Me declaro hijo espiritual de la Virgen María.
Es mi Madre celestial. Y me siento feliz de saberlo y experimentar su protección cotidiana. Soy un pecador y aun así me ama y bendice. ¿Qué madre no amará a su hijo, aunque ande por malos caminos? La madre reza por él, como santa Mónica por su hijo Agustín, que no se cansó de pedir su conversión, hasta verlo convertido en el gran san Agustín.
¿Qué no hará la santísima Virgen María sabiendo que lo que está en riesgo es una maravillosa ETERNIDAD?
Mi mamá desde pequeños, a mis hermanos y a mí, nos decía:
“Tienen una Madre en el cielo. La Virgen María. No estarán nunca solos”.
No permitas que el pecado te aleje de ella. Búscala, pide su protección, ofrécele tu amor. He conocido casos impactantes de grandes pecadores que se han salvado por la intersección de la Virgen María.
No escuches a los que confunden diciendo que María nada puede. Una madre siempre intercede por sus hijos.
Las enseñanzas de nuestra santa Madre Iglesia son claras: “Jesús intercede ante el Padre”.
Pero te recuerdan también, que tienes una Madre en el cielo que intercede ante Jesús por ti.
“Jesús es el Hijo único de María. Pero la maternidad espiritual de María se extiende (cf. Jn 19, 26-27; Ap 12, 17) a todos los hombres a los cuales Él vino a salvar: “Dio a luz al Hijo, al que Dios constituyó el Primogénito entre muchos hermanos (Rm 8,29), es decir, de los creyentes, a cuyo nacimiento y educación colabora con amor de madre”. ( 501 Catecismo de la Iglesia)
Algunos olvidan que un hijo no le negará nada a su madre y Jesús, el más perfecto de los hijos, que es Amor, ¿crees que le negará algo a su Santísima Madre?
La Virgen María vela por ti, por todos nosotros, aunque no siempre lo merezcamos.
Una madre ama, sin pensar en más que el bienestar de sus hijos.
Perdóname Virgen Santísima las veces que he ofendido a tu hijo y a ti, como madre nuestra.
Sé que ella le hablará a Jesús de mí, de ti. Por eso suelo rezar confiado esta maravillosa oración de san Bernardo, pidiendo sus favores maternales.
Acordaos,
oh piadosísima Virgen María,
que jamás se ha oído decir
que ninguno de los que han acudido
a tu protección,
implorando tu asistencia
y reclamando tu socorro,
haya sido abandonado de ti.
Animado con esta confianza,
a ti también acudo,
oh Madre,
Virgen de las vírgenes,
y aunque gimiendo
bajo el peso de mis pecados,
me atrevo a comparecer
ante tu presencia soberana.
No deseches mis humildes súplicas,
oh Madre del Verbo divino,
antes bien, escúchalas
y acógelas benignamente.
Amén.
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