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Las 7 etapas hacia la unión con Dios, según Teresa de Ávila

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P. Denis Marie Ghesquières - publicado el 20/04/16

A partir de su experiencia personal, describió las etapas, o «moradas» que atraviesa el alma hasta lograr el «matrimonio espiritual». Este es el apasionante itinerario que trazó para toda persona que anhele la unión con Dios.

Al final de su itinerario espiritual, Teresa de Ávila compara nuestra alma, donde habita Dios, con un castillo. Surge así el «Castillo Interior» o «Las Moradas», libro redactado en 1577, en el que describe la experiencia del «matrimonio espiritual», que ella misma vivió en 1572. 

Ahí, describe, con precisión, cada una de las etapas del crecimiento en la vida espiritual para llegar a la unión con Dios. Ofrece más detalles sobre las últimas etapas, pues corresponden a realidades más difíciles de comprender por las lectoras de su libro, que eran las monjas carmelitas. 

Del camino hacia Dios a la vida de Dios en nosotros

Las primeras moradas nos permitirán profundizar en nuestra vida espiritual, entendida como un camino hacia Dios. Luego, a partir de la quinta morada, se dará un giro radical: percibiremos nuestra vida como la vida de Dios en nosotros. 

Entonces, experimentaremos lo que San Pablo describe con estas palabras: «Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí» (Gálatas 2,20). De este modo, adquirimos una nueva conciencia sobre nuestra relación con Dios. En este itinerario espiritual, las primeras moradas son el lugar donde se transforman nuestras relaciones: en la segunda morada, la relación con el mundo; en la tercera, la relación con uno mismo; en la cuarta, la relación con Dios. De este modo, pasamos de lo más externo, el mundo, a lo más interno de nosotros: el mismo Dios.

Pero antes de continuar descubriendo estas etapas hacia la unión con Dios, hagamos una aclaración importante: pasar de una morada a otra es siempre una aventura, un viaje; ahora bien, no somos nosotros quienes elegimos el paso de una morada a otra de forma estable, en nuestra agenda espiritual. Es Dios quien nos descubre una mayor profundidad, cuando Él quiere, como Él quiere. 

Segunda aclaración importante, antes de entrar en la descripción de los temas de las moradas: podemos percibir los efectos espirituales de las moradas más profundas viviendo de forma estable en una morada menos profunda. Es muy posible obtener una muestra de lo que ya está en nosotros, porque –desde el principio– las siete moradas están en nosotros, ya que Dios está en nosotros. Así que Dios puede permitirnos saborear, experimentar, la cuarta y la quinta moradas, mientras aún estamos en la segunda o la tercera. Pero no es lo mismo experimentar estos presagios que vivir de forma estable en una morada. El paso de una morada a otra es siempre un momento esencial que podemos discernir de manera más o menos rápida.

1Primeras moradas: entrar en la vida espiritual

Las primeras moradas son el atrio de la vida espiritual y el fundamento de todo lo que sigue. Son los cimientos: las primeras moradas marcan un camino en el que profundizamos en la conciencia diaria de lo que somos, de nuestra dignidad, de nuestra gloria, que es ser la morada de otro: la morada de Dios. La puerta de entrada a la vida espiritual consiste, por tanto, en empezar a reconocerse a uno mismo como obra de Dios, como morada de Dios. La santa basa todo el camino espiritual del que va a hablar en cuatro citas bíblicas.

En primer lugar, Teresa utiliza esta conocida cita bíblica: «En la casa de mi Padre hay muchas moradas» (Juan 14,2). Podríamos pensar que se refiere a las muchas moradas del cielo, pero para Teresa estas muchas moradas están en cada persona. Las moradas de la casa del Padre están en cada persona. 

La segunda cita bíblica es: «Si alguien me ama, guardará mi palabra; mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos nuestra morada en él» (Juan 14,  23). En cierto modo, resume el viaje espiritual que vamos a describir, que comienza con una decisión, una progresión y una acción de Dios que se manifiesta y se une al alma.

