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Se detuvo el tiempo… y allí ESTABA DIOS

tiempo

© JD / Flickr

Claudio de Castro - publicado el 14/04/16

A mis 58 años Dios me muestra un nuevo camino. Está lleno de sorpresas.

Suele ponerme en una encrucijada cada cierto tiempo. Es algo que espero, sabiendo que inevitablemente ocurrirá.

No son crisis. Es como si de pronto el tiempo se detuviera.  Todo empieza a ir mal.  Te quedas sin trabajo, se daña todo en tu casa… los problemas llegan en racimo. Sé entonces que mi vida cambiará de rumbo. Algo mejor está por llegar.

Es la pedagogía de Dios.

Te pone en camino. Estás muy cómodo con ese trabajo, con tu auto y tu vida en general. No quieres avanzar.  Llega Dios y te saca de tu comodidad.

Por algún motivo que no termino de comprender, las dificultades hacen que busquemos a Dios y las riquezas, que lo olvidemos. 

Llegan los problemas y empiezas a caminar.  Te detienes en medio de la nada, hay un cruce con diferentes caminos frente a ti y debes escoger. ¿Cuál seguir?

He transitado el camino del orgullo y no llegué a ninguna parte. Fue una pérdida de tiempo.  Luego, a la vuelta descubrí un camino ancho, agradable, con aromas embriagadores, cerré los ojos y me adentré. Corrí por sus avenidas cantando y riendo.  Cinco años demoré en salir. No encontré más que tristeza y vacío. Allí no estaba Dios.

Yo lo buscaba por el conocimiento, quería comprender, saber, entender lo que nos ocurre, qué plan tiene para esta pobre humanidad.

Pero no es fácil entender al Eterno cuando somos simples mortales sumergidos en un mundo temporal.

Aquí todo pasa. En el Paraíso, todo queda, todo es virtud,belleza felicidad y pureza.

Buscaba un tesoro olvidado en el tiempo: “El conocimiento de Dios”.  

Nuestro Catecismo nos dice que:  “El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí…” (Cap. 1, 27)

Tal vez, en algún lugar encontraría un mapa, algo que me guiara a la verdad. Me parece haber escuchado que las Bienaventuranzas eran ese mapa que tanto yo buscaba.

Las he leído con ingenuidad. ¿Puede una palabra transformar el mundo?

Pero después pensé: “No son palabras, son un camino, nuevo, inexplorado. ¿A dónde llevarán?”

Los que practicaron esta forma novedosa de vida me dieron la clave.

Leí con avidez sus vidas. Todos fueron santos, y se acercaron más que nadie a Dios. Fueron personas ordinarias que tuvieron vidas extraordinarias: San Francisco de Asís, santa Teresa de Jesús, sor María Romero, en Costa Rica,  san Alberto Hurtado en Chile…

Ocurre como me dijo María Jesús, una prima de mi esposa Vida:

“Tú pones lo ordinario, Dios lo convierte en extraordinario”.

Conocemos tan pocos santos hoy en día, pero son miles los que viven en santidad, sin que sepas de ellos. Son los santos anónimos.

Olvidados del mundo, con sus oraciones y sus vidas, le permiten al mundo seguir. Calman la ira de Dios cuando pocos escuchan la súplica de Nuestra Señora en Fátima: 

“¡No ofendan más a Dios Nuestro Señor, pues ya está muy ofendido!”

Es una gracias que haya personas que busquen agradar a Dios. Me recuerdan ese hermoso salmo (53):

“Se asoma Dios desde el cielo, mira a los hijos de Adán, para ver si hay alguno que valga, alguien que busque a Dios”.

Son sus santos amados, aquellos que en lo cotidiano llevan a Dios y lo ponen en medio de todo, el trabajo, la familia. Convierten sus trabajos en ofrendas y oraciones gratas a Dios.

Ofrecen cada día al Creador. Le piden que bendiga al mundo y convierta sus trabajos en oración.

¿Acaso podemos hacer lo mismo? Ser santos sin llamar la atención, sin que nadie nos señale: “Allá va ese, que se cree santo”.

Quisiera ser santo sin que se note. Olvidado. Desapercibido. Humilde. Es mi sueño de infancia.  Ser santo para Dios. Darle esa alegría.

 Me gustaría ayudar a Dios, aunque suene ingenuo, con mis pobres oraciones. Salvar almas ofreciendo por ellas mis sufrimientos e inquietudes. Trato, pero es muy poco lo que puedo ofrecer. Estoy muy lejos de la santidad.   Aún así, no me desanimo.

Sé que Dios, en alguna medida, mira tu esfuerzo.

 Mi papá solía llamarme naif. Ahora lo entiendo.

……………..

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