Durante esta Cuaresma déjate guiar por lecturas espirituales y camina hacia la Pascua con grandes maestros antiguos como San Francisco de Sales o Santo Tomás de Aquino
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La Biblia es esencial para un cristiano. Pero también los textos de la Tradición, es decir, toda esa sabiduría que a lo largo de los siglos los grandes clásicos de la espiritualidad cristiana nos han regalado. Lo explica en la siguiente entrevista el sacerdote y escritor Max Huot de Longchamp.
San Francisco de Sales, San Claudio La Colombière, Bérulle, Olier… ¿Es necesario interesarse por estos autores antiguos cuyo estilo a veces está desfasado?
El Concilio Vaticano II nos recuerda que la Sagrada Escritura y la Tradición de la Iglesia provienen de la misma fuente, de la única Revelación que Dios hace de sí mismo.
En el caso de los maestros espirituales, podemos decir que su enseñanza está directamente relacionada con su experiencia de Dios, y en eso están en el corazón de toda la Tradición.
La Escritura misma es un primer resultado de esta Tradición, ya que es la Iglesia la que ha reconocido, y luego fijado, el canon de la Escritura.
El tesoro de los santos
Y es el mismo reconocimiento que le ha hecho declarar oficialmente a lo largo de los siglos la santidad de algunos de sus miembros, haciendo su enseñanza normativa para la fe de los fieles.
A lo largo de este proceso, “el conocimiento divino está impreso en nosotros”, como diría santo Tomás, haciéndonos entender lo que aún no entendíamos del misterio de Cristo, permitiéndonos vivirlo y proclamarlo cada vez mejor.
¿Están todos los fieles católicos llamados a sumergirse en los escritos de la Tradición espiritual de la Iglesia?
Es tan esencial para un cristiano frecuentar los textos de la Tradición autentificados por la Iglesia como lo es frecuentar la Sagrada Escritura.
Santo Tomás de Aquino trata simultáneamente con la inspiración bíblica, la vida contemplativa, la teología y la predicación: todo esto va junto, porque es en el mismo acto que se recibe y transmite la palabra de Dios.
Evangelizar es vivir la Encarnación continuamente en proporción a nuestra exposición al Espíritu Santo, permitiendo que el Verbo se encarne y hable en nosotros.
Sabiduría del corazón
¿Esta tradición de los maestros espirituales no está reservada a los intelectuales?
No confundamos lo intelectual con lo espiritual: un texto espiritual pide ser leído “en el Espíritu que inspiró a su autor”, dice La Imitación de Cristo.
Este Espíritu es aquel cuya epístola a los romanos nos dice que El llenó de caridad nuestros corazones: ya veis que no se trata de haber estudiado mucho.
La palabra de Dios es una declaración de amor, y su lógica es la del corazón, que no quita nada a la inteligencia y la cultura, sino que da la clave para ello.
¿Por qué, en su opinión, esta tradición no es suficientemente reconocida?
Una causa lejana me parece ser el divorcio pronunciado en la Sorbona en el siglo XIII entre la literatura espiritual y la teología universitaria.
Doctores de la Iglesia
Durante siete siglos, los profesores de teología han despreciado a autores como san Juan de la Cruz y san Francisco de Sales, aunque, paradójicamente, ¡son estos últimos los que suelen ser declarados Doctores de la Iglesia!
Uno puede ser doctor en Teología hoy en día sin haber leído una página de Teresa de Ávila o de Juan de la Cruz, ambos Doctores de la Iglesia!
El resultado es que muchas parroquias o diócesis ofrecen una formación bíblica de calidad, pero se ofrece muy poco para aprender a leer a Teresa de Ávila explicándote el desarrollo de una vida de oración, o a san Francisco de Sales contándote los grados del amor de Dios.
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Fiabilidad
¿Qué hace que un escrito espiritual sea un texto oportuno para la meditación de los fieles?
Una canonización, al menos en los tiempos modernos, es una etiqueta oficial que invita a los fieles a seguir la enseñanza del santo sin reservas. Y la Iglesia refuerza esta invitación aún más cuando el santo es declarado “doctor”.
En cualquier caso, el primer acto de un proceso de canonización es verificar bajo una lupa la perfecta concordancia de esta enseñanza con la de la Iglesia.