Las otras dos citas están tomadas del Antiguo Testamento. Una aparece en el Libro de los Proverbios (8, 31), cuando Dios afirma: «mi delicia era estar con los hijos de los hombres». Nos está diciendo que el paraíso de Dios es el hombre, la persona humana. No vamos al cielo: somos el cielo de Dios. Nos encontramos ante un giro total. Nosotros no vamos al paraíso: es Dios quien hace de nuestra persona, de nuestra relación con nosotros, su paraíso. Así que el cielo para Dios es una relación viva. Por último, Teresa ve que si Dios nos creó «a su imagen y semejanza» (Génesis 1,26), es precisamente para que encontremos nuestra alegría al acogerlo en nosotros. Teresa se maravilla ante esta afirmación: esta es la señal de que estamos hechos para el amor y para un amor tan grande como el de Dios.

La peor miseria de Santa Teresa de Ávila consiste en vivir sin Dios o imaginar que hacemos el bien sin Dios

La entrada en la vida espiritual

La peor miseria de Santa Teresa de Ávila consiste en vivir sin Dios o imaginar que hacemos el bien sin Dios. Hacer el bien sin Dios, como ella dice, es complacer al diablo. Paradójicamente, el pecado más grave para ella no es tanto tener debilidades, limitaciones. Obviamente no está alentando el pecado, también nos invita a luchar contra las debilidades de la vida cotidiana y a corregirnos con la gracia de Dios. Pero lo peor para ella es no reconocer el bien, lo bueno y lo bello en nosotros mismos y en los demás como una realidad que tiene su fuente en Dios. Podríamos decir, aunque no lo dice explícitamente –pero si leemos con atención lo que escribe podemos entenderlo– que el pecado mortal es vivir sin Dios, hacer el bien sin Dios.

Los cuatro frutos de las primeras moradas

Los cuatro frutos de las primeras moradas madurarán a lo largo de nuestro camino espiritual. Los frutos de esta entrada en el Castillo Interior, de esta entrada en la relación con Dios, en su presencia en nuestra vida cotidiana, los encontramos descritos en el segundo capítulo de las primeras moradas. Son cuatro. Teresa los describe al principio: estos frutos madurarán según avanzamos por las siete moradas del Castillo.

La libertad. El ejercicio más elevado de nuestra libertad es precisamente acoger esta presencia de Dios, reconocer lo que somos, es decir, que hemos sido creados «a su imagen». La oración, en todas sus formas, es un compromiso de libertad, ya que para Teresa la oración consiste en volverse hacia Dios, en cultivar nuestra relación con Dios. Hay que vivirla en diferentes lugares y de diferentes maneras en nuestra vida cotidiana. Evidentemente, Teresa insiste mucho en la oración silenciosa, uno de cuyos frutos consiste en recibir nuestra vida como el lugar concreto donde tenemos que vivir nuestra relación con Dios.

La humildad no es humillación:es el reconocimiento de que somos: beneficiarios del don de Dios en todo momento y en todas las cosas, no solo en las espirituales. Somos creados, recibimos muchas cosas a lo largo de nuestro día, desde la comida hasta las relaciones, lo que hemos aprendido, nuestras habilidades, las realidades naturales, culturales, espirituales, etc. La humildad es, ante todo, el reconocimiento fundamental de que nuestra existencia es un don de Dios. La imagen, el modelo de la persona profundamente humilde, es evidentemente Jesús, que acoge toda su vida como un don de su Padre.

El desapego no significa que vivamos sin nada. Significa que alteramos nuestra relación con las cosas y las personas, que a menudo pueden ser de algún modo dominantes. El desapego nos lleva a una mayor libertad en nuestra relación con las cosas y con los demás, pero también con todos los bienes intelectuales y espirituales, e incluso con las virtudes morales. El desapego está ligado a la humildad: comprendemos que no somos dueños, tenemos mucha menos necesidad de una relación posesiva con las realidades. Todo esto se profundizará a lo largo de este itinerario.

Se trata de dejar que Dios nos enseñe a amar.

La caridad es tanto el objetivo final como el camino. Se trata de dejar que Dios nos enseñe a amar. Y el amor tiene dos direcciones unidas: el amor a Dios y el amor a los demás.

