Hay días en que todo sale mal. Los problemas parece que llegan en racimo y no te dan tregua. Se daña el auto, después la lavadora, aparecen problemas familiares, cuentas que nos has podido pagar… ¿Te ha pasado alguna vez?
Para mí, hoy fue uno de esos días. Parecía ir mal. Tuve que reconocer que esta semana me compliqué y descuidé la oración. Cada vez que esto ocurre siento más pesada la carga.
A menudo recuerdo aquel lector de mis libros y Aleteia, que me preguntó si mi vida era más sencilla que la de los demás, por los artículos que publicaba. Recuerdo que le respondí: “Cargo un mundo de problemas y dificultades sobre mis espaldas, pero no me pesa tanto porque Dios lo carga conmigo”.
Esta semana me volvió a ocurrió, alguien me hizo un comentario similar y respondí que llevaba un mundo sobre mis espaldas. Fue en ese momento que me di cuenta que había descuidado mi vida de oración.
Si dejo la oración, todo me va mal.
¡Es increíble! La oración siempre ha sido un bálsamo en mi vida.
Siempre he creído que el mundo necesita con URGENCIA nuestras oraciones, las tuyas, las mías, las de todos. Te lo repito, sin la oración estamos perdidos.
En momentos como los que vivimos la oración nos permite estar en la dulce presencia de Dios y apaciguar nuestras almas, encontrar respuestas a nuestra inquietudes y descubrir un propósito.
Hace dos años me escribió una joven con un problema muy serio. Pidió mi consejo. La verdad es que no sabía cómo ayudarla. Era algo muy íntimo personal. No suelo aconsejar porque reconozco que no soy muy bueno en ello. Lo que hice fue compartirle mi experiencia:
“Cuando tengo problemas muy serios y sé que no está en mis manos resolverlos, me siento en una banca afuera de mi casa y rezo el Rosario. Rezar el Rosario me da mucha paz. Empiezo confundido, sin saber qué pensar y a medida que rezo me inunda una paz sobrenatural. ¡Es impresionante! Ese momento de serenidad y paz interior me ayuda a pensar mejor, perder el miedo y encontrar una solución a mi problema”.
Ayer recibí un correo electrónico suyo. La verdad, había pasado tanto tiempo que casi no la recordaba. Me daba las gracias. La oración la había fortalecido y tuvo las suficientes fuerzas y serenidad para enfrentar su problema y solucionarlo. Era feliz.
Me llegó en el momento en que era yo quien necesitaba rezar. Y ella me lo recordó. El mundo da muchas vueltas.
Cuando todo sale mal, rezo y me abandono en las manos amorosas de Dios.
¿Qué haces tú?