Hace 20 años, san Juan Pablo II instituyó el Domingo de la Divina Misericordia, celebrado el domingo siguiente al de Pascua. Fue también la víspera de esta fiesta cuando falleció, el 2 de abril de 2005. La fecha de su muerte sellaría así en cierta manera su testamento espiritual. Confió al mundo a la Divina Misericordia. Pero ¿cómo se recibe?
San Juan Pablo II había escrito estas palabras para la fiesta de la Divina Misericordia en el día de su entrada al cielo, el 2 de abril de 2005:
“Para la humanidad, que algunas veces parece perdida y dominada por el poder del mal, el egoísmo y el temor, el Señor resucitado ofrece el regalo de su amor que perdona, reconcilia y abre el alma a la esperanza. Es un amor que cambia corazones y trae la paz. ¡Cuánto necesita el mundo comprender y recibir la divina misericordia!”.
Recibir la misericordia de Dios… pero ¿cómo?
Reconocer nuestra miseria
San Felipe Neri repetía cada día esta oración:
“Señor, ten cuidado de mí. Si Tú no me preservas por tu gracia, Te traicionaría hoy y cometería yo solo todos los pecados del mundo entero”.
San Francisco de Sales decía también:
“Reconocer nuestra propia miseria no es un acto de humildad en sí, ¡es solamente no ser estúpido!”.
La misericordia no consiste, en efecto, en banalizar el mal o relativizar el pecado. ¡Todo lo contrario! Solo una conciencia aguda de la gravedad del pecado nos hace capaces de comprender la necesidad absoluta de la misericordia al mismo tiempo que su precio infinito: la sangre de Cristo derramada por nosotros.
Comprendemos entonces lo que Jesús dijo a santa Faustina:
“Cuanto mayor es el pecador, más derecho tiene a mi misericordia”.
Creer en el abismo infinito de la misericordia divina
Nuestra miseria podría aplastarnos o llevarnos a la desesperación. Solo la fe en las promesas de salvación puede reafirmarnos en una esperanza invencible. Santa Teresa del Niño Jesús escribió:
“La santidad es una disposición del corazón que nos hace humildes y pequeños entre los brazos de Dios, conscientes de nuestra miseria, pero confiados hasta la audacia en su bondad de Padre”.
Y Jesús dijo a santa Faustina:
“Hija Mía, habla al mundo entero de la inconcebible misericordia Mía. (…) Que ningún alma tema acercarse a Mí, aunque sus pecados sean como escarlata. Mi misericordia es tan grande que en toda la eternidad no la penetrará ningún intelecto humano ni angélico. Todo lo que existe ha salido de las entrañas de Mi misericordia”.
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Beber de las fuentes de la misericordia
“La humanidad no conocerá paz hasta que no se dirija a la fuente de Mi misericordia”, dijo también Jesús a santa Faustina. Y añadió: “Mira, alma, por ti he instituido el trono de la misericordia en la tierra y este trono es el tabernáculo”.
Las fuentes de la misericordia son, por tanto, principalmente los sacramentos de la Eucaristía y de la Reconciliación, inagotables canales de la misericordia en la santa Iglesia de Cristo.
Tener misericordia a nuestro alrededor
“Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia” (Mt 5,7). Ejerzamos la misericordia para poder recibirla en nuestro entorno.
Abrir nuestros corazones a los sufrimientos de los demás, perdonar a quienes nos hieren, esta es la manera de vivir esta bienaventuranza de los misericordiosos.
Por el padre Nicolas Buttet