2Segundas moradas: la purificación

En las segundas moradas, nos embarcamos en este viaje de la vida espiritual que inevitablemente revelará en nosotros muchos apegos, muchos compromisos, muchas debilidades. Esperábamos recibir muchos consuelos y nos damos cuenta de que somos un campo de batalla. Podríamos establecer un paralelismo entre el libro de las Moradas y el libro del Éxodo: los hebreos salen de Egipto y esperan entrar enseguida en la Tierra Prometida. Pero se encuentran en el desierto. Se encuentran con sus dificultades y deben elegir confiar en Dios. Esto es lo que ocurre en estas segundas moradas. Como los hebreos guiados por Moisés, a veces podemos echar de menos nuestra antigua esclavitud sin poder o querer volver a ella, porque ahora somos conscientes de la esclavitud pasada. Antes éramos un esclavo inconsciente; ahora nos hemos convertido en un esclavo consciente. Pero seguimos desgarrados: estamos como entre dos sillas. Estamos en una lucha.

El secreto liberador

Lo que nos ayudará a avanzar es Cristo, que en su humanidad asumió todo lo que estamos viviendo. Asumió toda la realidad humana, por lo que el secreto consiste en creer en su fuerza, en el poder del misterio pascual de Cristo, de su cruz y su resurrección. La cruz de Cristo nos hace libres. «Esta es la libertad que nos ha dado Cristo», dice San Pablo en Gálatas (5,1). Aunque afrontemos pruebas, aunque no sea fácil, debemos aceptar en la oración la aridez, las dificultades. Moisés, dirigiéndose a los hebreos en esta situación, les dijo: «El Señor combatirá por vosotros, sin que tengáis que preocuparos por nada» (Éxodo 14, 14). Y escuchamos estas palabras cuando, en realidad, queremos todo menos estar tranquilos. La lucha consiste en creer que no estamos luchando solos y que es sobre todo la lucha de Cristo en nosotros. Debemos confiar en Él, porque solo él puede salir victorioso de esta lucha. Lo que depende de nosotros es acudir a Él lo más a menudo posible y elegir confiar en él.

3Terceras moradas: aprender a ser humilde

A menudo tenemos una imagen de nosotros mismos y sobre todo una relación con lo que hacemos que no es correcta. El Señor nos ha llevado a las terceras moradas. Ya hemos empezado a poner nuestra fe en Dios, lo hemos hecho de forma perseverante, mientras experimentábamos nuestras debilidades, y esto ya ha producido frutos en nuestras vidas, aunque obviamente todo está lejos de cumplirse. Corremos el riesgo de comportarnos como el joven rico: empezamos a hacerlo bien, nos esforzamos, pero corremos el riesgo, tanto externa como internamente, de desalentarnos, especialmente en la oración. Nos cuesta aceptar la sequedad, las tentaciones, las distracciones.

Corremos el riesgo de ser como el joven rico, que empezó bien, pero acabó marchándose triste. Del mismo modo, esperamos que los frutos que Cristo realiza en nosotros con nuestra colaboración activa nos permitan recibir recompensas de Dios en el plano espiritual. Nos gustaría que Dios nos repartiera consuelos, pero las cosas suceden de forma diferente. El problema es que acabamos quejándonos. Nos quejamos de nosotros mismos, porque nos gustaría ser santos en quince días, sentimos que las dificultades son injusticias y nos imaginamos que es realmente por nuestros méritos si servimos al Señor, si rezamos. Es algo muy sutil, porque si nos atribuimos los primeros resultados a nosotros mismos, entonces nos sorprendemos al ver que estos resultados no continúan.

Reconocernos como «simples servidores»

Aquí debemos reconocer que somos «simples servidores» (Lucas 17,7-10) y que todo lo que el Señor ha hecho ya en nosotros es una gran gracia que nos ha concedido. Desde luego, no es un mérito nuestro por el que se nos deba recompensar. Y no  hablemos ya del riesgo de compararnos con los demás, a los que podemos mirar con altanería diciéndoles lo que deben hacer. En resumen, corremos el riesgo de convertirnos en jueces insatisfechos. Esta tercera morada, que saca a la luz algunos defectos bastante clásicos entre los cristianos, e incluso entre los religiosos, consiste en salir del orgullo espiritual y de una relación equivocada con uno mismo y con los demás.  Es todo lo contrario de la actitud del siervo humilde y sin pretensiones que reconoce que lo recibe todo de Dios y vive para darle gracias. Se trata de recibir todo lo que nos da para ponerlo a su servicio, como un regalo. Porque todo lo que hacemos en su servicio nos lo da Él. Y, muy a menudo, el Señor recompensa a sus buenos servidores dándoles la posibilidad de servir aún más, más profundamente, cualitativamente.

