“Quisiera tener su fe”, me dicen a veces. Si supieran que mi fe es débil y flaquea en medio de las dificultades, que caigo con frecuencia.
De niño mi mayor aspiración era ser santo. No imaginé que de grande me golpearían la vida, las persecuciones, las muchas tentaciones, mis debilidades, la adversidad. El camino que recorremos no es sencillo. Está lleno de tropiezos.
Conozco al Claudio que soy y sueño con la persona que puedo llegar a ser. Sé que por mis fuerzas nunca podré, por eso acudo al sagrario, y ante Jesús le imploro: “Aumenta mi pobre fe”. Sé que Él siempre nos escucha.
Quisiera amar más, perdonar con facilidad, abrazar al pobre y desvalido, dar una palabra de aliento al que se siente golpeado.
Delante de Jesús puedo mostrarme como soy. Es maravillosos poder visitarlo en el sagrario.
Él me conoce bien. Desde niño, hemos hablado. Todo lo sabe de mí. Para Jesús no tengo secretos. Y a pesar de saber lo que soy, nunca deja de animarme, de abrazarme, de darme ánimos para continuar.
“Vamos Claudio. No te rindas. La santidad está más cerca de lo que parece”.
Mientras escribo estas palabras, escucho el “Gloria” de Martin Valverde, una canción que me ha acompañado y me ayuda a recordar la presencia amorosa de Dios, y que para Él “NADA HAY IMPOSIBLE”.
De grande, a mis 62 años, deseo retomar el camino de la santidad. Ser santo para Jesús. Pero no uno de esos santos que todos señalan, sino un santo invisible, de los que solo Dios sabe su existencia. Ser santo para tenerlo contento, que sepa que en la tierra sus hijos lo aman,
Me doy cuenta que hay mucha tela por cortar, camino por recorrer. Cuando caigo me levanto lo más rápido que puedo, y corro al confesionario. De alguna forma hacer fila para confesarme me es de gran ayuda. Reflexiono, pienso y de pronto me llegan las ideas para mis libros. Es asombroso. Salgo renovado de la confesión, con un nuevo libro bajo el brazo. ¡Qué bueno eres Jesús!
Al salir del confesionario voy a verlo al sagrario. Me encanta charlar con Él con el alma pura, limpia. Me gusta tener la certeza de ser escuchado y poder consolarlo.
Es mi gran amigo, mi mejor amigo desde la infancia.
¿Me permites pedirte un favor? Cuando vayas a ver a Jesús al sagrario dile: “Claudio te manda saludos”. Ya sabes que me encanta sorprenderlo.
En este momento un amigo le deja mis saludos desde tierra santa. Otro en México.
Sobre todo, dile que lo amas. “Jesús te amo. Yo siempre te amaré”.
No te canses de decírselo. Él merece esto y más.
¡Dios te bendiga!
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