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Hacía más de 2 años que en la Plaza de San Pedro no se celebraba una ceremonia al aire libre. Los fieles y peregrinos tenían ganas de asistir a una celebración como esta y se notó. Mucho. Volvieron el ambiente y las palmas, volvió la procesión, volvió la alegría, tras una pandemia que parece que se va dejando atrás.
Papa Francisco presidió sentado toda la celebración y quiso hablar, en su homilía del Calvario y de dos mentalildades que se enfrentan. Las palabras de Jesús y las de los que lo crucifican. “El sálvate a ti mismo discuerda con el Salvador que se ofrece a sí mismo”, explicó el Papa: “En el Evangelio de hoy también Jesús, como sus opositores, toma la palabra tres veces en el Calvario (cf. vv. 34.43.46). Pero en ningún caso reivindica algo para sí; es más, ni siquiera se defiende o se justifica a sí mismo. Reza al Padre y ofrece misericordia al buen ladrón. Una expresión suya, en particular, marca la diferencia respecto al sálvate a ti mismo: «Padre, perdónalos» (v. 34).”
Precisamente en estas palabras Papa Francisco se quiso detener: “En esos momentos, uno sólo quisiera gritar toda su rabia y sufrimiento; en cambio, Jesús dice: Padre, perdónalos. A diferencia de otros mártires, que son mencionados en la Biblia (cf. 2 Mac 7,18-19), no reprocha a sus verdugos ni amenaza con castigos en nombre de Dios, sino que reza por los malvados. Clavado en el patíbulo de la humillación, aumenta la intensidad del don, que se convierte en perdón.”
Por todo ello, Papa Francisco recordó, una vez más en su Pontificado la importancia del perdón y la misericordia: “Contemplemos a Jesús en la cruz y veamos que nunca hemos recibido una mirada más tierna y compasiva. Contemplemos a Jesús en la cruz y comprendamos que nunca hemos recibido un abrazo más amoroso. Contemplemos al Crucificado y digamos: “Gracias, Jesús, me amas y me perdonas siempre, aun cuando a mí me cuesta amarme y perdonarme”.
Rápidamente Papa Francisco quiso llevar esta reflexión a nuestra vida cotidiana: “Pensemos en alguien que nos haya herido, ofendido, desilusionado; en alguien que nos haya hecho enojar, que no nos haya comprendido o no haya sido un buen ejemplo. ¡Cuánto tiempo perdemos pensando en quienes nos han hecho daño! Y también mirándonos dentro de nosotros mismos y lamiéndonos las heridas que nos han causado los otros, la vida, la historia”.
“Dios no se cansa de perdonar, no es que aguante hasta un cierto punto para luego cambiar de idea, como estamos tentados de hacer nosotros”, explicó el Papa, que pidió: “No nos cansemos del perdón de Dios, ni nosotros sacerdotes de administrarlo, ni cada cristiano de recibirlo y testimoniarlo.”
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” afirmó el Papa e hizo alusión a “la locura de la guerra, donde se vuelve a crucificar a Cristo”: “Sí, Cristo es clavado en la cruz una vez más en las madres que lloran la muerte injusta de los maridos y de los hijos. Es crucificado en los refugiados que huyen de las bombas con los niños en brazos. Es crucificado en los ancianos que son abandonados a la muerte, en los jóvenes privados de futuro, en los soldados enviados a matar a sus hermanos. Cristo es crucificado allí hoy”.
Terminó su reflexión mostrando la certeza de que “con Jesús siempre hay un lugar para cada uno; de que con Jesús nunca es el fin, nunca es demasiado tarde. Con Dios siempre se puede volver a vivir. Ánimo, caminemos hacia la Pascua con su perdón. Porque Cristo intercede continuamente ante el Padre por nosotros (cf. Hb 7,25) y, mirando nuestro mundo violento y herido, no se cansa nunca de repetir: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.