4Las cuartas moradas: Dios ensancha el corazón

Las cuartas moradas se basan en los hermosos frutos que cosechamos en las terceras moradas, es decir, en el hecho de que nos consideremos mucho más como un servidor del Amor. Amar por amar es la única y verdadera recompensa. Ahora aceptamos las arideces en la oración, consideramos que nuestras virtudes no son nuestras, que podemos ser ciertamente virtuosos, realmente virtuosos, pero que es realmente Dios la fuente de nuestras virtudes y así nos hemos vuelto mucho más libres en relación con nosotros mismos y en relación con las gracias de la oración recibidas en la vida de oración. El fruto de esto es una mayor dilatación del corazón. Nos encontramos en aguas más profundas, puestas al descubierto.

Una gran paz

Una gran paz se establece gradualmente en las profundidades del alma. Esto no quiere decir que no choquen las olas, sino que se establece una profunda paz en la presencia de Dios de forma bastante constante. Estamos muy seguros de que no son nuestros esfuerzos los que traen esta paz, no hay técnicas de oración o de concentración que permitan obtener estas gracias. Se profundiza en una actitud de pobreza espiritual, reconocemos que Dios lo da todo y nuestra mirada hacia Él se hace profunda. Esto establece un estado de gratitud bastante permanente y un estado de reconocimiento de Dios por todo. Nuestra mente y nuestros pensamientos pueden divagar a veces, pero pronto volvemos a esta actitud agradecida y humilde.

La confianza, la humildad y la gratitud son realidades que se viven cada vez más profundamente. Hemos experimentado la bondad liberadora de Dios, y ahí profundizamos nuestra aceptación agradecida, en alabanza y acción de gracias, de esta bondad de Dios. Porque lo que profundiza, de morada en morada, es la conciencia concreta de que Dios es bueno. No es simplemente algo que afirmamos, sino que lo experimentamos.

5Las quintas moradas: la transformación por amor

La entrada en la quinta morada marca un cambio: no pasamos de la cuarta a la quinta morada como pasamos de la segunda a la siguiente. En las primeras moradas, experimentamos el camino, percibiéndolo sobre todo como un avance hacia Dios, pero a partir de ahora experimentaremos la vida de Dios en nosotros. Es una nueva vida que comienza. Seguimos en la tierra, puede que no hayamos cambiado de trabajo, puede que estemos casados, que tengamos hijos, que tengamos muchas cosas y no es necesariamente en el exterior donde se dan los cambios, aunque a veces pueda ocurrir también estos ámbitos. Dios siempre ha estado vivo en nosotros desde el principio de nuestras vidas, pero ahora se está imponiendo una nueva realidad.

«Ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gálatas 2,20): cuando esta palabra de Dios se cumple y se convierte en una profunda realidad en nosotros, de repente nos sentimos mucho más libres con respecto al mundo, a nosotros mismos y en nuestra relación con Dios, porque el Señor tiene ahora mucha más libertad de acción en nosotros. Puede entregarse a nosotros más profundamente, porque decir que Dios está vivo en nosotros significa que nos damos a nosotros mismos. Dios es un regalo de sí mismo. ¿Y qué es lo que nos dará cada vez más? Él nos dará el regalo de darnos a nosotros mismos.

El don gratuito del amor

Dios nos da el poder de entregarnos cada vez más. Hasta ahora veíamos nuestra confianza en Dios como una lucha. Por decirlo de forma negativa, he decidido no dudar de Dios y de su amor. Es una lucha y a veces no es fácil no dudar. En la quinta morada, Dios da gratuitamente la profunda certeza de su amor.

Cada vez es más imposible dudar de Dios y de su amor: experimentamos esta profunda convicción que unifica nuestro ser. No es el resultado de nuestros esfuerzos. Recibimos de Dios una certeza completamente nueva. Cambia la vida radicalmente. Esta auténtica convicción interior es una convicción de amor y no tiene nada que ver con la violencia o el fanatismo. Hemos pasado por todo un camino que nos ha liberado de nosotros mismos y sobre todo ha desarrollado nuestra confianza en Dios. Nuestra confianza en Dios está en su punto más maduro y Dios nos da la oportunidad de percibir su amor y de vivirlo más plenamente, de modo que ya no es posible dudar de este amor de Dios.

