Si conociéramos los grandes dones que recibimos en una sola Eucaristía la viviríamos a plenitud, con gran devoción. Es un misterio que llevo años tratando comprender, el milagro que se nos da en cada misa. Y luego cuando llevan las hostias no consumidas al sagrario y se queda allí el buen Jesús, silencioso, esperando nuestra presencia.
Ayer sentí una gran necesidad de verlo y fui al Sagrario de un bello oratorio. Queda cerca de mi casa y disfruto mucho mis ratos de silencio, de lectura y oración acompañando a Jesús Sacramentado. Para esta ocasión llevé un libro que me envió desde Ecuador un sacerdote amigo: “Nuestra Misa”, del padre Carlos Miguel Buela. Lo abrí y me encontré con una bella dedicatoria. Te copiaré parte de ésta, porque me emocionó:
Hoy nos habla don Bosco:
“El Tesoro más grande que se puede hallar en el cielo y en la tierra, está en el Sagrario, pues allí habita el dueño de todo lo creado”.
Me escriben muchas personas y a menudo me preguntan por qué escribo tanto sobre Jesús en el Sagrario. Es muy sencillo: “Por qué allí habita el Rey de Reyes. Mi mejor amigo”.
Jesús habita en los Sagrarios del mundo. Está vivo. Algunos lo llaman acertadamente: “Prisionero de amor”. Yo prefiero llamarle: “Amigo mío”.
Siempre le pido que el día que parta de este mundo, salga a mi encuentro, sonría para tranquilizarme y me regale un gran abrazo con estas palabras: “Claudio, amigo mío”.
Recuerdo cuando lo visitaba de niño. Iba con la naturalidad de quien sabe que tiene de un amigo esperando por él. Yo llevaba la certeza de Jesús presente en aquél Sagrario frente a mi casa. Al crecer confronté la fe, lo que no ves con los ojos físicos, contra las palabras que el mundo me decía insistente. Llegué al final a una simple conclusión y es lo que cada día he confirmado:
“JESÚS ESTÁ ALLÍ. ÉL TE VE, TE ESCUCHA Y NOS AMA”.
¿Cómo lo sabes Claudio? Ah, eso es muy sencillo de comprobar. A mi edad me he vuelto práctico. Te dejo una tarea muy sencilla:
Una hora diaria ante Jesús en el Sagrario.
Hazlo, te dará la respuesta que necesitas y te cambiará para siempre.
Recuerdo un joven incrédulo que atravesaba muchos problemas. Le sugerí visitar a Jesús, en el sagrario de su parroquia, seguro que Jesús lo ayudaría. Lo volví a encontrar al tiempo y le pregunté:
“¿Cómo te fue?”
Me sorprendió su respuesta. Fue increíble:
“Al principio iba por ir al Sagrario, no sabía qué esperar. Veía a las personas a mi alrededor y me preguntaba por qué estaban allí. Un mes después me ocurrió algo que al principio no supe comprender. De pronto experimenté una gran paz. Era algo que nunca había sentido. Una paz que me llenaba y se desbordaba, que me hacía feliz. Sabía de alguna manera que era una gracia que se me estaba dando. Supe en ese momento que era Él y que estaba allí, en aquél sagrario”.
Yo sólo pensé: ¡Qué bueno eres Jesús!
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