Hace muchos años decidí qué dedicaría mi vida a Dios. Me sentía como un explorador a punto escalar una gran montaña. Experimentaba una gran emoción. Estaba por emprender la gran aventura de mi vida.
Como cualquier escalador necesitaba tres cosas fundamentales:
1. Una buena preparación, es decir “conocimiento” de mi fe y empecé a leer el Catecismo de la Iglesia Católica y la santa Biblia.
2. El equipo apropiado para escalar, que en mi caso era la gracia de Dios y para ello, una buena confesión sacramental me ayudó muchísimo.
3. Buen ánimo y fortaleza para empezar, y esto lo conseguí por medio de la oración y los sacramentos de nuestra iglesia.
Dedicaría lo que me restaba de vida a buscar, conocer y amar a Dios. A escalar su empinada montaña. Pero, ¿dónde estaba? ¿Dónde tenía que ir a buscarlo?
Conocerlo fue más sencillo de lo que esperaba. Me bastó abrir la santa Biblia, donde me esperaban sus palabras, sabiduría y misericordia. Así empecé a conocer al Padre Eterno, y descubrí su gran misericordia y su amor que se revelaba al hombre.
Fueron los mejores años de mi vida. Cada día era un milagro. Y los disfrutaba en grande. Me sentía como un hijo consentido, al que su padre abrazaba y lo llena con su amor.
Tuve cientos de experiencias maravillosas y me di cuenta que primero vivimos de la gracia y después vivimos de la fe.
También comprendí que Dios primero elige a la persona, y después le da las gracias qué va a necesitar para poder perseverar y llevar a cabo su misión.
Lo que pide de ti es el primer paso, el más difícil, aquél que te lleva a las salientes pedregosas de su montaña, aquél: “Señor, aquí estoy, dispuesto a todo por ti”.
Me di cuenta que a pesar de buscarlo, Dios no me quitaría mis problemas, pero si me daría la gracia para encontrarles solución y no zozobrar en medio de ellos. Incluso me he dado cuenta que algunos problemas que enfrento ahora son más serios y perturbadores que los que enfrentaba antes, pero ya no me rindo ante ellos. Les buscó una solución, rezo y confío en Dios, mi padre.
Mi vida no es más sencilla pero soy más feliz.
Sé que Dios nunca nos abandona y esto me da la confianza que necesito para seguir adelante y perseverar.
¡Ánimo! No estamos solos. Dios va con nosotros.
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