A uno le puede parecer que la ciudad es monótona. Todo sucede bajo el frenesí de la urgencia. Todo gira en la misma dirección. Sin embargo, en muchos recodos, palpitan biografías insólitas. Solo hay que escucharlas y dedicarles tiempo para entender que la vida no es una ecuación como la que nosotros hemos imaginado, sino una cosa mucho más seria y digna, una búsqueda mucho más dramática y decisiva que el mero entretenerse, pagar facturas y sortear las propias ansiedades.
Hoy he quedado con Astrid Daniela, una transexual colombiana que trabaja por las noches en las inmediaciones del Camp Nou, en Barcelona. Pese a que dice que no le gusta la prostitución, suele estar allí cada noche, para sacarse unos euros y llegar a fin de mes. La conocí gracias a Nacho, de la misión Santa María Magdalena, que cada 15 días va a aquella zona a encontrarse con las meretrices -fundamentalmente transexuales y travestis-, para que conozcan el evangelio. Después de un año de amistad, este verano, Astrid Daniel y Nacho han peregrinado juntos a Medjugorje.
Nos encontramos en Can Vidalet, su barrio en el Hospitalet de Llobregat (Barcelona, España). Entramos en un bar donde dialogamos bajo la curiosa mirada del propietario. Astrid Daniela –Daniel antes de 2004- es colombiana y tiene un permiso de residencia italiano. Su apariencia es la de una mujer madura y enjoyada, fuerte y morena, de ojos negros y achinados, y nariz respingona y retocada por la cirugía estética. Reconoce que tiene una debilidad por el “made in Italy” y tiene una sonrisa contagiosa y muchas expresiones que recuerdan a las del televisivo Boris Izaguirre.
Empieza su relato, entre mágico y truculento, como si fuese un cuento posmoderno de Gabriel García Márquez. La dicción melosa y la misma densidad de la narración no la dejan permanecer demasiado tiempo sobre el mismo raíl. “Nací el 2 de Agosto de 1968 en la ciudad de Medellín. Mi padre conoció a mi madre en Puerto Salgar (Cundinamarca) y mi madre quedó embarazada de él a los 13.” Aquel primer hermano nació muerto, pero la presión social hizo que se casasen. Su padre “tenía 10 años más que mi mamá. Era un barista y luego se especializó en gastronomía. Terminó trabajando en el hotel intercontinental de Medellín, el más importante de la ciudad. Era uno de los chef.”
Quizás su cambio de sexo le viene de nacimiento. “Mi padre quería tener una niña. Tuvo a tres hijos y luego venía yo. Le dijo a mi madre que le compraba una casa si venía una niña y que si no la dejaba.” Según le han explicado, cuando su madre lo dio a luz, su padre estaba fuera del paritorio y “preguntó qué era. La enfermera le dijo que varón y el preguntó si podían cuidarle a los niños que iba abajo a comprar un regalo, y no volvió. Desde el primer momento yo no fui querida por no ser una niña. Comencé a ser el punto oscuro de esa familia porque mi papá nos había abandonado por mi culpa. Mi madre con ese golpe no quedó muy bien. Sufría de neurastenia y se enloquecía.”
Su madre estaba convaleciente de un parto, con 4 niños pequeños, sin marido y sin trabajo. Fue la tía Ana Rita quien les echó una mano. Era la hermana mayor de su madre, aunque era de otro padre. “Mi abuela tuvo una relación antes de conocer a mi abuelo y tuvo a mi tía. Nadie sabe en la familia de qué hombre fue esa niña. Mi tía y yo tenemos muy buena relación porque mi vida y la suya han sido parecidas, por tener mucho sufrimiento desde el principio. Cuando mi tía tenía 7 años, mi abuela la puso a trabajar y la exigía como a una persona mayor. Por eso se escapó de casa y anduvo viviendo y durmiendo en la calle. Se fue a Bogotá. Allí acogían a las niñas y las ponían a trabajar como internas en casas, como empleadas fijas. Mi tía cuenta que en los primeros trabajos la pegaban y la trataban muy mal. Ella tenía que resistir porque no tenía más. En las mismas casas donde ella trabajaba la castigaban. Tenía 7 años. Se escapaba de las casas y buscaba otro trabajo. A los 11 más o menos conoció a su esposo, que ya falleció, que era un alto mando militar. Tenía fotos con el Papa Pablo VI.”
Ella, la que había sido “considerada la peor de la familia, como yo he sido siempre, fue la que se ocupó de nosotros.” Vivía en una mansión de Medellín con sus tres hijas y su marido, que era muy drástico y estricto, pegaba a su tía, y al que no le podían decir que estábamos allí viviendo. “Nos escondieron hasta que días después mi tío Horacio se enteró y nos echó.”
De ahí fueron a parar al barrio de Aranjuez, a casa de Doña Fabiola, una antigua amiga de su tía Ana Rita. Su abuela se llevó a sus hermanos a La Dorada Caldas, mientras que él y su madre no tardaron en encontrar una pieza muy cerca. Su madre encontró trabajo de camarera. “Yo me quedaba solo todo el día y caminaba por toda la casa. Estaba encerrado y pasando hambre. Estaba en una pieza oscura. Alguien me pasaba una arepa por debajo de la puerta. Yo tenía miedo y miraba la luz también por debajo de la puerta. La vida estaba fuera. Alguien incluso me pasaba “super-cocos”, que eran unos caramelos. En aquella casa el terror me invadía. Pasaban cosas raras. Era una casa antigua, con unas escaleras sin barandilla. Un día, por ejemplo, aparecieron en el sótano, enterrados en un montón de tierra y cubiertos de sangre, unos cubiertos que mi madre tenía bajo llave en la habitación de arriba. Otro día, el día de mi cumpleaños, vi un hombre en puro fuego que me empujó cuando yo iba a vaciar mi bacinilla. Yo grité y mi madre subió. Acabamos en el hospital. Tuve una fractura de cráneo. Mi madre se partió un tobillo y le tuvieron que meter platinas. Una persona llena de candela sopló y nos tiró a los dos desde arriba hasta el piso de abajo.”
