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Aceptar el cansancio, ¿señal de debilidad o de confianza?

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fizkes | Shutterstock

Edifa - publicado el 20/09/20

¿Por qué a menudo nos creemos obligados a justificarnos cuando hacemos una pausa?

Encadenamos jornadas de trabajo, actividades, cursos, citas, llenamos todos los huecos de nuestro horario y nuestros hijos van embarcados en el mismo buque.

Desprenderse de esas pausas cortas será necesariamente una decisión firme pero vital, porque el descanso no es un lujo: es una necesidad.

Sin embargo, cuando justificamos nuestra necesidad de reposo, lo hacemos a menudo con una lógica productivista apenas disimulada: “Descanso un poco después del trabajo para ser más productivo luego; recargo las pilas; una pequeña siesta y después vuelvo renovada, y durante ese tiempo, te lo aseguro, incluso reflexiono…”.

Sin embargo, descansar no es un signo de debilidad.

La ilusión de omnipotencia en nuestra vida

Nuestra necesidad de reposo no es algo biológico solamente. A través de ese descanso manifestamos y reconocemos que nuestra obra nos supera, que va más lejos que la simple suma de recursos.

En la familia y en la educación, igual que con todos los que trabajan con nosotros, no convivimos con máquinas a las que debemos hacer funcionar, sino con personas. Libres.

Nuestro reposo es el signo de que sabemos renunciar a la ilusión de omnipotencia sobre nuestra vida y sobre aquellos que, de hecho, dependen de nosotros.

Descansar, por tanto, es reconocer la libertad de aquellos para quienes trabajamos: “Es cierto, he trabajado por ti, pero tú no eres el resultado de ese trabajo, como un vehículo al salir de una cadena de montaje. Eres libre, eres capaz de más de lo que puedo imaginar, puedes superar mis pronósticos, tomar caminos que no había previsto, más lejos incluso de todo lo que he hecho por ti”.

Abrirse a la obra de Dios

Entonces, ¿por qué a menudo nos creemos obligados a justificarnos cuando hacemos una pausa? Tenemos la impresión de que, mientras dormimos, todo se desarma.

Nos sentimos culpables por ver trabajar a los demás, por verles hacer funcionar la gran máquina del mundo sin nuestra ayuda. Como si todo estuviera en nuestro poder…

“Mientras duermo, se hace en mí y en los demás una obra que no depende de mí”. Evidentemente, es un poco humillante: “sólo acabo de echar un sueño, todo el mundo puede hacerlo, no hay de qué vanagloriarse”.

Pero es abrirse a la obra de Dios. Es interiorizar que, precisamente, no estamos solos. Y es hacerlo comprender a los demás: “si duermo, desconecto, incluso en pleno día, pero no te dejo solo, créeme”.

Aquellos de los que somos responsables no están bajo nuestro control, sino en manos de Dios, y necesitan saberlo, por eso es bueno que nos vean desconectar.

Descansar no es un acto de debilidad, sino un acto de fe. En Aquel que sumergió a Adán en un profundo sueño. De donde surge Eva, por quien la Creación conoce su culminación. Y solamente entonces Dios ve “que es muy bueno”.

Por Jeanne Larghero

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