Hace muchos años cuando era un niño y estudiaba en el Colegio Paulino de san José, en Colón, el mundo me parecía sorprendente. Todo era un descubrimiento que me llenaba de esperanza y alegrías. La escuela estaba dirigida por unas dulces monjas franciscanas. Eran muy estrictas en la disciplina, pero desbordaban amor cuando se encontraban contigo en el aula de clases.
Una mañana soleada, que aún tengo viva en mi mente, la hermana Ávila entró al salón a reemplazar a una maestra. Me encantaban sus clases porque eran divertidas y solía hablarnos de Dios y su amor, de la vida de los santos, de la fe y la perseverancia en el amor.
Aquella mañana no fue diferente, pero de pronto hizo un alto y nos miró a todos y nos dijo: “Existe en cada oratorio, donde hay un sagrario, una lamparita roja. Búsquenla. Les advertirá de la presencia de Jesús en aquél sagrario, Si la ven apagada, lo más probable es que no está Jesús allí. Pero por lo general la encontrarán encendida. Y podrán estar en la presencia de Jesús Sacramentado”.
Desde ese día cada vez que voy a un oratorio o una Iglesia lo primero que hago es buscar, como decía la Madre teresa de Calcuta, “al dueño de la casa”. Y lo encuentro rápido cuando veo la lámpara del santísimo encendida.
Me ha pasado que llego a un oratorio y la lámpara no parece encendida. Esa incertidumbre me entristece. No tengo la certeza si está o no. Y de pronto la lámpara cobra brillo y exclamo:
“Estás aquí Jesús!¡Qué alegría!”
Y me quedo un rato haciéndole compañía, diciéndole que le quiero. Me encanta hacer esto: decirle que le quiero.
Una vez fui a una iglesia y lo busqué por todos lados. No lo veía. Por más que buscaba no encontré el sagrario. Cuando me marchaba le dije: “Jesús dónde estás? He venido a verte y no te encuentro”. Me puse pensar qué hacer. Iba con estas reflexiones cuando me topé con el párroco, el padre Antonio.
Me preguntó por mi vida, cómo estaba, por la familia, y al final me comenta: “¿Qué te ocurre? Te noto distraído”.
“Es que vine a visitar a Jesús en el sagrario, pero no he podido encontrarlo”.
Sonrió amablemente y dijo:
“Ahh, ya veo… Tranquilo. Nada pasa. Es que estamos haciendo reparaciones en el oratorio y lo hemos movido de lugar. Me indicó el nuevo oratorio y me dijo: “Anda que Jesús te está esperando”.
Me encantaron estas palabras y fui ilusionado a verlo. Allí estaban, el sagrario, Jesús Sacramentado y la lámpara encendida del santísimo.
Ahora que ya lo sabes, anda a verlo. Te digo como ese buen sacerdote me dijo a mí:
“Anda que Jesús te está esperando”.
¡Dios te bendiga!
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Los dejamos con esta reflexión sobre el sagrario.