Tuvieron que acogerlo de nuevo en casa de su tía Ana Rita mientras su madre estuvo hospitalizada. “Mi tía me escondía. Cuando llegaba mi tío me metían en un armario y a veces cenaba debajo de la cama. Después mi madre se mejoró y consiguió otro trabajo de mesera y un camionista de los que pasaba por ahí, don Guillermo, se enamoró de ella y empezó a ayudarnos. Este hombre quiso a mi mamá como no lo había hecho mi padre. Don Guillermo nos cuidaba. Estaba enamorado de mí. Decía que yo era su niño. Nos cogió un apartamento como a cuatro cuadras de donde vivíamos. Mi madre pudo dejar de trabajar y don Guillermo se pasaba un par de días a la semana, los martes y los viernes, por casa.”
Parecía que las cosas empezaban a mejorar. “Mi madre aprendió a hacer pan y ganó un horno en una rifa. Ella lo horneaba y yo pasaba a venderlo por las tiendas. Así mi madre se podía ganar algo para que mis hermanos estudiaran.” Pero aquella felicidad fue momentánea. El mal humor de su madre vino a empeorarlo todo. Un día, “ella había puesto a hervir leche y me pidió que cuando hirviese la apagase. Yo lo hice, pero tenía hambre, así que cuando la nata se secó me subí en un cajón, metí el dedo y me lo chupé. Cuando me estaba metiendo la nata para la boca entró mi mamá. Se enloqueció. Prendió el fogón eléctrico, calentó un cuchillo y me quería quemar la boca. Pero al ver que yo no me dejaba me cogió la mano y me la metió en el fogón al rojo vivo. Me pegó los dedos de la mano. Recuerdo que después dormía con la mano metida en un cazo de agua y el agua se calentaba. Llegó la policía y me compraron buñuelos o empanadas para que yo hablase. Nadie lo había visto y solo mi testimonio podía culpar a mi madre. Pero yo no quería que me separasen de mi madre.
Pese a todo, aquel tiempo con Don Guillermo no les faltó demasiado nada. Él “traía la plata los martes y los viernes. Entonces yo me salía de la casa para que tuviesen relaciones.” Fue uno de esos días cuando se empezó a desencadenar sobre el pequeño Danielito una retahíla de fatalidades. “Tenía 5 años, salí a la calle a chuparme un helado y vi un hombre que estaba en una esquina con aquellos pantalones blancos ajustados con pata de campana de los años setenta. Yo sabía que vivía en la casa de los ricos de la zona. Allí habitaban unos cuantos hombres de diferentes niveles. Los más jovencitos eran los “pinterillos”. Y los mayores eran los “Priscos”, los que montaron la primera escuela de “sicariato” de Pablo Escobar. Ese se llamaba Elkin. Tenía un paquete de colombinas (piruletas). Me dijo que me las regalaba si me iba con él a los bajos de una quebrada que quedaba en el 54 de Aranjuez. Me dio la chupeta y mientras me la estaba comiendo, me distrajo mirando unas palomas, me bajó el pantalón y me sentó sobre él. Empecé a gritar y a llorar. El eyaculó y del brinco eso me calló en una pierna. Yo no sabía qué era eso. Él, para que me callara, me volteaba la cara, me metía la piruleta y me besaba. Hasta que me soltó y se fue corriendo. Yo me quedé ahí, con ese dolor, comiendo la colombina y llorando, y con la otra mano yo me tocaba en las piernas y gritaba, “ay, me partieron un huevo”, porque yo no sabía lo que era eso. Me fui así para casa, con la bolsa de colombinas bien agarrada.”
Después me explica lo que sucedió cuando llegó a casa tras aquella primera violación, pero se remonta al pasado para aclararme el contexto. “En aquella época había un mafioso en Cali que robaba niños para quitarles la sangre. Él tenía leucemia y así alargaba la vida. Era llamado el Monstruo de los mangones o también el Purasangre. Por eso mi madre me tenía prohibido hablar con nadie que no conociese o aceptar sus regalos. Siempre me repetía que robaban niños por la calle. Yo ya estaba advertido.”
Cuando llegó a casa, don Guillermo ya se había vuelto a ir. “Lloraba y decía: “ay, mamá, me partieron un huevo”… Pero mi madre solo se fijó en la bolsa de colombinas y pensó en que algún extraño me las había regalado. Como era neurasténica, perdió los nervios y me dio una tunda. Me dio lo que se decía “el baño maría”. Con una manguera te metían bajo el chorro agua y te iban dando golpes con la misma manguera. No le pude explicar lo que había pasado, porque ella no dejaba de gritar “ya le he dicho que no acepte nada”. Al final, yo me quedé con doble dolor.”
Después de aquello, pese a que solo tenía 5 años, empezó a rumiar. “Yo le había preguntado a mi madre de dónde venían los niños. Ella me había dicho: el papá besa a la mamá y la cigüeña trae un bebé. Entonces yo empecé a pensar en que aquel tipo me besaba y me besaba. Por eso, pensé, ay, Dios mío, va a venir esa cigüeña. Así que me volé de casa.”
Jorge Martínez Lucena