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A veces no sé qué hacer cuando enfrento las dificultades. ¿Te ha pasado? (Un bello testimonio)

Comprendiendo los orígenes de la crisis en la Iglesia

By crazystocker | Shutterstock

Claudio de Castro - publicado el 25/07/19

Transcurre la vida, te llenas de problemas y todo parece ir mal. Me ha ocurrido cientos de veces. Y he logrado salir adelante con mi pobre fe, por un motivo muy sencillo: Dios se apiadó de mí.

Muchas veces lo olvidamos: “Para Dios no hay nada imposible”. Son los momentos de la desconfianza, en que vivimos pensando que con nuestras fuerzas podremos solucionarlo todo. Y es cuando nos estrellamos.

Acabo de cumplir 62 años, me preparo para una nueva etapa en mi vida temporal. Le he pedido a Dios la gracia de la confianza, que pueda confiar en Él a pesar de todo.

Quiero agradarle en todos mis actos y no siempre lo consigo.

Me he percatado que sin Dios nada puedo. Soy un inútil. Necesito de Dios para conquistar mis metas, seguir adelante, perdonar a los que me hacen daño y amar a todos.

Apenas ayer me telefoneó la dulce ancianita con que a veces converso Se siente sola, abandonada por su familia, despreciada. Pero tiene algo que admiro, a pesar de su dolor, recuerda a Dios. Le ofrece sus sufrimientos por la conversión de los pecadores y la salvación de sus almas. “Si el sufrimiento es irremediable, le daré valor ofreciéndole todo a Dios”, me comenta.

Le encanta ir a su misa dominical y después, cuando todos se han marchado, va al pequeño oratorio donde guardan el copón con las hostias que no han sido consumidas durante la misa en un hermoso sagrario. Se queda allí por horas, en silencio, acompañando a Jesús. “No quiero que se sienta solo”, me dice.

Son sus momentos especiales, de una gran espiritualidad, los más gratos de la semana. “Me siento feliz en su compañía. Me siento amada, acompañada, abrazada, consolada”.

Me ha enseñado que a pesar de nuestro sufrimiento debemos y podemos confiar, ofrecer y amar.

En muchas ocasiones me he detenido ante un cruce de caminos, sin saber hacia dónde ir. Me detengo lleno de dificultades que no logro solucionar. Creo que a todos nos pasa alguna vez.

En esos momentos tan difíciles me sumerjo en la oración. Rezo y espero. Rezo y confío. Sé con total certeza que el buen Dios nos escucha y atiende siempre nuestras súplicas.

Esto que te cuento lo he vivido por eso me animo a compartirlo contigo.

No debes temer, confía en Dios. Él siempre nos escucha y consuela.

El Señor es mi luz y mi salvación;
¿a quién temeré?
El Señor es la fortaleza de mi vida;
¿de quién tendré temor?

¡Ánimo! ¡No tengas miedo!

……….

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