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La frustración, una prueba beneficiosa para el niño

Child, agressive, angry
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Edifa - publicado el 07/09/20
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Siempre queremos responder lo mejor posible a todos los deseos de nuestros hijos. Sin embargo, satisfacer todos y cada uno de sus deseos no les ayuda a edificarse como personas y prepararse para hacer frente a la vida en sociedad.

Algunos padres terminan por abandonar toda noción de límites y de obligaciones en su educación. Como resultado, sus hijos quedan inadaptados para las exigencias de la vida en colectividad. Didier Pleux, psicoterapeuta, ofrece una clave fundamental para hacer que un niño sea feliz, sociable y fuerte: la frustración.

– ¿No teme que le tachen de “tirano” cuando habla de la frustración?

No, porque no tiene nada que ver con la tiranía. Cuidado, yo no hablo de una frustración afectiva, sino de una frustración en relación a un placer exacerbado del niño. Es posible que los padres demasiado permisivos no lo comprendan.

La frustración significa falta, desagrado, espera. Un niño que ha sido inteligentemente frustrado no montará todo un drama para acostarse, para decir buenos días, para comer nuevos alimentos, para jugar con otros niños…

Es una solución para remediar el deseo omnipotente de muchos niños. Pero amor y frustración son indisociables; el uno sin el otro sería, en efecto, un regreso al autoritarismo.

No niego las conquistas positivas de la psicología que valora el diálogo con el niño, pero no hay que olvidar enseñarle también la realidad, porque este aprendizaje no es innato.

Muchas familias han olvidado toda noción de desagrado, de exigencia o de limitaciones, para privilegiar solamente la comunicación, la valoración del niño y su protección. Por eso hay tantos niños que desarrollan una hipertrofia del ego y una enorme intolerancia a las contrariedades.

– ¿Por qué el aprendizaje de la frustración es tan importante en la educación?

Los seres humanos tienden naturalmente hacia el principio de placer, de disfrute, de inmediatez, todo muy lejos de la realidad, llena de limitaciones y prohibiciones. La frustración es indispensable para que el niño se vuelva autónomo.

Los niños son tan pedigüeños que han usurpado la autoridad de los padres, suprimiendo toda jerarquía. Son ellos los que deciden todo, desde lo que se pone en la tele hasta las horas de las comidas y un largo etcétera. La frustración permite reintroducir la autoridad en la casa.

Sin embargo, cuidado con los excesos en un sentido o en el otro: frustrar demasiado es aniquilar el deseo del niño; no frustrar en absoluto es permitirle cultivar un deseo omnipotente.

Hay que favorecer los hábitos (como la ayuda en casa) para que el niño no viva solamente según sus deseos. Hay que negarle ciertas satisfacciones inmediatas (tele, videojuegos, etc.) para darle un sentido de esfuerzo y de perseverancia.

– ¿Por qué es difícil para los padres ver a un hijo frustrado?

¡Siempre les decimos que un niño frustrado es un niño enfermo! Mientras tanto, los niños que han sido juiciosamente frustrados sabrán volver a ponerse en pie en las pruebas que atraviesen. Muchos niños ya no saben concentrarse, crear o soñar; consumen, zapean y abandonan cualquier tarea en cuanto se vuelve difícil.

Nuestras familias están sumergidas en el corto plazo con la televisión, Internet, los videojuegos y todo tipo de adicciones. El consumo ha debilitado nuestra tolerancia a las frustraciones. La vida es más difícil de soportar (paro, divorcio…), pero a pesar de todo queremos una infancia repleta de relaciones, de amor y de alegría. ¡Ya es hora de recuperar un poco de sentido común!

– ¿Es un esfuerzo de los padres sobre sí mismos?

¡Sí, por supuesto! Es un combate personal porque a nadie le gusta ver cómo se frustra un hijo. Pero las personas confunden niño triste con niño frustrado. Muchos padres han visto debilitada su autoridad con lecturas psicológicas que les han dicho que todo se basa en la relación. Otros se niegan a ser exigentes porque su vida es difícil y quieren evitar entrar en conflicto con sus hijos.

Si somos exigentes en la higiene de los niños, por ejemplo, podemos serlo en otros ámbitos: juego, alimentación, ritmo de vida… ¡Y no por ello los padres se convierten en castradores!

– Los padres atentos a veces se desaniman. ¿Qué les respondería?

El desánimo existe porque el niño resiste. Obviamente, nunca va a decir: “¡Gracias, Papá y Mamá, me estáis frustrando y me parece estupendo porque así me construyo como persona!”. Más bien, el pequeño dirá: “Quiero otro cuento más, quiero mirar otro dibujo animado, quiero jugar más…”.

¡La realidad ES frustrante! Desde los primeros días con la niñera, en la guardería o en el patio de recreo, el niño se enfrenta a la vida: el niño más grande le quitará el juguete al más pequeño, otro niño más hábil en trabajos manuales recibirá más halagos… Una de las claves para armar al niño frente a la existencia y ayudarle a crecer en confianza en sí mismo es hacerle tomar consciencia de sus debilidades y sus cualidades.

– ¿Cómo crecen los niños intolerantes a la frustración?

Esta intolerancia puede aumentar y hacerse exponencial. Los jóvenes son entonces cada vez más frágiles. No comparto la visión de los psicólogos sobre la famosa crisis de la adolescencia. Sí, hay una fase difícil ligada a la pubertad, a las primeras tristezas…

Los niños-reyes tienen tendencia a volverse depresivos. A lo largo de la educación primaria, la escuela hace menos regalos y los niños empeoran porque hay que trabajar más. El niño que sigue centrado en sí mismo, adulado por sus padres, no comprende por qué al profesor no le parece tan fantástico. Sin embargo, el otro que ha sido perseverante con el piano en vez de cambiar de instrumento cada seis meses, será recompensado a los 16 años porque habrá superado fácilmente las etapas educativas.

No hay que preguntarse por qué algunos adolescentes se refugian en un mundo virtual. ¡Los videojuegos y las adicciones como las drogas son huidas de un mundo demasiado difícil de mirar!

– ¿Cómo evitar quebrar al niño si la frustración está mal dosificada?

El niño debe ser respetado, porque es una persona digna y no podrá comprender las restricciones si no se enseñan en un clima de amor, estimulante y respetuoso. Las limitaciones parentales deben encontrarse ya en las pequeñas cosas de la vida cotidiana: meter el plato en el lavavajillas, no desperdigar los juguetes por toda la casa, etc. El problema reside en la autoridad que los padres han desatendido.

– ¿Cómo es una autoridad justa? ¿Cómo no caer en el autoritarismo, la permisividad o la palabrería?

Hay que impedir a toda costa intervenir llevados por la emoción. El enfado es entonces desproporcionado y los castigos serían estériles e inadecuados. Algunos padres recuerdan su infancia y temen reproducir el esquema que vivieron: “Mi padre era autoritario, ¡yo nunca voy a levantar la voz!”. Desde el principio, podemos mantener el control al mismo tiempo que somos firmes.

Esta es mi teoría sobre la autoridad anticipada: prevengo e impido que el niño se salte los límites. Anticipo los desbordamientos imponiendo pequeñas frustraciones: por la mañana, coloca su cuenco en el fregadero, se ata los cordones solo…

Podemos exigir este tipo de cosas a los niños sin caer en la palabrería que consiste en explicarlo todo constantemente. Un niño no tiene la autonomía necesaria para decir: “Sé cuándo debo ir a acostarme, hacer mis deberes…”. ¡Eso es romanticismo!

Por Maylis Guillier

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