Tendemos a pensar en lo que podemos o no podemos hacer, y nos olvidamos de estar con el otro
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Comenta el papa Francisco: “A quienes en nuestras sociedades han perdido toda esperanza y el gusto de vivir, les digo: – Dios hace nuevas todas las cosas. Que nos ayude a reanudar con más coraje, esperanza y amor caminos de reconciliación con Dios y con los hermanos”.
El otro día leía: “El sentimiento de desesperanza que todos experimentamos nace en realidad de nuestra tendencia a introducir demasiado de nuestro yo en la escena. Al hacerlo así, es fácil que nos sintamos invadidos por sentimientos personales de impotencia o de pura incapacidad física cuando constatamos la aparente insignificancia de un solo hombre en un mundo corrompido. Tendemos a concentrarnos en nosotros, a pensar en lo que podemos o no podemos hacer, y nos olvidamos de Dios, de su voluntad y de su providencia. Dios, sin embargo, no se olvida nunca de la importancia de cada uno, de su dignidad y su valor y del papel que nos pide que desempeñemos en la obra de la providencia”[1].
Dios puede hacer nuevas todas las cosas. Y yo me olvido. Puede cambiar la oscuridad en luz y puede quitar los obstáculos que no me permiten avanzar. No puedo dejar de creer. No puedo dejar de confiar.
Tiene la vida mucho de ese estar de Jesús con sus discípulos sin decir nada. Aparentemente perdiendo el tiempo. Dejando pasar la vida sin hacer nada verdaderamente importante. Estamos tan acostumbrados a producir y aprovechar el tiempo.
Ese estar con el otro es algo que se pierde cuando sólo buscamos la productividad. Estamos con alguien para hacer algo. Vamos a un lugar para hacer algo. Y olvidamos que ese estar con el otro es algo sagrado.
Creo que nuestra vida va demasiado deprisa. Vamos de un lado a otro. Solucionando problemas. Llegando tarde a los sitios. Respondiendo a expectativas. Con prisas. Sin pausa. No nos detenemos a mirar, a descansar.
Siempre tenemos la cabeza centrada en ese móvil que nos cuenta lo que está por venir, lo que ya ha ocurrido, lo que tenemos que hacer, lo que sucede en otras partes.
Nos centramos en tantos gritos de los ausentes a los que tenemos que responder. Porque todo va muy rápido. Y siempre nos demandan en algún sitio diferente. Una llamada perdida. Un mensaje sin contestar. Una cita que se viene encima.
No alzamos la mirada para buscar a Jesús, para buscar a los hombres. No es tan sencillo estar con Jesús sin hacer nada. Estamos muy ocupados. ¡Cuánto nos cuesta parar!
Por eso nos encontramos con un mundo en el que el hombre pierde las ganas de luchar, de vivir. Pierde la esperanza.
La Pascua nos muestra a Jesús resucitado que viene a comer conmigo, a perder el tiempo a mi lado.
Jesús que se aparece en mi vida cuando menos lo espero. Viene a darme ánimos, a darle sentido a mi pesca, a mostrarme por dónde caminar y echar las redes. Viene para estar a mi lado en el dolor y la ausencia.
Cuando desconfío de la vida. Viene tantas veces y yo dudo. O no estoy presente cuando llega. O miro en otra dirección.
Una persona rezaba: “Me gustaría verte siempre, pero no lo consigo. Verte en la ausencia cuando pierdo y no logro lo que sueño. Verte en la abundancia de la vida cuando todo me sonríe. Vienes sin reproches a mi vida. No me echas nada en cara. Y haces milagros conmigo. Yo no hago esfuerzos y los frutos son tuyos. A veces me empeño tanto en sacar todo adelante yo solo. Quiero confiar siempre en ti. Yo me fío. Me quiero fiar. Aunque parezca absurdo confiar. Quiero tener fe en tus promesas. Sentarme callado junto a ti, con mis hermanos, en silencio. Sabiendo que eres Tú el que vienes a quedarte a mi lado”.
Es la confianza en ese Jesús que viene a hacer en mí todo nuevo. Él hace todas las cosas nuevas. Cambia mi forma de mirar, de hablar, de confiar, de creer.
Me cuesta pensar en ese poder imposible. ¿Cómo va a cambiar mi forma de mirar la vida? ¿Cómo va a enseñarme a amar superando todas mis barreras?
Cuando no creo en su poder cierro la puerta de entrada. No le dejo actuar. No me fío. No hago caso a sus deseos y Él no logra transformar mi corazón.
Jesús quiere que eche las redes donde Él me pide y yo no me dejo. Quiere que camine en la dirección que me señala. Yo dudo. Quiere entrar en mi barca. Quiero confiar.
[1] Walter Ciszek, Caminando por valles oscuros