Tengo tanto que contarte de Jesús en el sagrario. No se cansa de amar, de prodigar gracias a los que le visitan. Me gusta cuando salgo con Vida mi esposa a hacer mandados, parar en alguna parroquia, detener el auto, bajarnos juntos, e ir a saludarlo.
“Aquí estamos Jesús”.
Lo que más disfruto es hacer varias paradas. Te parecerá una tontería. Pero me encanta sorprenderlo.
¿Alguna vez has visto un sagrario abandonado? Sabes que el Rey de Reyes, el Amor de los Amores, el Hijo de Dios se encuentra allí presente, en toda su majestad, humilde, silencioso, prisionero del amor, y está solo. La humanidad a la que se entregó por amor, no le corresponde ese amor. Tal vez porque no lo saben, no tienen idea que Él está allí, en los sagrarios.
Lo que más me inquieta es entrar a una capilla y no hallarlo. “¿Dónde estás? ¿Dónde te han puesto Jesús?” No me retiro hasta encontrarlo, darle mi saludo y decirle que le quiero.
Ayer, Jueves Eucarístico, me ocurrió algo que te quería compartir. Para mí, los grandes milagros suelen ocurrir esos días. Los Jueves Eucarísticos son los días en que Dios se complace en derramar su gracia sobre la humanidad. Su hijo está expuesto, a la vista, esperando ser amado, adorado.
Salí temprano con Vida para hacer unas compras y recordé: “Es Jueves Eucarístico”.
“Pasemos a visitar a Jesús”, le dije a Vida. Y cambié la dirección hacia una Iglesia cercana que está siendo bellamente remodelada. Allí encontré la Cruz Peregrina de la Jornada Mundial de la Juventud, que va cargada por los jóvenes, de parroquia en parroquia. Tomé algunas fotos para ustedes.
El sagrario lo habían movido debido a la remodelación. Lo buscamos y no pudimos hallarlo. Al final preguntamos y nos indicaron:
“Vaya al tercer piso de los salones parroquiales”.
Subí con Vida, entramos a todos los salones. Luego el segundo piso, el primero… y nada.
“Nos vamos”, le dije a Vida.
En ese instante sentí muy hondo en el alma estas conmovedoras palabras: “¿No me vendrás a visitar?”.
Quedé “paralizado”.
“Subamos de nuevo. Esta vez lo encontraremos”. Le dije a Vida. Y regresamos.
Allí estaba Jesús, en un hermoso salón, bellamente decorado, en la primera planta. Le sonreí, lo saludé, le dije que le quería. Qué maravillosa escena, tener a mi mejor amigo enfrente.
Miré a mi alrededor y comprendí su llamado. Solo. ¡Santo cielo! Estaba solo.
Qué dolor, saber que está llamando, pidiendo que le visten.
Nos quedamos con Él hasta que llegaron otras personas, adoradores, enamorados de Jesús.
Te pido que no lo dejes solo. Acompáñalo. Anhela tu amor, nuestro amor. Saber que le amamos.
¿Te puedo pedir un favor? Cuando le visites dile: “Claudio te manda saludos Jesús”.
¡Dios te bendiga!
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