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Mudanza: cómo gestionar el estrés de los niños

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Edifa - publicado el 28/05/21
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Cambiar de casa, de escuela y de compañeros… La experiencia puede ser difícil de gestionar para los niños, que muestran diferentes problemas y angustias. Sin embargo, al hacerles participar de la aventura, es posible limitar los temores y los llantos

La adaptación de los niños durante una mudanza requiere tiempo y depende de la propia confianza que tengan en sí mismos, afirma la psicoterapeuta Virginie Tesson. ¿Cómo ayudarles a pasar esta etapa difícil?

Lo que caracteriza una mudanza es la pérdida de las referencias. Fragiliza a los más débiles. En los más pequeños, este desequilibrio puede manifestarse a través de trastornos de la conducta, del apetito o, más a menudo, del sueño.

El niño no puede conciliar el sueño o bien llora al acostarse y se despierta varias veces por la noche, como si estuviera perdido. Con los niños mayores, lo más difícil sigue siendo la ruptura de los lazos de amistad.

La reacción de los niños al cambio depende directamente de su grado de confianza en sí mismos y de su confianza en la vida. Si es buena, pueden superar esta pérdida de referencias y de amigos, mantener la confianza, acercarse a los demás, dejarse amansar.

Si la confianza es débil, la pérdida se vivirá con color y con una tendencia a aislarse. El niño necesitará tiempo, varias semanas al menos, para asimilar el cambio.

La mudanza reactiva una ansiedad por separación que, a veces, encuentra su origen desde el vientre materno.

Cuando la madre va bien, cuando está contenta, el niño en el útero siente el amor de su madre. Cuando ella sufre, por cualquier razón, el niño lo percibe como una falta de amor.

Eso se inscribe en su memoria inconsciente y puede reactivarse durante una separación posterior, como una mudanza.

Como para todos los trastornos ligados a una ansiedad por separación, aconsejo a la madre que revise con su hijo la historia de su vida. Recuperar los momentos dolorosos y decirle que, en esos momentos, aunque el niño o niña no lo sintiera, seguía siendo amado.

Luego, evocar con él o ella el sufrimiento manifestado durante la mudanza e invitarle a decidir creer que, en esta situación, todavía sigue siendo amado por su padre y su madre.

Hay que insistir: el amor permanece para siempre, aunque vea tantos cambios a su alrededor.

Hablar a los niños de la mudanza lo antes posible les da tiempo para prepararse. Los padres deben decirle lo que sepan y, sobre todo, cómo viven ellos mismos este cambio.

Que le expliquen los motivos de su elección: "Hemos pensado que podríamos cambiar de ciudad para que papá sea feliz en su trabajo y porque un papá cómodo en el trabajo es algo bueno para toda la familia".

Una mudanza que comprende toda la familia es una fuente de fuerza y de unidad.

Que cada uno tenga la capacidad de expresar lo que sienta: "¿Cuáles son tus miedos, qué dificultades te preocupan? ¿Qué cosa te alegra?".

En el primer nivel de las inquietudes está la pérdida de los amigos. En el caso de los mayores, depende de ellos mantener los antiguos amigos si lo desean. No me gusta decir "Ya encontrarás otros". Cada encuentro, cada amistad, es única, no se puede reemplazar. Pero “además, harás nuevos amigos”, eso sí.

Todo lo que se ha vivido antes es una riqueza. Ese tesoro no se pierde, al contrario, permanece para siempre, por poco que lo deseemos.

Sí, para algunos puede ser un camino de crecimiento. Pero cuidado: psicológicamente, este cambio se parece a un duelo.

Los miembros de la familia pasarán por momentos de desánimo, de tristeza (por no ver todos los días a los seres queridos), de miedo (¿tendré la capacidad de ser feliz aquí, de renovar unos vínculos de amistad?).

Cada uno debe poder expresar sus sentimientos, tanto adultos como niños.

No hay un consejo milagroso, ya que el problema de adaptación va ligado a una dificultad más antigua. Sobre todo, no positivizar –"¡Ya verás, será estupendo!"–; más bien al contrario, intentar de verdad acompañar al niño en el dolor que vive, ayudarle a poner nombre a sus pérdidas.

Lo esencial es ponerle frente a su elección, invitarle a elegir la vida, la felicidad, y así salir de él y atreverse a ir al encuentro.

Al principio, no hay que preguntar al niño sobre su trabajo en la escuela, sino sobre sus relaciones: "¿Has hecho amigos? ¿Cómo se llaman, qué hacen, a qué juegan?". Que vayan al encuentro de los demás y vivan esta alegría de dejarse acoger.

Entrevista realizada por Raphaëlle Simon

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