Ocurrió en abril de 1985. Mi amigo José me visitó consternado a mi oficina. Estaba muy inquieto. Dos meses atrás perdió su empleo y no sabía qué hacer. Tenía 4 hijas pequeñas en el colegio, y deudas que no podía pagar. Recién me estaba enterando. Conversamos largo rato evaluando sus posibilidades.
Por algún motivo, antes que se marchara, le sugerí:
“Cuando salgas de aquí, ve directo a una capilla y visita a Jesús en el sagrario. Si entras a la iglesia no lo encuentras, pregunta y te guiarán. Una lamparita roja al lado del sagrario te indicará que Él está allí. Cuéntale lo que te pasa. Y pídele que te ayude, no por ti, sino por tu familia”.
Aquella mañana se marchó José con una nueva esperanza. Lo volví a ver días después. Su rostro estaba totalmente cambiado. Era diferente. Sonreía, se le notaba muy animado.
“¿Qué ha pasado?”, pregunté con curiosidad.
“No lo vas a creer”, me dijo sorprendido. “Hice como me sugeriste. Salí de tu oficina y fui directo a un oratorio. Visité a Jesús en aquél sagrario. Me quedé un largo rato. Le conté lo que me estaba pasando y le rogué que me ayudara por mis hijas. Necesitaba urgente un trabajo para sostener a mi familia”.
Mientras hablaba crecía en mí el deseo de saber cómo concluyó aquella visita.
“¿Y qué ocurrió?”.
“Llegando a la casa, justo al abrir la puerta, timbra el teléfono. Era para una entrevista de trabajo. Quedé impactado. Me acordé de tus palabras y mi vista a Jesús. No podía ser casualidad, era demasiado… “
Lo miré con sorpresa. Me parecía increíble.
“Mañana empiezo”, concluyó con una gran sonrisa. “¿Qué te parece? Necesitaba contártelo”.
No recuerdo si lo abracé. Ambos estábamos felices. Aquella era una gran noticia.
Sentí la presencia de Jesús en medio de nosotros y experimentamos una alegría que se desbordaba.
Así empezaron estas aventuras con Jesús sacramentado. Yo recomendaba al que podía que lo visitara y Él, en su Misericordia infinita, tocaba esos corazones y los transformaba. Nunca ha dejado de hacerlo. Sé de muchos que han cambiado radicalmente sus vidas, son felices, han logrado perdonar y amar…
Jesús es increíble. Nunca deja de sorprenderme.
Cuando salí al medio día, me dirigí a una capilla que estaba a la vuelta de mi trabajo. Me arrodillé frente al sagrario, lo miré con una gran paz.
“Gracias Jesús”, le dije. “Sé que fuiste tú”.
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