¿Por qué perdonar? No sé cuántos de vosotros os habréis hecho esta pregunta alguna vez. ¿Por qué perdonar? A la mayoría de nosotros es algo que nos han enseñado, que nuestros padres nos han transmitido desde que éramos pequeños. Es algo que hemos hecho muchas veces, pedir perdón, y que también hemos recibido, siendo perdonados. Pero… ¿por qué? Yo me lo preguntaba estos días a la luz de la tragedia que España entera ha vivido recientemente con el presunto asesinato del niño Gabriel y con unos padres que han sido un ejemplo para todos en horas tan críticas.
Dios no necesita que le pidamos perdón por nuestros pecados. Su misericordia no creo que esté condicionada por nuestra petición. Es infinita. Siempre que acudimos a Él nos perdona. Dios tampoco lleva cuenta de nuestras faltas, de nuestros pecados y de nuestras infidelidades. No nos acusa con el dedo ni nos somete a un juicio sumario en el que decidir si nos salvamos o nos condenamos. Dios sólo sabe salvar. El amor, sólo amar sabe, como diría S. Agustín. No pedimos perdón porque alguien nos obligue a ello. No pedimos perdón para salvarnos de algo o alguien. No pedimos perdón porque Dios esté esperándolo para apaciguar su enfado eterno.
Yo creo que pedimos perdón porque hacerlo nos hace mejores. Pedimos perdón para no morir ahogados, para no asfixiarnos, para no encerrar la luz que llevamos dentro y esperar a que se apague por falta de Espíritu. Pedimos perdón para volver al camino de la felicidad y de la plenitud. Pedimos perdón para ser fieles a lo que somos y responder a la llamada de un Dios que nos invita desde nuestro nacimiento a ser hijos suyos. Pedimos perdón porque no hacerlo sería, sencillamente, claudicar ante el mal que, en cada uno, busca abrirse paso para instaurar el reino de la oscuridad en nuestras vidas.
¡Claro que Dios espera que pidamos perdón! Pero no por Él… no por la Ley… no por la culpa, ni por la pena… Lo espera por amor. Lo espera porque no lleva bien ver a sus criaturas, llamadas a ser plenas y felices, arrastrándose en el fango, tristes, oscuras, siniestras, corrompidas. El perdón nos hace mejores, nos devuelve la vida que se nos fue con el pecado.
Ojalá acudamos masivamente a pedir perdón estos días. A Dios y al prójimo. Ojalá nuestros objetivos personales pasen también por no volver a caer. Ojalá no caigamos y decidamos no levantarnos. Ojalá no desconfiemos nunca, por orgullo o vergüenza, de la misericordia de nuestro Padre.
Un abrazo fraterno – @scasanovam