En la rueda de prensa después del viaje, explicó por qué no recibió en privado a los padres de los 43 normalistas de Ayotzinapa
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Tanto en el vuelo de regreso de Ciudad Juárez a Roma como en el Ángelus del pasado domingo 21 de febrero, el Papa Francisco tocó el tema de la realidad mexicana y del dolor de tantas familias del país que sufren la pérdida de seres queridos por la violencia, así como de la fe del pueblo, a la que calificó como “robusta”.
Una de las críticas más reiteradas por parte de la prensa mexicana, fue que el Papa, quizá orillado por el gobierno mexicano, no había recibido a los representantes de los miles de desaparecidos que hay en México (20,000 según algunos conteos) y especialmente, a los padres de los 43 estudiantes de la normal rural de Ayotzinapa, cuyo paradero se ignora desde el 26 de septiembre de 2014.
En ese sentido, durante el vuelo de México a Italia, la enviada del periódico mexicano “Milenio”, María Eugenia Jiménez, preguntó al Papa Francisco por qué no se reunió con los familiares de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa –como caso emblemático– y también le pidió un mensaje para los familiares de los miles de desaparecidos.
La respuesta del Papa Francisco fue que en sus mensajes durante la visita a México “hay referencias continuas a los asesinatos, a las muertes, a las vidas cobradas por todas estas bandas de narcotráfico y traficantes de personas. Es decir, que de ese problema hablé como una de las llagas que está sufriendo México”.
Más adelante, detalló que “hubo algún intento de recibir personas, y eran muchos grupos, incluso contrapuestos entre ellos, con luchas internas. Entonces yo preferí decir que en la Misa los iba a ver a todos, en la Misa de Juárez si preferían o en alguna otra, pero me abría a esa
disponibilidad”.
El Pontífice dijo que era prácticamente imposible recibir a todos los grupos que, por otro lado, también estaban enfrentados entre ellos. “Es una situación que es difícil de comprender para mí, claramente, que soy extranjero. Pero creo que incluso la sociedad mexicana es víctima de todo esto: de los crímenes, de este hacer desaparecer gente, de descartar gente (…) Es un dolor que me llevo muy grande, porque este pueblo no se merece un drama como éste.”
Sentido recuerdo en el el Ángelus
En el encuentro dominical con los fieles que van a San Pedro y con el mundo católico, el Papa “de las sorpresas”, como se le llamó en México, dijo que el viaje apostólico a la tierra de la Virgen de Guadalupe, había sido ”una experiencia de transfiguración.”
En México, dijo el Papa Francisco, ”el Señor nos ha mostrado la luz de su gloria a través del cuerpo de su Iglesia, de su Pueblo santo que vive en aquella tierra. Un cuerpo tantas veces herido, un pueblo tantas veces oprimido, despreciado, violado en su dignidad. De hecho, los diversos encuentros vividos en México han estado llenos de luz: la luz de la fe que transfigura los rostros e ilumina el camino.”
Más adelante detalló que el centro espiritual de la peregrinación fue el santuario de la Virgen de Guadalupe. Y agregó: “Permanecer en silencio ante la imagen de la Madre era lo que me proponía en primer lugar. Y doy gracias a Dios por habérmelo concedido. La he contemplado y me he dejado mirar por aquella que lleva grabadas en sus ojos las miradas de todos sus hijos y recoge los dolores de las violencias, los secuestros, los asesinatos, los abusos contra tantas personas, contra tantas mujeres”.
En su alocución, Francisco recordó que la Basílica de Guadalupe es el santuario mariano más visitado en todo el mundo (cerca de 22 millones de personas lo visitan cada año) y que ahí van de toda América para rezar “donde la Virgen Morenita se mostró al indio san Juan Diego, dando inicio a la evangelización del continente y a su nueva civilización, fruto del encuentro entre diversas culturas.”
Y subrayó que, “precisamente esta es la herencia que el Señor dejó a México: custodiar la riqueza de la diversidad y, al mismo tiempo manifestar la armonía de la fe común, una fe sencilla y robusta, acompañada por una gran carga de vitalidad y humanidad.”
Finalmente, el Papa cerró, por así decirlo, el viaje a México recordando las experiencias de san Juan Pablo II (que visitó al país cinco veces) y de Benedicto XVI (que fue solamente una vez): “yo también fui a confirmar la fe del pueblo mexicano pero, al mismo tiempo, a ser confirmado; recogí a manos llenas este don para que de él se beneficie la Iglesia universal.”