Comencemos, pues, con los santos, con los grandes, sin perdernos en los dudosos escritos que a menudo juegan más con lo maravilloso y los sentimientos que con la fe:
“He notado que muchos no hacen ninguna diferencia entre Dios y el sentimiento de Dios, entre la fe y el sentimiento de fe, ¡lo cual es un defecto muy grande!” dijo San Francisco de Sales.
¿Deberíamos entonces leer solamente los escritos de los santos “oficiales” para alimentar nuestra vida espiritual?
Es cierto que la Tradición espiritual tiene muchos autores que no están canonizados. Hay quienes, evidentemente, podrían ser canonizados y no plantean ningún problema de fiabilidad, un Père de Caussade por ejemplo, autor de un famoso libro sobre El Abandono a la providencia divina; hay otros, como Jeanne Guyon, que son fascinantes, pero sujetos a la duda.
La clave es dejarse guiar por alguien competente y que, en particular, sepa indicar el grado de fiabilidad del texto propuesto. Guiar a los fieles en sus lecturas espirituales es parte de la misión de la Iglesia, depositaria de la Tradición.
Dialogar con Dios
¿Leer o meditar es orar? ¿Cuál es el vínculo entre frecuentar autores espirituales y la oración?
El monje cartujo Guigues II, en el siglo XII, explica el desarrollo de la vida espiritual del cristiano en las pocas páginas de su Escala del Paraíso.
Describe al monje como un “rumiante”: así como una vaca roza la hierba, la traga, luego regurgita y la mastica antes de volver a tragarla y asimilarla, hay un continuo ir y venir en la vida espiritual entre la palabra de Dios leída y meditada, y su digestión y asimilación, que corresponde a la contemplación propiamente dicha.
Toda relación entre dos personas necesita estos momentos de habla y estos momentos de silencio: dos novios se hablan, luego guardan silencio, luego vuelven a hablar ante un nuevo silencio que dice más de lo que se decían el uno al otro cuando hablaban, y así es como su vida en común se va tejiendo poco a poco.
Es así como la oración libera gradualmente en nuestros corazones la caridad que Dios derrama en ella, que los momentos de oración explícita son necesarios para que toda la vida se convierta en oración.
Por eso hay también mil maneras de rezar, con muchos o pocos textos según el apetito, con muchas o pocas palabras, gestos o imágenes, según los tiempos y los temperamentos, y que todas ellas convergen hacia esta transformación en Dios.
Plena actualidad
¿No están obsoletos ciertos textos en el mundo de hoy?
El mundo ha cambiado, ¡peor para él! “Stat crux dum volvitur orbis! “(“El mundo cambia, ¡la Cruz no!”), dicen los cartujos.
Si la Iglesia ha desarrollado su predicación, no la ha cambiado. Por supuesto, los textos están envejeciendo, y por eso insisto en la necesaria competencia de los profesores de lectura, que eliminarán los obstáculos técnicos nacidos de este envejecimiento.
¿Pero no es el ministerio apostólico, como lo describe san Pablo, precisamente para enseñar a los fieles a leer?
Y esto “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y al pleno conocimiento del Hijo de Dios, al estado de hombre hecho, a la medida de la estatura perfecta de Cristo“, escribe a los Efesios.
¡Esta es la escuela de los santos! Y no exageremos la brecha cultural entre un san Bernardo del siglo XII y un cristiano del siglo XXI. San Francisco de Sales o Fénelon siguen siendo muy legibles.
La Tradición despierta interés
¿Qué te enseña tu apostolado sobre la sed espiritual de los fieles cristianos?
Una sesión de lectura tradicional tiene éxito cuando los participantes salen no más eruditos, sino más cristianos.
Para ello, deben dar las palabras que liberarán la gracia, deben “hablar el idioma que habla Dios”, como diría Juan de la Cruz.
Para enseñar este lenguaje, el pastor es el que abre el Evangelio a la página correcta, permitiendo a los fieles entender cada vez mejor lo que Dios está viviendo con y en ellos.
Los tiempos son mejores que hace veinte años: la ideología ya no interesa, y la Iglesia como institución ya no interesa mucho; por otro lado, Dios es apasionado, y la demanda de educación religiosa está en explosión.
Entre los cristianos, esto se manifiesta en la vuelta a la oración, la adoración y la confesión. Y entre otros, veo que el interés por la gran literatura mística en personas que, aunque se declaren agnósticas, nunca antes han estudiado y publicado tanto los textos de nuestra Tradición.
Entrevista realizada por Sophie le Pivain