Cuando empecé mi búsqueda de Dios me ocurrió algo curioso. Un sobrino me contaba muy contento sus logros escolares. De pronto me miró y exclamó emocionado: “¡El papá de mi mejor amigo, es Juez!”
No sé por qué, en ese momento me inundó el alma un gozo sobrenatural, una alegría inexplicable, sonreí feliz: “El papá de mi mejor amigo, es Dios”, le respondí agradecido. “Tus palabras me han hecho recordar que somos especiales para Dios”
Aquella tarde me marché impresionado de su casa con muchas ideas en la mente, con deseos de irme a un lugar solitario, para sentarme y pensar en Dios.
“Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!”
(1 Juan 3, 1)
Sólo piénsalo: “El papá de nuestro amigo, Jesús, también es nuestro padre”.
Jesús nos reveló esta maravillosa realidad, nos presentó a Dios como padre de la humanidad. Ocurrió estando con sus discípulos.
“Un día estaba Jesús orando en cierto lugar. Al terminar su oración, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos”. Les dijo: “Cuando recen, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino.” (Lucas 11, 1-2)
Estas solas palabras lo dicen todo. A veces al rezar me quedo allí, meditando su paternidad. Me es imposible seguir. Me quedó en aquél: “padre”. Y leo estas palabras suyas, días después de su resurrección. “Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios”. (Juan 20)
Si Dios es nuestro Padre, no hay extraños en el mundo, todos somos hermanos, hijos del mismo Dios.
Ese que sufre, es mi hermano, ese que en tiempos de cuarentena no tiene comida, es mi hermano. Ese que en este aislamiento está solo y desesperado, es mi hermano. Ese que me cuesta perdonar, es mi hermano, un hijo amado de Dios, que quiere que todos nos salvemos.
De alguna manera todos estamos unidos y dependemos los unos de los otros. Por eso tus pecados, son como una piedra lanzada al agua que produce ondas expansivas y llegan lejos. Igual tus buenas obras.
En este mundo temporal, nunca sabremos cuánto podemos afectar o beneficiar a los demás. Tenemos una unión entre Dios y nosotros, que somos templos del Espíritu Santo. Y lo mejor, “en Dios vivimos, nos movemos y existimos”.
Cuando hablo de Dios me emociono. Me basta saber que Él es amor y también padre nuestro. Ser papá de 4 hijos me ayuda a entender un poquito su paternidad. Si yo, imperfecto, amo a mis hijos y estoy pendiente de sus necesidades, ¿cómo será Dios con nosotros, sus hijos, siendo benevolente, santo, eterno, misericordioso, justo, tierno y TODOPODEROSO?
Siempre recuerdo una noche de tormenta hace muchos años, cuando José Miguel mi tercer hijo estaba muy pequeño. Los rayos y truenos estremecían el cielo. De pronto lo vi llegar a mi cama, me saltó encima y lo abracé. Me miró con ternura y dijo: “No me dejes papá”. Lo abracé más fuerte para tranquilizarlo y respondí: “Nunca te dejaré”.
Cuando paso una tormenta, como ésta que vive la humanidad y tengo dudas o miedos, me acerco a Dios con la oración y la confianza de un hijo y le digo suplicante: “No me dejes Señor”.
Y me parece escucharlo en el alma cuando responde: “Nunca te dejaré”.
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