A pocas horas de cumplir 61 años e iniciar una nueva etapa en mi vida, junto a Vida mi esposa y mis hijos, me siento a escribirte estas palabras.
Cada año para esto días me hago nuevos propósitos. Empiezo a cumplirlos y a mitad de año han quedado desperdigados por el camino. Por eso he decidido este año, no hacer más propósito que éste: “Abandonarme en los brazos de Dios”. Dejar que Él me lleve donde quiera. Y yo iré tranquilo, seguro, sabiendo que es un Padre amoroso y tierno. Y que todo lo que permita será para mi bien espiritual.
Va a ser emocionante y me pregunto: “¿Qué nuevas aventuras me esperan?”
La vida es maravillosa, una gran aventura por disfrutar.
El camino de la vida suele estar lleno de dificultades, pero también alegrías, triunfos, sueños y de pronto comprendes que la vida en sí misma es una gracia, un don inapreciable de Dios, que debemos valorar, proteger, cuidar y “agradecer”.
La vida es un “regalo de Dios”, para que hagamos cosas extraordinarias, seamos felices y podamos un día ganarnos el cielo y pasar la eternidad con Él, en su amor. Hay que abrazarla como lo que es, un don que Dios nos da.
He pensado en estas palabras de san Juan de Cruz:
“Y el alma sale para ir detrás de Dios; sale de todo pisoteando y despreciando todo lo que no es Dios. Y sale de sí misma olvidándose de sí por amor de Dios”.
Es lo que anhelo con los años que me queden por vivir, “salir en pos de Dios”, y cuando le vea, vivir el santo abandono, decirle que le quiero e ir donde me lleve.
Su pedagogía te lleva en ocasiones “al límite”. Es algo que nunca he comprendido y no es de mi gusto. Me ha tocado estar en el borde, a punto de rendirme y de pronto llega y te dice: “Bravo, lo has conseguido. Estoy orgulloso de ti”.
Y yo, testarudo le respondo: “¿Por qué demoraste tanto?”
Su respuesta siempre es la misma: “Porque te amo”.
No comprendo muchas cosas espirituales con mi limitada y pobre capacidad. Siempre le pido: “Quiero comprender”. Curiosamente es durante una Eucaristía cuando me llegan las ideas y entiendo.
Me emociono. “Estás aquí”, le digo. “Dios mío, estás aquí”.
Es una experiencia que me encanta.
“…no les hablaba sin parábolas; pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo en privado”. (Marcos 4, 34) Todavía estoy leyendo sus parábolas y a menudo sueño con ese momento en que nos encontremos de frente, pueda verlo, me explique todo y pueda entender.
Nosotros pensamos en términos de la vida temporal y Dios piensa en términos de una ETERNIDAD.
A mi edad, dentro de lo poco que entiendo, hay algo que me impacta y me trasciende: “la vida cobra sentido cuando la vivimos en la presencia de Dios”.
No le somos extraños a Dios. Tengamos Fe. Él NUNCA nos abandona.
Somos sus hijos amados. Por tanto, debemos buscarlo, y pedirle un poco de su amor para amarlo cada día más.
Ente el mundo con todo lo que puede ofrecerme y las delicias de una maravillosa eternidad, prefiero el Paraíso. Entre la tierra y el cielo, escojo el cielo.
¿Te puedo pedir un favor? Cuando vayas a ver a Jesús en el sagrario dile: “Claudio te manda decir que te quiere”.
¡Dios te bendiga!
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