Sin ellas, nuestro mundo sería dramáticamente diferente
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Ya está aquí la fiesta de la Presentación y es momento de rezar para que haya más monjas.
Mi familia lleva años rezando diariamente “para que haya más sacerdotes y más religiosas” pero, mientras lo hacíamos, yo pensaba siempre algo como “sí, pero sobre todo más sacerdotes”.
El sacerdocio es la vocación cuya carencia sentimos en mayor medida, así que sucede que empezamos a pensar que “oraciones por vocaciones” significa “oraciones por más sacerdotes”. Tremendo error.
No estoy seguro de qué me hizo cambiar de idea. Quizás fuera el haber conocido directamente a más hermanas, las Benedictinas de Atchison (Kansas) y las muchas religiosas que asisten al Benedictine College. Quizás fuera el discernimiento por parte de mis propias hijas de sus vocaciones.
Fuera lo que fuese, ahora me doy cuenta de que el mundo sería un lugar muy diferente sin monjas.
1º: las monjas evitaron que el mal eclipsara al mundo en el siglo XX.
Y destacaremos a dos hermanas en particular en representación de las demás.
Primera: Sor Lucía dos Santos, que detuvo la tiranía en el siglo XX.
Coincido con lo que expone Joseph Bottum en su ensayo de 2005 sobre que los videntes de Fátima tuvieron mayor impacto en la política mundial que cualquier otra persona del siglo XX. Y es que, gracias a ellos, los católicos de todo el mundo rezaron diariamente por la conversión de Rusia.
Sus oraciones tuvieron respuesta directa en 1989, pero, incluso antes, el mensaje de Fátima arruinó los esfuerzos de la opinión de la élite secular que quería dar una oportunidad al ateísmo comunista. Aquello nunca funcionó porque Nuestra Señora de Fátima ya había reclutado a todos los católicos del mundo en una batalla espiritual contras las fuerzas del secularismo.
Segunda: Santa Teresa de Calcuta. Ella definió el catolicismo en el siglo XX para muchas personas, reavivando el interés sobre cómo deben ser tratados los más pobres de nuestro entorno y sobre qué define el mundo, si la impiedad o la gracia.
Tomemos el ejemplo del poema que Robert Louis Stevenson dedicó a una de esas hermanas, sor Mariana Cope, que trabajaba en una colonia de leprosos:
Al ver la infinita lástima de este lugar,
el miembro mutilado, el rostro arrasado,
inocentes que sufren sonriendo al azote,
un necio estaría tentado de negar a su Dios.
Él ve y se encoge; pero si solo mirara otra vez,
¡Vería la belleza que brota de los pechos del dolor! —
Se fija en las hermanas en las arduas playas,
e incluso el necio guarda silencio y adora.
La Madre Teresa hizo por el mundo lo que la hermana Mariana Cope por Robert Louis Stevenson: redefinir la pobreza como una oportunidad para la fe, en vez de una marca contra Dios.
Otras “Madres Teresas” menos conocidas hicieron lo mismo por todo el mundo, enseñando a generaciones de escolares e inmigrantes a pensar como católicos al margen de las expectativas del mundo. De sus clases surgieron líderes por los derechos civiles, líderes provida y un maremoto de trabajadores de la caridad.
2º: las hermanas definieron las líneas principales de la espiritualidad contemporánea.
Santa Teresa de Lisieux falleció en 1897, pero el impacto de sus escritos se sintió por toda la Iglesia del siglo XX. Su caminito definió la vocación católica diaria de “hacer cosas pequeñas con un amor enorme” y trazó una línea directa hasta la vocación universal a la santidad del Vaticano II.
Mientras tanto, santa Faustina definía a Dios mismo para nosotros: “Dios tiene un nombre: misericordia”, decía san Juan Pablo II.
Pensemos en la inmensa cantidad de catequesis contenida en una parte del rosario de la Divina Misericordia que Faustina nos entregó: “Por su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero”. Rezar esto es aprender que el sacrificio de Cristo es uno para todos, que el pecado es una tragedia para nosotros y también para los demás, pero que podemos ayudar a curarlo.
Madre Angélica fue una poderosa escritora de una profundidad espiritual inesperada, pero tiene su sitio en esta lista de gigantes porque se atrevió a encontrar un lugar para la fe católica en el medio más influyente del siglo XX: la televisión.
Estas mujeres transformaron la forma en que los católicos interactuamos con nuestros trabajos, nuestras familias, con Dios y con la cultura. Y cada una de ellas se definió con los votos que asumió en un convento.
3º: las hermanas nos transforman con el testimonio de su vida y oraciones.
Recientemente, un museo de Ohio presentó un anuncio de las Hermanas de la Presentación de la Bienaventurada Virgen María en Aberdeen, Dakota del Sur:
“No ofrecemos salario, recompensa, vacaciones ni pensión, pero sí trabajo duro, una residencia humilde, pocas consolaciones, muchas decepciones, enfermedades frecuentes y una muerte violenta o solitaria”.
El hecho de que muchas mujeres asuman jubilosamente ese desafío nos enseña algo que, de otra forma, sería mucho más difícil de entender: Dios es real, su voluntad es la única felicidad auténtica y espera a sus amigos en el paraíso.
¿Cómo serán los próximos 100 años? Recemos para que haya más hermanas que nos lo muestren.