Hay una canción que me encanta, seguro la has escuchado, es la Canción del Peregrino.
Tiene una letra bellísima que te aclara con sencillez quiénes somos y hacia donde vamos.
Nos hallamos aquí en este mundo,
este mundo que tu amor nos dio;
mas la meta no está en esta tierra,
es un cielo que está más allá.
https://www.youtube.com/watch?v=y7fdoAgyf3g
En realidad, ¿quién eres? ¿Hacia dónde vamos? ¿Para qué estamos aquí?
Yo a menudo lo pienso y medito en ello. Y llego a la misma conclusión: “Estamos aquí para amar. Ser Misericordiosos. Agradar a Dios”.
Cuando era niño mi mayor ilusión era ser santo, para tener contento a Dios y poder ir al cielo a verlo y estar con Él, decirle que le quiero y agradecerle todo lo que hecho por nosotros.
A través de la vida preparamos nuestras maletas espirituales para llevarlas al Paraíso. La pregunta que debemos hacernos, es simple: “¿Con qué las voy a llenar?”
En su quinta aparición en Fátima, parece que alguien le dio a Lucía un perfume para que entregara en obsequio a la Virgen María. La Virgen con gran bondad rechazó el obsequio y explico un motivo muy simple.
Ocurrió así:
“…la niña, que hablaba en nombre de los tres, le ofreció a la Madre de Dios dos cartas y un bote con colonia que le habían dado algunos de los entre 20,000 y 30,000 fieles que se congregaban en Cova de Iría. «Eso no es conveniente para llevar al Cielo», contestó la Virgen”.
El domingo recordé esta bella historia y me quedé un rato pensando en aquellas cosas por las que tanto me afano e inquieto. Y no sé por qué.
¿De qué me sirven sin al final ninguna de ellas podré llevarlas al Paraíso?
Una vez pregunté a un sacerdote qué podíamos llevar al cielo.
―Las obras de Misericordia que tanto gustan a Dios―respondió―. Busca en tu Biblia Mateo 25. Hay una gran lección. Jesús nos enseñó lo que debemos hacer. Nos toca practicarlo.
“Entonces dirá el Rey a los de su derecha: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme.”
Cuando alguien te pregunta quién eres, puedes responder con esta verdad: “Soy un peregrino y vamos hacia el cielo”.
¡Dios te bendiga y te muestre sus caminos!
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