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Cinco consejos de la Biblia para que el amor reine en tu familia

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Edifa - publicado el 18/12/20
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5 actitudes que podemos desarrollar para mejorar las relaciones dentro del hogar

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La vida de familia, con lo que implica de proximidad y de rutina, somete a una cruda prueba el mandamiento del amor. Tener una actitud positiva en casa es clave para el desarrollo de los niños y para la felicidad de toda la familia.

La familia es la escuela de amor más hermosa pero, a veces, en el torbellino de la vida cotidiana, puede ser difícil amarnos los unos a los otros. Por eso, en estos puntos desvelaremos 5 actitudes que podemos desarrollar para mejorar las relaciones dentro del hogar

Los 5 consejos de la Biblia

“El amor es paciente”

La Primera carta a los corintios está para meditarla las tardes entre semana, en torno a las 18h, cuando el bebé llora para reclamar su biberón mientras su hermano mayor se niega a estudiar inglés y los pequeños aprovechan para transformar la bañera en una piscina. ¿Qué madre de familia no ha sentido, en este tipo de situación, unas ganas irrefrenables de repartir tortas a diestro y siniestro antes de exiliarse a una isla desierta?

Podríamos extender este ejemplo a otros ámbitos. Porque la primera forma de paciencia a la que estamos llamados es esa paciencia cotidiana que pasa por las pequeñas cosas. Entonces, antes de entrar en el cuarto de baño o acercarnos al alumno recalcitrante, lancemos un pequeño SOS al Cielo:

¡Señor, dame paciencia!

Esta oración dura un segundo y lo cambia todo: no con un toque de varita mágica, sino en profundidad.

“El amor es servicial”

 

La familia es la primera escuela de servicio. Si animamos a nuestros hijos a prestar servicio – empezando por darles ejemplo–, no es solamente porque eso haga la vida familiar más agradable y fácil, sino porque a través de los múltiples favores que tenemos los unos con los otros descubrimos que “servir” no consiste en hacer la mayor cantidad de buenas acciones, sino en ser servicial.

Si el amor exigiera solamente que prestáramos servicio, podríamos sentir afecto entre nosotros después de un número determinado de favores. Sin embargo, a través de todos esos servicios, por humildes que sean, se nos pide que nos demos. Y nunca llegaremos al final de ese don.

“El amor no se irrita”

 

En una vida de familia no faltan las ocasiones para el enfado. Es normal. Sobre todo, no hagamos como si nunca experimentáramos enfado; en sí, sentir ira no es ni bueno ni malo.

“Como todos los sentimientos y emociones, no tenemos derecho a no sentirla. Está ahí, es todo”, explica la psiquiatra Dominique Megglé, que precisa en el libro Être heureux en famille [“Ser feliz en familia”]: “He visto extraordinarios odios silenciosos y mortíferos en familias donde estaba prohibido enfadarse”.

La psiquiatra española también lo explica en este vídeo. Es bueno expresar las emociones y dejarlas pasar.

La cuestión está en saber qué hacemos con nuestra ira: si la dejamos explotar de cualquier manera, si aceptamos que dicte nuestros comportamientos, entonces se vuelve mala. Crecer en el amor es aprender a gestionar nuestra ira y a no dejarnos llevar por la energía que moviliza en nosotros.

“El amor no tiene en cuenta el mal recibido”

 

A veces es difícil discernir lo que tenemos que perdonar, especialmente cuando se trata de ofensas minúsculas y aparentemente insignificantes. Tenemos tendencia a no detectarlas, quizás por orgullo: ¡es muy humillante reconocerse ofendido por una tontería!

Pero esas nimiedades acumuladas terminan asfixiando el amor con más certeza que las faltas graves. En el orden del amor, nada hay insignificante y, si no velamos cada día por perdonarnos en familia, incluso las cosas más pequeñas, nos acabaremos cortando mutuamente, de forma imperceptible, pero con certeza.

“El amor se regocija con la verdad”

 

Es común decir que “el amor ciega”. Quizás lo haga cierta forma de pasión amorosa, pero no el amor. El amor, al contrario, ve al otro en su verdad, que no es necesariamente revelada por las apariencias. Amar al otro es permanecer atento a lo que es en profundidad y a encontrar ahí nuestra alegría.

Sin embargo, sabemos bien que la rutina es el peor enemigo de la fascinación. Viendo a nuestro cónyuge y nuestros hijos todos los días nos arriesgamos a no mirar más allá de la superficie de su ser: esas pequeñas rarezas que nos incordian, esos rasgos de carácter que creemos conocer demasiado bien, esas palabras y esas actitudes que ya no saben sorprendernos.

Pero Dios no los mira así: Él ve la profundidad de su ser, la belleza que puso en ellos. Es Él quien nos enseña a mirar a nuestros hermanos de verdad, con fascinación y reconocimiento. Dediquemos tiempo a mirar a nuestro cónyuge y nuestros hijos a la luz de Dios. Tomémonos el tiempo de dar gracias por todas las maravillas que Él depositó en ellos.

 

Aplicar estos 5 consejos de la Biblia puede parecerte difícil pero confía en Él, porque con Él todo es posible y ten por seguro que en tu familia ya reina el amor.

 

Christine Ponsard


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