Hace apenas tres semanas, la diócesis de Granada, con su pastor a la cabeza, Mons. Javier Martínez, elaboró un formulario para ofrecer la disponibilidad de todos los granadinos que lo deseen a la acogida de refugiados ucranianos que huyen de la guerra tras la invasión de Rusia, especialmente mujeres y niños.
Asimismo, lanzó una llamada a la colaboración económica a través de una cuenta abierta, así como ayuda con productos de higiene básica y alimentación.
“Si deseas acoger a refugiados, poner a disposición vehículos, viajar a la frontera polaco-ucraniana para llevar material y recoger a las personas, y ofrecer tu ayuda profesional en el campo sanitario, rellena y envía este formulario.”.
Lo que no era predecible, ni imaginable, es que todo el pueblo cristiano de Granada se haya volcado con esta iniciativa. Los puntos de recogida de material (ropa, medicamentos, alimentos…) han estado abarrotados, todos los días han llegado camiones de descarga de material que numerosos voluntarios, día tras día, han ido organizando en cajas para su envío a las ciudades más necesitadas de Ucrania.
Aquí pueden verse algunas imágenes:
La carta de nuestro arzobispo a todos los sacerdotes, comunidades religiosas, hermandades, centros educativos católicos, movimientos, comunidades eclesiales y a todos los fieles, ha conseguido poner en movimiento a un pueblo entero. Cientos de voluntarios cada día, incluyendo a jóvenes de los centros educativos del Patronato, se han ofrecido a ayudar en todos los sentidos posibles.
Es fundamental ser un pueblo en salida, como afirma el Papa Francisco.
Nuestros hermanos de Ucrania nos están esperando, todo el mundo nos está esperando. ¿Hemos de escondernos debajo de la mesa camilla, al calor del fuego, cómodos? Tal vez esperamos que sean otros los que salgan a la calle y se abran al mundo, pero una comunidad, un pueblo, se muere si no abre las ventanas, si no va al encuentro de los que tienen hambre y sed de justicia, de los que no tienen pan, de los que caminan sin ver, de los que más sufren.
Si permanecemos escondidos, perdemos de vista lo que nos ha sucedido, la única fuente de vida y esperanza cierta, Cristo mismo, y lo sustituimos por nuestros razonamientos, por nuestras teorías, por nuestro ego.
Nuestro mundo necesita testigos, nosotros estamos llamados a ser testigos, porque ser testigo es la forma privilegiada en la que el milagro del encuentro vuelve a suceder ante nuestros ojos.
Todo un pueblo que se presta a ayudar
Estos días he podido presenciar la pasión de un pueblo que se presta a ayudar, que sale a la calle, que vuelve al día siguiente. Los trabajos son repetitivos: organizar la ropa en hombre, mujer y niño; los alimentos, las medicinas, poner rótulos, cerrar bien las cajas con cinta de embalar… sin embargo, todos saben por qué están allí. No es solo una idea de solidaridad lo que nos mueve, sino más bien la certeza de que el sufrimiento de nuestros hermanos es nuestro, y que sólo Cristo, Rey de Reyes, Señor de señores, puede dar esperanza a este mundo que sustituye el amor incondicional al hombre mismo por luchas de poder, por interpretaciones geopolíticas que nada tienen que ver con la paz, sino con una guerra sin sentido, capaz de devastar templos y pueblos enteros.
Cantemos nosotros quién es la fuente de la Verdad y de la Vida saliendo a la calle, porque nuestros hermanos necesitan de todo aquello que les transmita la única Esperanza que nunca defrauda. En medio de la oscuridad y del horror de la guerra, cantemos que Cristo vive entre nosotros, Dios de Dios, Luz de Luz.