No hablamos de nuestras vergüenzas y a veces nos avergüenza sentir vergüenza. Esta emoción a veces puede aislar y empujarnos a cerrarnos sobre nosotros mismos. Sin embargo, es posible deshacerse de ella.
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Sin duda ya hemos vivido múltiples situaciones en las que hemos experimentado vergüenza. Es una emoción incómoda pues nos hace enrojecer, bajar los ojos y desear desaparecer bajo tierra. Adán y Eva, después de desobedecer y comer fruta del árbol del Bien y del Mal, experimentaron vergüenza al verse desnudos. Entonces, ¿cuándo aparece este sentimiento? ¿Por qué surge? Y, ¿cómo deshacernos de él? Estas son algunas preguntas que intentaremos responder en este artículo.
La vergüenza afecta a nuestra identidad
El neuropsiquiatra y especialista en comportamiento humano Boris Cyrulnik, en su obra Morirse de vergüenza: El miedo a la mirada del otro, califica la vergüenza como “veneno del alma”. Y dice más: “¿Cómo evitar encerrarnos en ella como en una madriguera? ¿Cómo evitar estar sometidos a las múltiples reacciones emocionales que genera en todos nosotros? Y ¿cómo recuperar la libertad y el orgullo sin caer en la trampa de la ausencia de vergüenza, que es también indiferencia hacia el otro y puede conducir a algo peor?”.
Los psicólogos nos dicen que la vergüenza sucede cuando mostramos a otros que no conseguimos acomodarnos a las normas del grupo al que pertenecemos en alguno de los cuatro temas siguientes:
- conformidad,
- comportamientos de ayuda,
- sexualidad
- estatus-competición (es decir, ser bueno o incluso el mejor, en especial en el ámbito profesional).
La vergüenza afecta a nuestra identidad, a la consciencia que tenemos de nosotros mismos frente a nosotros mismos y frente al otro. Y la empaña. “Me avergüenza haber sido tan egoísta en esa situación. Pensaba que era más generoso. Me avergüenza la idea de lo que pensarán los demás de mi comportamiento”. “Este sentimiento nace siempre en el secreto de mi teatro íntimo, donde pongo en escena aquello que no puedo decir por el miedo a lo que diga el otro al respecto”, explica Boris Cyrulnik.
La confesión, camino de reparación
La vergüenza puede estar también provocada por una humillación, es decir, una pérdida de estatus provocada voluntariamente por algún otro. Si queda sin regular, esta vergüenza puede conducir a desbordamientos violentos que aspiren a “reparar” la ofensa al amor propio. Sin embargo, reconocerse “defectuoso” y expresar nuestra vergüenza en relación a un acto que podría excluirnos del grupo puede tener también un impacto positivo. “Falta confesada, medio perdonada”, dice el proverbio. Porque para confesar nuestra falta tenemos que afrontar nuestra vergüenza y, por tanto, reconocerla.
La vergüenza que experimentamos es ya la condena del acto en sí misma y su confesión nos pone ya en el camino de la reparación. Podemos imaginar que Jesús, en el episodio de la mujer adúltera, percibe su vergüenza y siente compasión hacia ella. ¿Acaso no la restaura devolviéndole su dignidad perdida: “Vete y no peques más”?