Peregrinar a una capilla de barro del siglo XVII
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Honrar a la Virgen como en el siglo XVII es posible. No se trata de una cuestión litúrgica. Supone, simplemente, la oportunidad de visitar a Nuestra Señora de Luján en una réplica de la capilla de barro que visitaban sus primeros peregrinos, en el mismo lugar donde ocurrieron los milagrosos eventos que dieron inicio a la devoción en 1630.
Para llegar a la Capilla del Milagro se debe cruzar o Villa Rosa o Zelaya, en el partido de Pilar, provincia de Buenos Aires. En pocos minutos, no más de 15, se pasa de escenarios semi-urbanos con grandes edificios de oficinas en torno a la Autopista 0Panamericana, a un contexto absolutamente rural.
Lo que antes era una porción de la estancia de don Rosendo de Trigueros en la que se quedó el carruaje que transportaba la imagen de la Inmaculada Concepción que hoy se venera como la Virgen de Luján, es hoy espacio para los hogares de los más humildes. Pareciera que la Virgen ha elegido eso para que la sigan arropando en esa, su primera casa de peregrinación por estas tierras.
El predio de la Capilla del Milagro cuenta con una pequeña ermita en su ingreso, en el que se acumulan velas y flores, y que recuerda el preciso lugar en el que se detuvo la carreta. “Acercaos peregrinos al trono de la gracia” se inscribe sobre un amplio arco, coronado con una cruz sobre la silueta de la Virgen que indica que se llegó a destino.
Al finalizar la ruta, donde ya se atisba sólo campo y, a pocos metros, el río de Luján, se erige esta sencilla ermita con techo de chapa que si bien suele estar cerrada con rejas, permite la visita de los peregrinos a toda hora. “Madre Nuestra quédate aquí con nosotros y no te vayas jamás” reza una sentida inscripción en torno a un altar que protege a la Patrona de los argentinos. Sin embargo, aquí se la ve ya revestida con el manto celeste y blanco.
Es a unos 200 metros de esta ermita, en un espacio con ingreso restringido a ciertos horarios, que se erige, oculta entre los árboles, una un poco más grande, hecha de barro y cubierta con paja. Para llegar hay que caminar por un sendero que de alguna manera, en clima de oración, ayuda a retroceder unos cuantos años para situarnos en el 1630, años antes de que la Argentina siquiera existiese como país. Una antigua carreta con sus enormes ruedas de hierro da la bienvenida, mostrando que detener la carreta no era cosa fácil…
Junto a la capilla se puede ver un antiguo aljibe en desuso. En el interior, en no más de 20 mts2, cuatro filas de asientos hechas con troncos de árboles, un sencillo altar, y sobre la pared en un pequeño estante una réplica de la imagen original de la Virgen, hoy en su santuario de Luján. Aquí sí sin el manto, tal como la vio el Negro Manuel cuando la bajaron del carro en esos mismos lugares. Se aprecia así lo pequeña que es, con 38 cm de alto, y los colores originales con los que se había pintada la terracota: la virgen vestida de roja y cubierta con un manto azul.
Cuentan que cuando la imagen fue trasladada a su pueblo final, hacia 1674, en la villa de Luján, la imagen desaparecía misteriosamente de noche para volver a estos lugares, hasta que el traslado se hizo en solemne procesión. Visitando estos parajes, no cuesta entender por qué la Virgen no se hubiese querido ir de aquí. Porque aún siendo una réplica, en la ermita de barro se palpa el amor sincero de una Madre por sus hijos, y de unos hijos por su Madre que aún cuando ella no se hubiese detenido aquí, ellos hubiesen hecho lo imposible para que lo haga.