Cuando era niño soñaba con ser santo. Tener una santidad de aquellas que no se notan. Que nadie la percibe, Que pasa oculta a los ojos de los demás.
Quería ser santo para Jesús. Vivir en Su presencia amorosa.
Jesús era mi mejor amigo.Vivía enfrente de mi casa en un hermoso sagrario. Me encantaba pasar a saludarlo antes de marcharme al colegio, cada mañana. Disfrutaba enormemente estar con mi amigo Jesús.
En ese tiempo hablaba poco, reflexionaba mucho. Pasaba la mayor parte del tiempo pensando.
“¿Cómo podía encontrar el camino a la santidad?”
No conocía el maravilloso libro de santa Teresita del Niño Jesús: “Historia de un Alma”y era muy poco lo que sabía de Dios.
Sólo tenía una certeza: “Debía ser santo y tener contento a Jesús”.
Qué ingenuos somos de niños. Todo es bueno, y cada cosa nos maravilla.
Me parece que alguna vez te lo he contado: “soñaba también con batirme a duelo con el diablo. Librar a la humanidad de su desagradable presencia, que tanto daño hace”. Leía en esos días “Los Tres Mosqueteros” de Alejandro Dumas y me imaginaba uno más con D’Artagnan, Athos, Porthos y Aramis.
Al crecer cambié la esgrima y el florete por una espada mucho más filosa: “la palabra escrita”. Es la que uso ahora.
Sigo igual que de niño soñando con llevar a Dios almas, empezando por la mía…
Deseo ser santo, a pesar de «lo imposible que me parezca».
Sé que es lo que Dios nos pide.
Decía santa Eufracia: “Un alma vale más que un mundo”.
He aprendido que la palabra puede reconstruir una vida, darle motivos a una persona para salir adelante y ayudarla a encontrar su camino.
Una palabra justa a tiempo, puede dar esperanza.
Lo sé bien. Recibo muchos correos de lectores a los que alguna palabra les ha tocado el alma y decidieron darse una oportunidad. Me conmueven muchas veces porque reconozco la mano de Dios que ha hecho el milagro.
Dios pasa y se queda en medio acompañándolos, dándoles la gracia que necesitan.
El hecho que ahora me leas me parece un regalo del buen Dios. Podemos compartir estos pensamientos, un anhelo de eternidad. Y encontrar el Camino de Dios, que nos lleva a la santidad.
“Sed para mí santos, porque santo soy yo, el Señor, que os he separado de las gentes para que seáis míos”.(Lev. 20, 26)
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Te invitamos a escuchar una bellísima reflexión en audio blog de nuestro autor Claudio de Castro «Atrapar a Dios».
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