El deseo de amar sin seguridades

La entrada en las quintas moradas conlleva una profunda transformación de nuestro modo de vida, que libera en nosotros un deseo de amar mucho más profundo. Teresa de Ávila compara esta transformación con la de un gusano de seda que se transforma en una mariposa blanca después de haber pasado por el estadio de capullo. El gusano de seda ve cómo su universo cambia profundamente: estaba comiendo hojas de morera y fabricando hilo en un universo muy pequeño y, de repente, va a convertirse en una pequeña mariposa, pero en un contexto totalmente diferente, ya que vuela por el aire. Es un universo mucho más amplio, pero mucho menos seguro: cuanto más actúa el Espíritu en nosotros, más nos sentimos pobres a causa de nosotros mismos e incapaces de confiar en nuestros antiguos apoyos. Es el amor el que nos hace vivir, el amor de Dios está en nosotros, nos hace volar, entre el cielo y la tierra. Percibimos la vida y a los demás de una forma radicalmente distinta.

Amor a Dios, amor a los demás: a veces nos preguntamos hacia dónde debemos ir. La vida es completamente nueva: nos liberamos de nosotros mismos, ya no cargamos con nuestro peso. La batalla del amor no es nuestra, tenemos que seguir entregándola a Dios. Interiormente, ya no somos como en nuestras primeras moradas, con muchos apegos que nos permiten aferrarnos, buscar seguridades, control… A lo largo de este itinerario descubrimos lo mucho que nos aferramos a muchas seguridades. Aquí estamos casi desnudos. El amor nos descentra y también revela nuestra fragilidad, nuestra vulnerabilidad, que permite que este amor pase.

6Las sextas moradas: amar y dejarse amar

Lo que ahora sigue en el libro de Santa Teresa de Ávila es bastante desconcertante para una mente moderna. También es la parte más larga del libro. En resumen, las quintas moradas han liberado en nosotros lo que realmente somos, nuestro verdadero deseo, que es el verdadero deseo del hombre: amar y ser amado. La confianza en Dios y el deseo de amar nos animan profundamente. Como en el caso de un compromiso humano, se trata de aprender el verdadero amor: Cristo es nuestro maestro de amor. Todo aquí está al servicio de este aprendizaje del amor. Esto está presente en las moradas anteriores, pero aquí todo se vive como una oportunidad para dejar que Cristo nos enseñe a amar, para ir más allá y profundizar en la experiencia de lo que es amar de verdad. Aquí somos mucho más conscientes que antes de que la vocación humana es ser «servidores del amor».

Crecer en el amor

Para profundizar en nuestra relación con Cristo, Dios, como buen maestro, intensificará nuestro deseo por Él. Se caracteriza por la alternancia de periodos de gran aridez, sensación de pobreza, vacío y abandono, con periodos marcados por un ardiente deseo de amor. Al parecer, Santa Teresa presenta todo un catálogo de gracias místicas: arrebatos espirituales, visiones, etc. Se enumeran en orden ascendente de importancia. Se clasifican en orden ascendente de intensidad, es decir, según la intensidad de los frutos que producen.  Estas experiencias se alternan con los sufrimientos provocados por la sensación de la ausencia de Dios, que despierta el deseo de Dios. Si no tuviéramos el deseo de Dios, el sufrimiento de Su ausencia sería nulo, pero cuanto más avanzamos, la sensación de la ausencia de Dios más se parece al infierno. El Señor nos permite experimentar el sufrimiento de Su ausencia para ampliar aún más nuestro deseo de recibir su amor y de amarlo.

En las dificultades, volver a la humanidad de Cristo

Este tiempo de «desposorio espiritual» es similar en los Evangelios a los tiempos de apariciones y desapariciones del Resucitado antes de la Ascensión. El Resucitado está siempre presente, pero los discípulos perciben esta presencia de forma muy diferente. Hay momentos en los que sienten la alegría del encuentro, luego viene el sufrimiento de su ausencia: es Jesús quien decide aparecer como quiere, a quien quiere como quiere, para despertar y hacer crecer la confianza y el amor de sus discípulos, pase lo que pase.

En el capítulo central de las sextas moradas, Teresa tiene la tentación de ir más allá de la humanidad de Cristo, pero nos advierte que esto sería una equivocación. Tenemos que recordar siempre la humanidad de Cristo: porque realmente lo recibimos todo en el Cristo encarnado. Debemos aferrarnos a la humanidad de Cristo.

