Me hace falta implorar más el Espíritu Santo
A veces no sé bien qué es lo que más me conviene. La vida pasa rápido y pido tantas cosas que no siempre son buenas. Me interesan por un rato. Quiero que sucedan como yo espero. Me duele que no me salgan bien todos mis proyectos. Elijo. Decido. Hago. Sueño.
No sé si todo lo que quiero me conviene. No sé bien si es lo que me va a hacer más pleno, más feliz. Pido la vida, la felicidad, la luz, el amor. Creo que me convienen. Porque es mejor la vida que la muerte, la luz que la noche, el amor que el odio. El corazón está hecho para el bien. Para hacer el bien. Para recibirlo.
Estoy hecho para el amor verdadero. Para amar y ser amado. Eso me conviene. Lo sé. Pero a lo mejor no todo amor me conviene, no todo bien me hace bien. Es tan sutil la diferencia…
Una persona rezaba: “Te pido perdón de corazón porque siento que podría haberte amado más. Podría haber solucionado por fin mis batallas interiores para que no me distrajeran del amor al prójimo, y no lo he hecho. A veces me siento en camino, pero otras veces no. Quiero entregarme más y mejor. Reconozco tantas veces al Espíritu luchando en mí, levantándome en confianza y entrega. Quiero seguir luchando. Te pido descubrir esa escuela de amor en mi familia, enseñar a mis hijas a educar el corazón, cada día y en lo pequeño. Te pido la paz que necesito”.
Pido perdón por tantas cosas que no hago bien, o que no hago, simplemente. Puedo pecar por omisión. Desaparecer y no socorrer al herido al borde del camino. Le pido a Dios una mirada más atenta. Y más valor para actuar haciendo el bien. Eso sí me conviene.
No quiero dejar de hacer lo que puedo hacer. No quiero dejar de amar, cuando puedo amar más. Le pido a Dios un corazón nuevo. Me gusta el mío, pero necesito ser renovado desde dentro. Corro el peligro de aburguesarme y dejarme llevar por la corriente de la vida.
Le pido a Dios más fuerza para seguir luchando, para seguir soñando. No sé si me conviene pero le pido a Jesús que me haga más fiel, que salve a los que pone en mi camino, que me dé paz en medio de mis luchas, que me dé vida para amar más y más tiempo.
Creo que me conviene tener un corazón más grande y no tan estrecho. Tener más tiempo para aprovecharlo en dar la vida. Tener más alegría para sembrar más esperanza. Le pido salud para poder amar sin sentirme incapaz de hacerlo. Tampoco sé si me conviene, pero lo pido.
Porque Jesús no me dice que no pida lo que no me conviene. Simplemente me invita a dejar que el Espíritu Santo pida en mí: “El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad. El Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. Y el que escudriña los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios”.
El Espíritu me ayuda a descifrar lo que me hace bien de verdad. Pero no siempre lo logro. No acierto. Y tampoco entiendo en ocasiones por qué un bien no me conviene. Por qué la vida de los que amo no me conviene. Por qué una vida feliz no me conviene. No lo entiendo. Y a lo mejor nunca estará claro en qué sentido me conviene.
En el cielo Dios me revelará tantos misterios. Hoy sigo implorando el Espíritu Santo que me dé claridad. “Se trata, nuevamente, de abrir el alma, de implorar, llenos de anhelo el Espíritu Santo para que lleguemos a ser hombres de vida sobrenatural y, de tal modo, hombres de fe, héroes de la fe”.
Cuanto más cerca esté de Dios, cuanto más lleno esté del Espíritu Santo, será más fácil vivir en Dios y saber lo que me conviene.
¿Qué me conviene de verdad? ¿Este camino o el otro? ¿Esta elección o una distinta? ¿Perder la vida que llevo o conservarla hasta el final? ¿Retener o dejar ir? ¿Un nuevo trabajo o el que tengo? ¿Salud siempre o una enfermedad que me haga más fuerte y humilde? ¿Tener cerca a los que quiero o dejar que se alejen? ¿Amar sin esperar nada a cambio o esperar recibir siempre algo por mi entrega? No lo sé. A lo mejor puedo confundirme cuando pido.
No sé bien lo que Dios cree que me conviene. Necesito el Espíritu Santo en mi alma, más dentro. Para que no me confundan mis emociones. Para que no me deje llevar por mis apegos, por mis necesidades momentáneas.
Vivo anclado en Dios para poder vivir anclado en la tierra. Me hace falta implorar más el Espíritu Santo. Para que me muestre bien lo que me conviene. Lo que tengo que hacer para ser más santo, más de Dios, sin confundirme.
Pero es difícil discernir bien los pasos. El otro día leía: “La voluntad de Dios no siempre es fácil de discernir, tenemos que pesar todas sus distintas indicaciones y luego decidir. Sin embargo, en la lucha por esa certeza reconoceremos con más claridad cuáles son los obstáculos dentro de nosotros mismos para acatar su voluntad”.
Ese discernimiento es el que quiero hacer cada día. Saber tomar las decisiones correctas y pedir lo que me conviene. Para poder caminar de su mano y no lejos de sus deseos.