Queridos padres y madres exhaustos y desanimados:
Así que sus hijos son terribles en misa. Caóticos, desobedientes y alborotadores, semana tras semana. Es como si el gran foco de un circo concentrara su luz sobre ustedes todo el tiempo, ustedes y su paternidad aparentemente de inferior calidad.
Estoy ahí, con ustedes. He empezado a tener miedo de los domingos.
Es decir, lo hemos intentado todo. Ir a la primera misa de la mañana, ir a la misa vespertina, usar libros de misa, explicaciones susurradas, amenazas susurradas, nos hemos sentado delante, nos hemos sentado atrás, hemos ido directamente a la sala de los niños para que lloren...
Y tal vez algunos de los trucos han ayudado, pero la conclusión es que no hay manera de salir de ese edificio sin que algún hijo grite, corra como un loco hacia el altar o Dios sabe qué.
Sin embargo, a pesar de todo, cada semana, yo y mi ruidosa y caótica familia vamos a estar allí (¡al fondo!) meneándonos y distrayendo a todo el mundo, y sometiéndonos al juicio de un gran número de personas, que tal vez no entiendan lo difícil que es enseñar a un niño pequeño a sentarse en silencio durante 45 minutos.
Parece una locura. Aun así, igualmente nos vestimos de domingo y vamos a misa, tal como la Madre Iglesia nos pide.
Quiero que sepan que si esta también es su historia, está bien. Mejor incluso. Cristo tenía algo muy importante que decir sobre personas como nosotros:
Después, levantado los ojos, Jesús vio a unos ricos que ponían sus ofrendas en el tesoro del Templo. Vio también a una viuda de condición muy humilde, que ponía dos pequeñas monedas de cobre, y dijo: “Les aseguro que esta pobre viuda ha dado más que nadie. Porque todos los demás dieron como ofrenda algo de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir”. (Lucas 21,1-4)
¿No es eso exactamente lo que estamos haciendo? Estamos dando literalmente todo lo que tenemos, obedeciendo la petición de la Iglesia de asistir a la misa dominical (la vergüenza, desafortunadamente, no es una buena razón para quedarse en casa).
Visto desde fuera, parece que hemos hecho lo mínimo. Hemos entrado en el edificio, claro, pero ¿nos estamos concentrando? ¿Estamos teniendo una experiencia espiritual? ¿Acaso escuchamos una palabra del Evangelio, por el amor de Dios?
No lo parece demasiado. Somos los únicos que sabemos lo mucho que realmente estamos dando. Pero Cristo también lo sabe.
Así como las dos monedas pequeñas de la mujer en la caja de la colecta no parecen nada en comparación con la gigantesca bolsa de oro del hombre rico, nuestra contribución parece tan pequeña que una persona podría preguntarse por qué nos molestamos.
¿Por qué venir a misa si vas a pasar todo el tiempo con el protocolo de control de daños con los niños pequeños? Pero Cristo está ahí para recordarnos que no ve lo que ve el resto del mundo.
Con frecuencia, salgo de misa sintiendo que todo fue un fracaso. Ni siquiera pude seguir la ceremonia y me fui tan rápido que olvidé hacer una genuflexión. ¿Qué clase de católica soy?
Si así es como se sienten ustedes también, no lo olviden: tener niños pequeños o niños con necesidades especiales o cualquier situación en la que se encuentren que haga imposible arrodillarse en silencio y escuchar cuidadosamente, es un tipo único de pobreza.
Y nosotros, en nuestra pobreza, realmente damos todo lo que tenemos, simplemente haciéndolo lo mejor que podemos. Aunque lo mejor que podemos hacer sea simplemente estar allí.
Así que no preocupen. No se preocupen demasiado por la imagen de su familia. Aunque nunca sea fácil, sigan haciendo lo que hacen y sepan que, aunque el mundo no lo vea, Dios sí percibe cuán valioso es su sacrificio.