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 5 Formas de acoger al Espíritu Santo en Pentecostés

HOPE
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Luisa Restrepo - publicado el 01/06/22 - actualizado el 17/05/24
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El Espíritu Santo descendió sobre nosotros en la Confirmación, y en Pentecostés renovamos nuestra entrega a Dios, en su tercera Persona

Una de las cuestiones más importantes de nuestra vida cristiana consiste en cómo recibir la gracia del Espíritu Santo, en cómo permanecer siempre abiertos a su acción.

A veces creemos que ser cristiano es hacer un cierto número de cosas y que cuantas más se hacen, mejor cristiano se es. Pero en realidad lo que más importa —más que las obras exteriores— es la disposición del corazón que nos abre a la acción del Espíritu Santo. Todo lo demás vendrá de ahí.

Se trata no tanto de hacer, sino de dejarse hacer, permitir que Dios actúe en nosotros, pase a través de nosotros.

Sin embargo, la acción del Espíritu Santo en nosotros es a veces imperceptible. Con bastante frecuencia es secreta.

En ocasiones nos enriquece con sus dones, pero en otras nos empobrece, haciéndonos tomar conciencia de nuestra miseria. Poco importa si esta gracia es consoladora o es una gracia que nos pone a prueba. Siempre es fecunda y lo que importa es hacernos receptivos a ella.

Necesitamos aprender a recibir. A veces no es tan fácil como se podría pensar, pues solemos creer que no somos necesitados. Es vital aprender a recibir, recibirse uno mismo y recibir todo de Dios.

Aprendamos pues cómo hacerlo:

1La perseverancia en la oración

"También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre.

¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión?

Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan".

La primera condición para recibir el Espíritu es pedirlo en la oración. Una oración perseverante y llena de deseo; y si a veces a nuestra oración le falta deseo, que sea perseverante igual, Dios sabrá cómo asistirnos.

2La humildad

“Lo que agrada a Dios de mi alma es verme amar mi pequeñez y mi pobreza…  Huyamos de todo lo que brilla, amemos nuestra pequeñez, amemos no sentir nada, entonces seremos pobres de espíritu, y Jesús vendrá a buscarnos, por muy lejos que estemos, nos transformará en llama de amor”.

La humildad es condición de apertura. Si soy humilde acepto los consejos y las correcciones, acepto recibir algo de los demás.

La humildad es condición para recibir los dones de Dios que quiere llenarnos, lo único que lo limita es nuestro ego.

3Vivir en el instante presente

Cuanto más estamos en el instante presente más en contacto estamos con la realidad, con Dios, con nuestro interior, con aquello que nos hace asumir nuestra vida y acoger la gracia de Dios.

Los lamentos estériles, mirar constantemente el pasado, las inquietudes por el porvenir, nos separan de la gracia.

Si hacemos cada día lo que se requiere de nosotros con amor, dispondremos de la gracia necesaria un día tras otro.

4El desprendimiento

Para permitir que el Espíritu actúe en nosotros hay que ir ligeros de equipaje, tener un corazón libre y desprendido. Si estamos aferrados a nuestros planes no dejamos espacio a la creatividad del Espíritu.

5La gratitud

La gratitud nos abre a los dones de la gracia. No es que haga a Dios más generoso —porque ya lo es— sino que nos hace más abiertos y receptivos a su amor.

La gratitud es muy fecunda porque es señal de que hemos comprendido y queremos seguir recibiendo el amor de Dios. El amor atrae al amor.

"El mundo necesita esperanza y, con la gratitud, transmitimos esperanza porque si somos portadores de gratitud, también el mundo se vuelve mejor".

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