensa del sufragio femenino. 

El estallido de la Guerra Civil le sorprendió en Madrid, donde sufrió varios registros en su casa por parte de milicianos. En 1937 fue detenida con dos de sus hijas acusadas de “desafección al régimen”. Tras un tiempo detenidas, sus hijas fueron puestas en libertad. Ella trasladada al hospital de la Cruz Roja de Madrid donde permaneció vigilada por las autoridades republicanas. Teresa Luzzatti sufría de diabetes y los acontecimientos del momento acentuaron su frágil salud. 

Al finalizar la guerra, volvió a implicarse en la vida social. Terminó aceptando el cargo de vocal de la Junta de Primera Enseñanza del Ayuntamiento de Madrid. Teresa Luzzatti vivió poco tiempo más, pues falleció el 14 de diciembre de 1942. Su labor en defensa de los derechos de las mujeres la situó entre una de las luchadoras más activas de la primera mitad de siglo. “Su personalidad en el campo de acción femenina – afirmaron de ella - es tan acusada, tan firme, como la que más”. 

En un artículo publicado en Mundo gráfico en diciembre de 1931 se destacó de ella que era “escritora, conferencista, ejerce sobre todo un apostolado de caridad y de beneficencia. Muy semejante en esto a la Arenal, todas las formas del dolor atraen su inmensa ternura. La religiosidad no es en ella una forma teórica, que no solo interesa egoístamente a la propia salvación, sino una forma práctica de conducta encendida en el amor al prójimo.” 

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