7Las séptimas moradas: el matrimonio espiritual

Solo hay cuatro capítulos en esta parte del libro, pero evocan la meta de todo lo que ya hemos experimentado en etapas para llegar a la unión con Dios. Este es el final del camino para todos, y debemos insistir en un punto: Dios no creó a los hombres para que se detuvieran en la tercera, cuarta, quinta o sexta morada. Todo el camino es para todos. Cualquiera puede leer el Libro de las Moradas. ¿Por qué no leer estos cuatro capítulos al  inicio? De este modo, se aclara la meta a la que Dios quiere conducirnos. El cielo, es decir, la vida con Dios, no es ni será nunca una realidad estática; es siempre dinámica, como dijo tan acertadamente Gregorio de Nisa: va «de principio a principio por comienzos que nunca terminan». En nuestra relación con Dios, seguiremos yendo de crescendo en crescendo y experimentando una unión cada vez más unitiva con Dios.

El amor es concreto, universal, divino. Dios ama a todos. La buena noticia: Dios ama a los pecadores

Este matrimonio espiritual, que Teresa experimentó el 18 de noviembre de 1572, es la alianza con Dios hasta donde es posible vivirla en la vida terrenal. Teresa utilizó la imagen del matrimonio, que sigue siendo una imagen limitada, pero que expresa algo de la profundidad de la comunión y también del aspecto definitivo de esta unión. Para ella, ocurrió el 18 de noviembre de 1572: ese día recibió una visión en la que Cristo le entregaba un clavo de su Pasión, diciéndole que, a partir de entonces, su honor era el de Teresa y que el honor de Teresa era el suyo. ¿Qué es el honor de Jesús? ¡Es la salvación del mundo! Jesús fue crucificado, resucitado y glorificado para salvar a todas las personas. El «honor de Jesús» no es solo ser el Hijo del Padre, es salvar, conseguir la salvación para todos. Teresa queda asociada a esta misión.

Participar en el deseo de Dios de salvar a todas las personas

Cuando vivimos en la séptima morada, ya no nos preocupa si nos salvamos. Ya no nos preocupa nuestra propia salvación: lo que nos preocupa es, como Jesús, dar nuestra vida por la salvación de los demás. En eso consiste la unión con Dios: una participación profunda en el deseo de Dios de salvar a todos los hombres. Paradójicamente, en esta fase, los fenómenos místicos son más raros. Cuando estamos plenamente unidos a Dios, vivimos permanentemente con esta preocupación: la salvación de los demás. Es un compromiso muy concreto de amor fraterno. También es espontáneo, familiar, es para todos: nadie queda excluido. El amor es concreto, universal, es divino. Dios ama a todos. La buena noticia: Dios ama a los pecadores. La tarea principal para nosotros, pecadores, consiste en creer pase lo que pase.

Un nuevo deseo de vivir

Cuando se nos lleva al final del viaje, podemos pensar que queremos dejar la vida terrenal lo antes posible. No es así.. En la sexta morada, Teresa experimentó: «Muero porque no muero», pero en la séptima morada recibe un nuevo deseo de vivir y esto la sorprende. Experimenta una profunda reconciliación entre su compromiso con Dios y sus tareas terrenales. El cielo y la tierra están como unidos a través de todo. Todas las realidades de la vida se transforman y todo se percibe en Dios: uno mismo, los demás, las tareas concretas, etc. No se descuida nada. Se cumple la famosa última invocación de la primera parte del Padre Nuestro: «Hágase tu voluntad así en la Tierra como en el Cielo». La voluntad del Padre es la salvación de toda la humanidad. Y la salvación de la humanidad es la fe, la caridad y la comunión. Aquí es donde se hace la voluntad del Padre. La única voluntad del Padre es que vivamos de su amor.

Todo esto no significa que ya no tengamos problemas en la vida concreta. Teresa sigue viviendo una vida humana: tiene problemas de salud, y otros en muchos ámbitos. Cuando observamos la vida de Teresa desde 1572 hasta 1582, nos damos cuenta de que no fue un descanso. Afrontó muchos desafíos concretos, como la fundación de monasterios, problemas de relación… Pero recibió la fuerza para afrontarlos: nada puede turbarla, nada puede espantarla, porque experimenta en todo que «solo Dios basta».

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