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San Gregorio de Narek

Monje, doctor de los armenios, ilustre por su doctrina, sus escritos y su sabiduría mística

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Se le supone nacido en Armenia hacia el 944, y murió en Narek, sobre el lago Van (Turquía), en 1010.

Fue hijo del obispo de Ansevatsik, que se llamaba Cosroes.

Desde muy pequeño lo tomó bajo su protección su tío materno, Ananías el Filósofo, que era abad del monasterio de Narek.

Allí fue instruido de modo especial en el conocimiento de las Santas Escrituras, se distinguió por su rigor ascético, y por su espíritu de oración. Gregorio pasó toda su vida tras los muros del monasterio.

Después de ser ordenado sacerdote, lo hicieron formador de los novicios que deseaban entrar en la vida monástica. Su fama de santidad y sabiduría trascendió las paredes de Narek, pasó a los monasterios vecinos y se convirtió sin pretenderlo en reformador de monjes.

Por la envidia de su sabiduría, y debido también a la estricta observancia de las normas de vida conventual, se ganó la enemistad de algunos que abrieron contra él una auténtica persecución; le llegaron a acusar injustamente de herejía, y aquella campaña terminó con la deposición de sus cargos.

Es uno de los grandes poetas de la literatura universal. Su obra poético-literaria se encuentra dispersa en el extensísimo Libro de oraciones; sus más de veinte mil versos los compuso en poco más de tres años.

Cuenta el sinaxario armenio que los obispos desearon conocer la clase de herejía que profesaba Gregorio de Narek; comisionaron a dos monjes sabios de su total confianza para que se entrevistaran con él y descubrieran sus errores.

Aquellos buenos delegados temían una entrevista formal con quien tenía fama de recto y sabio; prefirieron hacer otras cuentas y someterlo a una especie de juicio de Dios.

Idearon hacerle un exquisito paté de pichón y dárselo a comer en cuaresma; el asunto consistía en que, si Gregorio se comía el paté, sería hereje; si lo rechazaba, demostraría su fidelidad a la doctrina.

Se refiere que, nada más verlos entrar en su celda, Gregorio dejó su oración, se puso en pie, abrió la ventana y dio unas palmadas en el aire, mientras gritaba a los pájaros: “Venid, pajaritos, a jugar con el pescado que se come hoy”.

Entendieron aquellos monjes que el modo de resolverse la trampa era testimonio más que evidente de su santidad, y tomaron buena cuenta de su inocencia, porque un hereje nunca hubiera podido realizar tal gesto.

Y bien pudo ser así; porque, aunque el premio prometido comienza a disfrutarse detrás de los linderos de esta vida, algunas veces el buen Dios concede un anticipo tanto para mostrar su grandeza, como para dar un respiro de justicia a los que le son fieles.

Artículo originalmente publicado por santopedia

Oración de san Gregorio de Narek a la Madre de Dios (del Libro de las Oraciones):

Hacia Ti me vuelvo, santa Madre de Dios,
Tú que has sido fortificada y protegida por el Padre Altísimo,
preparada y consagrada por el Espíritu que sobre Ti reposó,
embellecida por el Hijo que habitó en Ti:
ayúdame con tus oraciones,
a fin de que socorrido siempre por Ti y colmado con tus beneficios;
habiendo hallado refugio y luz junto a tu santa maternidad
viva yo para Cristo, tu Hijo y Señor.

Sé mi abogada, demanda, suplica;
pues, así como creo en tu inefable pureza,
así creo también en la buena acogida que se hace a tu palabra.

Glorifica en mí a tu Hijo:
que Él se digne obrar divinamente en mí el milagro del perdón y de la misericordia,
¡oh, servidora y Madre de Dios!
¡que por mí tu honor sea exaltado, y que por Ti mi salvación se manifieste!

Así ocurrirá, ¡oh Madre del Señor!;
si en mi búsqueda incierta me acoges, ¡oh Tú, toda disponible!;
si en mi agitación me tranquilizas, ¡oh Tú, que eres reposo!;
si la inquietud de mis pasiones Tú la transformas en paz, ¡oh pacificadora!;
si Tú, que eres dulzura, endulzas mis amarguras;
si Tú, que has superado toda corrupción, me despojas de mis impurezas;
si Tú, ¡oh gozo! de repente detienes la voz de mis sollozos.

¡Oh Tú, Madre del Altísimo Señor Jesús, creador del universo y de todo,
a Quien, de un modo indecible, Tú diste a luz, con toda su humanidad y toda su divinidad,
Él que, con el Padre y el Espíritu Santo, es glorificado en su misterio de Dios y en su misterio de Hombre;
Él, que es todo en todas las cosas!
¡Para Él sea la gloria por los siglos de los siglos, Amén!

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