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Nuestra vida espiritual se ha encarnado: no hay por un lado la oración y por otro la vida cotidiana. En Dios, se une toda nuestra persona porque Él nos ama en cada instante, a través de las pequeñas cosas que tejen nuestra existencia. Celebrar la Pascua no debería limitarse pues a la participación en la misa (aunque sea primordial): todas las dimensiones de nuestra humanidad, incluso las más prosaicas, pueden ser iluminadas por la alegría de la Resurrección.
Pascua comienza el sábado por la tarde. La presencia de niños muy pequeños no permite siempre ir a la víspera pascual, que es relativamente larga. Podemos, en este caso, señalar “esta noche tan santa en la que Nuestro Señor Jesucristo pasó de la muerte a la vida” (Liturgia de la noche pascual), con una celebración familiar. Esta se puede realizar de manera muy sencilla, retomando algunos elementos litúrgicos: un gran cirio en el cual cada uno enciende su vela, un cuenco con agua bendita en la que mojamos la mano antes de santiguarnos, en recuerdo del bautismo, la lectura del evangelio de la Resurrección; algunos cantos gozosos, entre los cuales el Aleluya, claro. Como en la iglesia, podemos comenzar en una habitación completamente a oscuras y encender luego todas las luces.
Con los mayores, no dudemos en participar en la víspera pascual. Para mantener la atención de los niños durante las lecturas, que les parecen a menudo austeras, pensemos en tener misales para que puedan seguir los textos. Para los pequeños que no saben leer todavía, traigamos biblias en imágenes sobre las cuales les mostraremos los episodios evocados: la Creación, el sacrificio de Abraham, etc. Incluso si les es difícil estar atentos y recogidos durante toda la velada, podemos estar seguros que los niños son generalmente muy sensibles a la particular atmósfera de la noche de Pascua.
Volviendo a la velada, ¿por qué no compartir un bollo y un mus de chocolate, por ejemplo, u otros manjares de fiesta? Lo que se come es importante para la mayoría de niños… ¡y no solamente para ellos! Ciertamente es secundario, pero no está exento de significado. Una cena cuidada, ropa bonita, una casa llena de flores y de luces, pequeñas sorpresas (empezando por los huevos en el jardín), todo esto cuenta e impacta a los niños, que guardarán de la Pascua el recuerdo de una gran y bella fiesta.
Como en Navidad, podemos establecer alrededor de Pascua tradiciones familiares: aquí intercambiamos en la noche de Resurrección velas decoradas con cintas; allá decoran huevos que serán ofrecidos a los vecinos; allá es la “Mona de Pascua” que podríamos elaborar solamente en esta ocasión; o pequeños panes en forma de peces, que recuerdan el ichtus tan querido por los primeros cristianos.
La decoración de la casa, el acondicionamiento del rincón de oración, los cánticos y la música, el desayuno del domingo de Pascua... O las cartas enviadas a los familiares y amigos alejados... tantos detalles que tienen su importancia para señalar esta fiesta de Pascua con una huella particular. Pascua se prolonga durante todo el tiempo pascual, como lo testimonia el cirio pascual que, en nuestras iglesias, ilumina los oficios hasta la víspera de Pentecostés. Es bueno que señalemos esto en la casa, en particular en la decoración del rincón de oración.
Un candelabro de siete brazos, símbolo de las siete semanas de Pascua, puede ser encendido cada tarde; pero, a diferencia de las velas de la corona de Adviento, que encendemos progresivamente, las siete velas pascuales brillan al mismo tiempo. Efectivamente, ¡desde la noche de Pascua, estamos invitados a entrar plenamente en la inmensa alegría de la Resurrección!
Christine Ponsard