La Dra. Delia Sánchez es de los principales referentes de la bioética en Uruguay, fue profesora y coordinadora de la unidad académica de bioética de la Universidad de la República (Udelar) y miembro del Comité Internacional de Bioética (Unesco).
Actualmente es miembro del Comité de ética de la investigación de la Facultad de Medicina (Udelar) y del Comité de Bioética del Instituto Nacional de Donación y Transplantes (INDT), es integrante de la Red Latinoamericana de Bioética y autora de numerosas publicaciones. Ha realizado maestrías en Salud Pública y Medicina Comunitaria como en Bioética.
En diálogo con la doctora Sánchez, supimos que hay investigaciones que demuestran que un porcentaje de los pacientes a quienes se les aplican sustancias letales para practicarles eutanasia o suicidio asistido, no mueren de modo sereno ni con ausencia de sufrimientos.
Además, no hay homogeneidad en las prácticas en los pocos países donde se ha despenalizado esta forma de homicidio o de colaboración con el suicidio de los pacientes.
No es seguro que el paciente no sufrirá
– ¿Por qué dice ud. que no es posible asegurar que una muerte mediante eutanasia será pacífica, indolora y rápida?
Creo que los que apoyan la realización de eutanasia lo hacen creyendo que brindarán un beneficio a un paciente que así lo desea y se encuentra sujeto a un sufrimiento intolerable. Al menos hasta ahora era así; se escuchan cada vez más voces que también proponen este camino para quienes se encuentran "cansados de vivir", como en el caso de los Países Bajos, que incluyen las “enfermedades vinculadas a la vejez” como una causal válida.
Pero volviendo a la premisa general, es de suponer que quien prefiere morir antes de tiempo para evitar la prolongación de su sufrimiento, lo que desea es no sufrir. Espera, por lo tanto, que el procedimiento sea rápido, indoloro y sin complicaciones.
El problema es que, aunque existe mucha menos investigación de la deseable sobre los efectos adversos de los procedimientos de eutanasia en los países donde es legal, los estudios realizados sobre los eventos adversos informados, de los que se cree que hay un sub-registro, señalan que en cierto porcentaje esto no es así.
Estudio en Holanda
Un trabajo muy conocido es el de Groenewoud y colaboradores, que en dos oportunidades, encuestaron a 1047 médicos holandeses. Se les preguntó si habían participado en suicidios asistidos o eutanasia, y a quienes respondían que sí, se realizó una entrevista en mayor profundidad sobre el caso más reciente.
Analizaron los 649 casos en los que se había informado la existencia de problemas técnicos y complicaciones clínicas.
De estos casos, 535 correspondían a intención eutanasia y 114 a intención de suicidio asistido. Ocurrieron problemas técnicos en 5% de los casos, relacionados casi todos a problemas con el sitio de punción venosa, y complicaciones clínicas en el 4%. Un 7% presentó problemas para completar el procedimiento.
Las complicaciones incluyeron espasmos, vómitos, cianosis (y otras no especificadas) y cuando se habla de problemas para completar el procedimiento, se refiere a tiempos mayores de los esperados para ocurrencia de la muerte (llegando incluso a los 14 días después de administrada la medicación); o pacientes que despertaron del coma (5 casos).
No encontraron diferencias relativas a la especialidad de los médicos intervinientes ni a su experiencia previa.
El caso de Colombia
– ¿Entonces no es tan efectiva como se la presenta en el total de los casos? ¿No se ha corregido este problema?
Existen distintos protocolos, con una variedad de drogas propuestas, y aunque cada vez parece haber mayor homogeneidad, esta variabilidad existe, porque no hay un mecanismo que asegure realmente la inexistencia de eventos adversos.
La guía clínica para eutanasia que desarrolló Colombia cuando se aprobó la ley en ese país, identificó 16 estudios con distintas combinaciones de medicamentos. En base a estos estudios la guía propone una secuencia de benzodiacepina, un opioide, un barbitúrico o equivalente y un relajante muscular (realmente un paralizante).
Considerando las complicaciones mencionadas más arriba, es de imaginar la angustia que puede sufrir una persona que por ejemplo ha despertado del coma, pero se encuentra paralizada y por lo tanto no puede comunicar lo que le sucede.
Eutanasia e inyección letal
Y esto me recuerda los problemas encontrados en los EEUU con las inyecciones letales en personas condenadas a muerte; procedimiento en el que ningún médico de ese país podría participar por motivos éticos. En algunos casos se ha informado que la persona ejecutada jadeaba o sufría espasmos.
Esto llevó a los Drs. Zivot y Elgar a analizar las autopsias de personas ejecutadas mediante inyección letal y lo que encontraron fue la presencia de edema pulmonar. La muerte por lo tanto, había incluido la asfixia por la espuma producida en los pulmones.
Una investigación de la National Public Radio de USA señaló que esto se encontró en más del 80% de las autopsias de las personas ejecutadas por inyección letal.
La combinación de medicamentos que se usaba para la inyección letal en California en 2006 era tiopental (barbitúrico), pancuronio (relajante muscular que induce parálisis) y cloruro de potasio, que induce el paro cardíaco.
Un prisionero que iba a ser ejecutado con esta combinación se presentó ante la justicia señalando que el uso de pancuronio y cloruro de potasio constituía un "castigo cruel e inusual" (la definición de tortura).
Se cuestionó la posibilidad de retener conciencia después de la administración del tiopental, sin posibilidad de expresarlo por la parálisis inducida por el pancuronio. El protocolo no difiere mucho de algunos de los utilizados en procedimientos de eutanasia.
Debe saberse
– ¿Pero entonces, el problema con la eutanasia es solamente técnico? ¿Si estuviéramos seguros de que la medicación es eficaz y segura, no habría objeciones que formular?
Sin duda nos encontramos frente a dos problemas diferentes, pero relacionados. La pregunta ética primera, es si es válido causar voluntariamente la muerte de otra persona en cualquier circunstancia; o en circunstancias excepcionales (a su pedido y en situación de sufrimiento intolerable).
Y nótese que no hablo de dolor intolerable, porque en este momento la mayor parte de los casos de dolor son manejables; sino de sufrimiento, que es algo más totalizador. Mi respuesta es que el respeto a la dignidad humana me impide dar muerte a otro ser humano.
El segundo problema, al que se enfrentan quienes responden que sí es posible poner fin a la vida del otro, por respeto a su libertad y como alivio a su sufrimiento, es el que he manifestado antes: no es posible garantizar que el procedimiento será breve, pacífico e indoloro. Y esto debe saberse, porque la libertad presupone el conocimiento de las posibles consecuencias de nuestros actos.