¿No estamos desfigurando lo que es principal y prioritario?
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Es el tiempo de las primeras comuniones, en las que tantos miles y miles de niños de todo el mundo se acercan a recibir por vez primera a Jesús en la Eucaristía, presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.
Estos niños y niñas, con sus almas sencillas y tiernas se preparan para recibir al mismo Dios por ese milagro permanente que es la transubstanciación del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, que padeció y murió por nosotros en la Cruz y después resucitó.
Es el mismo Jesús hijo de María, quien, en unión con el Padre y el Espíritu Santo, está escondido en la Sagrada Hostia.
Los niños, cuando se les ha explicado, entienden muy bien la presencia real de Cristo en la Eucaristía, porque tienen el alma entera abierta al Creador, y porque la Virgen María, Madre de Dios y de la Iglesia, cuida a estos niños con un mimo especial, con ternura.
Sin embargo, en algunos lugares, o mejor dicho en algunas familias, confunden esta realidad espiritual de los niños con unas fiestas que deshacen la necesaria austeridad y recogimiento del niño o de la niña que recibe por vez primera el Cuerpo de Jesús.
Y esta realidad espiritual la perciben muchos mejor los niños cuando esta revestida de una austeridad material en todo el entorno del acto de la Primera Comunión.
Hace unos días un amigo me comentó que se quedó un poco sorprendido cuando un pariente suyo le invitó a la primera comunión de su hija Isabel.
Según su testimonio, la familia de la niña –los padres—habían invitado a unas 70 personas entre parientes y amigos.
Tras la Comunión debía celebrarse un banquete en un conocido restaurante, con tanto de entremeses, primer plano, segundo, postre, tarta y regalitos, que venía a costar unos 70 euros el cubierto.
O sea 5.000 euros solo la comida. Luego había copas y baile. O sea como un banquete de bodas.
Pero esto no era todo. Querían vestir a la niña de blanco, con velo y vestido largo de tul, casi como si fuera una novia. Un peinado especial –que dijo que le favorecía porque tenía el cabello largo—unos zapatos blancos de diseño y varios complementos. Era prácticamente una novia de 11 años.
Mi amigo estaba preocupado, tanto que quiso hablar en serio con su pariente y decirle que aquello era un disparate.
La niña Isabel, dijo mi amigo, estaba más pendiente de la fiesta, de los regalos que recibía, del peinado, del vestido, del maquillaje, que de lo que era realmente importante: recibir por vez primera a Jesús en el Sacramento de la Eucaristía.
Al padre de la niña le sorprendió el comentario de su pariente, pues era su única hija y no le importaba “tirar la casa por la ventana”. Además, dijo el padre de Isabel, todo está reservado, hemos dado paga y señal y no hay vuelta atrás.
Mi amigo se puso triste y no sabía si aceptar la invitación a la primera comunión de Isabel o ir tras mantener una conversación con la madre y la propia hija sobre el significado de la fiesta.
Esta situación me hizo pensar que hoy todavía hay padres que confunden una Primera Comunión con un fiestón por todo lo alto, desdibujando de este modo la necesaria austeridad de una fiesta que tiene que ser muy íntima, al tiempo que festiva, para el niño o niña que hace la primera comunión y para sus padres y, si es el caso, los hermanos.
Y pensé: ¿vale la pena gastarse tanto dinero en una primera comunión? ¿No estamos desfigurando lo que es principal y prioritario? No faltan quienes incluso quieren transformar en un acto social de “prestigio” la primera comunión de su hijo.
En el caso de las niñas no faltan críticas de quienes ven en ello un despilfarro, o de padres que quieren emular el standing de otros.
O lo que empieza a circular hoy: los padres no creyentes o de otra religión, empujados por sus hijos o por el ambiente, quieren celebrar “comuniones civiles”, poniendo a la niña de largo y organizando una fiesta parecida sin pasar por la parroquia.
Todo ello lleva a diluir el sentido religioso profundo de la fiesta de la primera comunión.
No faltarán tampoco problemas a la hora de quiénes son los padres del niño o de la niña, o por qué no puede comulgar el padre divorciado casado con otra mujer, o el padre recién llegado que es pareja (conviven juntos) con la madre.
Estos problemas no ocurren solo en las comuniones, sino en las bodas y en todos los encuentros familiares.
¿Qué dice el papa Francisco en estos casos? Hay que discernir, informar bien, comprender, pero sin ceder en lo que es esencial en el Sacramento de la Eucaristía y sobre quién lo puede recibir.
Cuando se da toda la información con la caridad necesaria, y cuando hay comprensión, los problemas de desvanecen.
Hoy se comenta poco, pero conviene insistir en que para comulgar los fieles deben cumplir ciertas condiciones, como estar en gracia y haberse confesado de sus pecados. Y cogidos uno en uno con caridad todo se soluciona.