Proclamado “patrón de los aprendices” por el papa Pío XII, Juan Bosco fue un educador sin igual. El 31 de enero celebramos la fiesta del que pudiera ser también proyector de los padres, de los catequistas y de los educadores.
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Don Bosco nació el 16 de agosto de 1815 en una pequeña aldea del norte de Italia. Fue ordenado sacerdote el 5 de junio de 1841. Tal y como le había hecho presentir un sueño durante su juventud, la esencia de su ministerio fue consagrarse a los jóvenes, a los que recibió por centenares en el Oratorio de san Francisco de Sales para salvarles de la miseria material y sobre todo espiritual en la que habían caído. Educador sin igual, sigue sirviendo hoy día de ejemplo a los padres y a todos los que trabajan con niños.
Tengan siempre alegría y mantengan la confianza
La alegría es ciertamente la tonalidad de la vida de Don Bosco: una alegría extraída de la fuente de la oración y de los sacramentos, una alegría que se encarnaba de forma muy concreta. A los doce años, hacía payasadas sobre una cuerda tensa a modo de funambulista de feria, ¡para atraer a espectadores a los que invitaba a rezar! Más tarde, con los muchachos del Oratorio, pasaba horas jugando y contando historias. Y cuando el pequeño Domingo Savio, que fue su alumno, se creyó obligado a permanecer serio por amor al Señor, Don Bosco le hizo entender rápidamente que “un santo triste es un triste santo”.
“Tengamos confianza en Dios, pase lo que pase”, fueron las últimas palabras del padre de Juan, que murió cuando su hijo tenía sólo dos años. Esta confianza sería siempre la regla de Don Bosco y le encantaba repetírselo a los jóvenes: “Mantengan la confianza”. Junto a su madre, que fue a trabajar con él a Turín, Don Bosco vivía esta confianza diariamente, ya fuera para encontrar un techo para sus muchachos, para alimentarles o para recaudar fondos para construir una iglesia. Don Bosco y “Mamá Margarita” no se apoyaban en el contenido de su monedero (¡vacío la mayor parte del tiempo!), sino sólo en Dios. Y Dios nunca les decepcionó. Podemos pedir a Juan Bosco que nos enseñe esa confianza cuando se nos amontonen las facturas o cuando el desempleo ponga en peligro la economía familiar. Don Bosco experimentó tantas veces el tener más bocas que alimentar que dinero para comprar el pan, que sin duda podríamos designarlo protector de los difíciles finales de mes.
Dios necesita hombres y mujeres bien formados en cuerpo, corazón e inteligencia
Desarrolla tus talentos y aprovecha todas las ocasiones para aprender: esta es la lección que nos da la vida de Don Bosco. Ciertamente, él tenía talento y, sin duda, más que otros: gozaba de una memoria prodigiosa, cantaba de maravilla, era flexible y ágil, hábil con las manos, etc. Pero supo desarrollar todos esos dones para ponerlos al servicio de Dios. Ya en su juventud no perdía un minuto de estudio “para convertirme en sacerdote”, ¡cosa que no le impedía trabajar en el campo o entrenarse en diversas acrobacias y malabarismos!
Siendo un joven colegial, no tenía con qué pagar su pensión. Pero no pasa nada: como vivía con un sastre, se ofreció a trabajar para él después de la escuela, por lo que adquirió una habilidad que le resultaría muy valiosa a la hora de remendar la ropa gastada de sus chicos. Luego aprendería carpintería, encuadernación, cerrajería, zapatería. Juan Bosco nos recuerda que no hay que perder ninguna oportunidad de desarrollar nuestras competencias, sobre todo en la juventud. Su vida nos recuerda que Dios necesita buenas obras para su cosecha, hombres y mujeres sólidos, bien formados en todos los aspectos del cuerpo, del corazón y de la inteligencia.
Guiar a los niños a Dios con una firmeza que no excluya nunca la misericordia
Hazte amar, atrae el afecto de los niños para conducirles a Dios: así es como Don Bosco educó a los jóvenes que le fueron confiados. Los guió con dulzura, con una firmeza que no excluía nunca la misericordia. Hacía amar al Buen Dios porque era bueno en sí mismo. Cuando veía las faltas de sus muchachos –y había recibido el don de leer con clarividencia en sus almas–, no les abrumaba de reproches, sino que intentaba con mucha delicadeza y benevolencia conducirlos al perdón de Dios.
“Decid a mis muchachos que les espero a todos en el Paraíso, y recomendadles siempre una gran devoción a la Eucaristía y a la Santa Virgen. Así, nunca tendrán nada que temer”. ¿Estos últimos consejos de Don Bosco, muerto el 31 de enero de 1888, no esbozan un hermoso programa para todas las familias cristianas?
Christine Ponsard
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