Astrid Daniela, una transgénero que conocimos en Barcelona (España), nos habló en posts anteriores (1 y 2) de su dura infancia y adolescencia en Colombia. Ahora nos cuenta su relación con la Virgen durante todos sus años de delincuencia, y de la comunidad de fe que se ha encontrado en la Parroquia de San Sebastián de Badalona, de la mano de Nacho Sánchez.
Su fe tiene un origen popular. Es cierto que unas monjas la acogieron con dulzura cuando era un niño y se escapó de casa, pero no sabría decir en qué momento ni cómo empezó a tener esperanza, a pesar de las violaciones y palizas recibidas. “En Colombia uno crece con esas creencias”, nos dice.
Me cuenta que su cambio fue lento. Tras el suicidio de su madre a los 9 años, Daniel se lanzó al robo callejero y empezó a hormonarse para convertirse en Astrid Daniela. Su existencia se convirtió progresivamente en una huida sin fin. Cuando tenía 19 años, llegó a Pereira (Colombia) escapando de su pasado en Medellín y otras ciudades. Entonces llevaba diez años de adicción a la pasta de coca, el conocido bazuco. Temía por su vida: “El marido de una de mis amigas se obsesionó conmigo y le decía a su mujer, una prostituta de las más bonitas, que se había enamorado de mí. A este hombre lo llamaban “el indio” y era un ladrón de los más famosos, aunque estaba siempre preso. Yo ayudaba a la mujer cuando él estaba en la cárcel, con los niños y con los hombres, que le caían encima como moscas porque su “man” estaba encerrado. El caso es que un día me los encontré a los dos por la calle, y “el indio” la empezó a provocar y ella acabó gritándonos: “Los mando a matar a los dos”. Yo me escapé para Pereira y a los veinte días me di cuenta que al indio lo habían matado. Ella se fue a vivir con el sicario que lo mató y acabó adicta a la pasta de coca y a la pega. Yo me tuve que mantener lejos porque también me querían quebrar. Vivía en la paranoia. Fumaba pasta de coca. Sacaba la navaja a la mínima. Viví un periodo de violencia. Me convertí en una voz fuerte en la zona roja. Yo robaba y ayudaba, como siempre he hecho. Defendiendo a las mujeres y luchando por los que me necesitaban.”
Fue en Pereira donde la Virgen entró de nuevo en su vida. “Allí conocí a una mujer que consumía mucho. Yo solo me fumaba dos cigarrillos de bazuquito al día, como mucho tres cuando tomaba. Me duraban todo el día, pero era como una obligación diaria. Yo tenía esa amiga que un día se perdió y bastante después la encontré toda gorda y bien. Le pregunté si había estado en la cárcel y ella me dijo que se había aparecido la Virgen en El Jordán y que había ido a verla y que por eso ya no fumaba. Le dije: “mami, lléveme”. Cuando yo fui para allá yo no estaba muy conforme con mi vida. Me sentía muy mal. Sentía la necesidad: “si se le apareció a esa niña, que se me aparezca a mí”.”
Su amiga le dijo el autobús que tenía que coger para llegar. Astrid Daniela fue hasta la fuente que había surgido en una roca donde se habían producido las apariciones. Se decía que aquel agua era milagrosa. “Yo bebí de esa fuente y ya dejé la droga. Bueno, la verdad es que esperé a que se fuese todo el mundo y cuando anocheció me quedé en puros calzones y me bañé y le pedí a la virgencita que me cambiase la vida, porque yo ya estaba cansada. Tenía 19 años y había estado ya 5 veces en la cárcel por violencia. Le recé: “Yo ya estoy harta de tanto vicio, de tanta persecución,… Si no me puedes ayudar virgencita, solo te pido que me lleves pronto para estar con mi mamá”. Me quedé toda la noche rezando y no vi nada, pero sí noté dentro de mí la fe. Me llevé un galón de agua y me fui para el hotel y como no podía dormir me salí para la calle y me puse a trabajar, a robar. Conseguí dinero y me fui para comprar la droga, pero cuando armé el cigarrillo y me puse a fumarlo me dio asco. Armé otro con otro tabaco y otro papel, pero me seguía dando asco. Y vi que la Virgen me había hecho el milagro. Cuando sentía el olor de otra gente que fumaba también me daba un asco terrible.”
En agradecimiento le llevó a la Virgen un montón de flores. Y no dejó de pedirle cosas: “Ahora ya no tenía que fumar bazuquito. Ya no tenía nada que me atase a mi país. Le prometí a la virgencita que si me ayudaba a salir de Colombia yo le compraba un ángel para el santuario. Al salir de allí conseguí fácilmente el dinero que necesitaba para irme a Europa. Cuando tuve el pasaje, le pedí a la señora de la agencia de viajes que me guardase el billete mientras tramitaba la visa. A los quince días me llamó y me dijo que me había llegado la visa para República Checa. Llamé a mi familia y les dije que me iba para Italia. Me preguntaron si seguía fumando esa “huevonada”. Ellos no creían en mí. Nunca lo habían hecho. Pero eso me dio más fuerzas.”
Entonces conoció el Vaticano y año tras año ha ido visitando numerosos santuarios marianos en Europa como Loreto, Lourdes, Fátima, Montserrat, etc. En todos ellos le ha pedido a la Virgen María un cambio de vida. Algo que le ha ido concediendo poco a poco: “Mi mente se ha ido perfeccionando. Con lo violenta que yo era, desde hace dos o tres años ya no peleo. Ya me gusta más el diálogo y el perdón.” Desde hacía tiempo tenía intención de ir a Medjugorje, pero lo iba demorando, porque quería que, cuando fuese allí, el cambio fuese radical. “Entonces vino Nacho al campo (Camp Nou) y me lo ofreció y no pude decir que no”.
Me explica que de vuelta de la peregrinación de este verano ella está muy contenta con la comunidad que la ha acogido. Siente que la quieren y aceptan como es. “Toda esta gente es sagrada: Nacho, tú, etc.” Me sorprende esta última afirmación porque Astrid Daniela ha percibido con clarividencia la unidad de los cristianos. Pese a que yo no formo parte de la parroquia de Nacho, ella nos considera uno, levantando acta de la comunión que aúna a la iglesia.
Después me sigue explicando que ella se siente como “un ejemplo que Dios está poniendo. Yo creo que ahora puedo ser un fiel testimonio. Si yo me entrego a Dios tiene que ser al ciento por ciento y de un modo puro.” Hace una pequeña pausa dubitativa y sigue: “Aunque yo ayer salí y sentí que mi cuerpo podía volar porque estaba donde no debía estar. He pecado una sola vez desde que volví de Medjugorje y lo confesé públicamente ante la comunidad y el párroco. La fe es muy grande. Pero si ustedes quieren ayudarme a mí en este camino, tienen que conocerme desde el fondo. Yo siento que estoy con la gente justa, pero tengo que ser sincera y se me tiene que ver como soy.”
Jorge Martínez Lucena