“Desde el momento que empezamos a tener una hora de adoración cada día, el amor a Jesús se hizo más íntimo en nuestro corazón, el cariño entre nosotras fue más comprensivo y el amor a los pobres se nos llenó de compasión”, relata santa Teresa de Calcuta
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Ayer me telefonearon de una emisora de radio católica en los Estados Unidos, y me preguntaron si podría dar mi opinión como autor católico.
No lo pensé un instante y respondí: “Me gustaría hablar del sagrario y los beneficios de la Adoración Eucarística”. Les encantó la propuesta.
En medio de la entrevista recordé algo que acaba de leer sobre la Madre Teresa de Calcuta. Justo lo tenía impreso para volver a leerlo. Fue tanta la impresión que lo guardé cerca y pude compartirlo en la radio.
Quisiera que tengas la oportunidad de leerlo. Es una historia maravillosa. Te muestra el poder de la oración y los milagros que ocurren con la adoración eucarística en la Hora Santa:
“Recién en 1973, cuando empezamos nuestra Hora Santa diaria, fue que nuestra comunidad comenzó a crecer y florecer. … En nuestra congregación solíamos tener adoración una vez a la semana durante una hora; luego en 1973 decidimos dedicar una hora diaria a la adoración. El trabajo que nos espera es enorme. Los hogares que tenemos para los indigentes enfermos y moribundos están totalmente llenos en todas partes.
Pero desde el momento que empezamos a tener una hora de adoración cada día, el amor a Jesús se hizo más íntimo en nuestro corazón, el cariño entre nosotras fue más comprensivo y el amor a los pobres se nos llenó de compasión, y así se nos ha duplicado el número de vocaciones. Dios nos ha bendecido con muchas vocaciones maravillosas. La hora que dedicamos a nuestra audiencia diaria con Dios es la parte más valiosa de todo el día.”
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“Ven”
Jesús anhela recibir nuestro amor. Muchas veces he sentido su llamado, en lo más hondo del alma:
“Claudio, ven a verme”.
Como ocurre en momentos que estoy enredado en algún asunto, le he dado largas, pero Él insiste.
“Aquí estoy”.
Al final siempre me vence y detengo el auto en alguna iglesia. Me bajo y voy al oratorio donde tienen el sagrario. Cuando entro descubro el motivo. Estaba solo.
“Aquí estoy, Jesús”
“Aquí estoy Jesús”, le digo sonriéndole. Le pido perdón por tenerlo abandonado. De pronto experimento como pedacitos de cielo. Un gozo interior, espiritual, que se desborda en mi alma. ¿Lo has experimentado alguna vez?
Él sabe que disfruto escribiendo. Y de pronto me llueven las ideas y las palabras. Saco del bolsillo papel y un bolígrafo: “Despacio Jesús que no puedo escribir tan rápido”. Y me sonrío por sus ocurrencias. Así he escrito muchos de mis libros, ante el sagrario, en la dulce presencia de Jesús.
Amable lector, no dejes solo a Jesús. Y cuando vayas a verlo por favor dile: “Claudio te manda saludos”. Ya sabes que me encanta sorprenderlo.
¡Dios te bendiga!
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