Cuando uno es pequeño, Judas es el malo de la película. Es así. Uno se lo imagino con cara de malo, saboreando las treinta monedas, calculando su traición como si nunca hubiera conocido, escuchado o querido a Jesús. A uno se le olvida que fue uno de los elegidos, de los llamados, de los que dejaron lo que tenían entre manos para seguir al Maestro.
Luego uno va creciendo y ve en Judas al apóstol desorientado que no supo hacer frente a su error, que no concedió al Señor la oportunidad de perdonarle, que no aguantó el peso de su culpa. Alguien tal vez confundido con la misión de Jesús, que empezó a llevar mal los tiempos oscuros, que buscaba un entendimiento con el Sanedrín, alguien político que buscaba lo mejor pero por caminos que no eran los de Cristo.
Pero aún así, cuando uno lee el Evangelio de hoy, sorprende sobremanera que Judas, que ya ha pactado con los sumos sacerdotes la entrega de Jesús, se siente con Él a la mesa y llegue incluso a preguntarle si es él el traidor que anuncia el Maestro en esa cena de Pascua. No puede haber mayor cinismo. Y lo que me viene al corazón es si esa actitud cínica la seguimos reproduciendo muchas veces los creyentes que, sentados al lado del Señor y comulgando en su mesa, le traicionamos y le vendemos antes y después del banquete.
¿Cuándo hacemos eso? «Cuando se lo hacéis a uno de estos, mis hermanos» nos respondería Jesús. Cuando miramos hacia otro lado ante los problemas que acechan al mundo. Cuando cerramos nuestro corazón a los migrantes, a los refugiados, a los empobrecidos de la tierra. Cuando pasamos de largo ante los que duermen bajo cartones, ante los que viven solos, ante los que están desorientados y perdidos. Cuando no dejamos ser niños a los niños, cuando apartamos a nuestros abuelos porque nos incomodan y nos complican, cuando alimentamos el negocio de la pornografía sin conocer los nombres de las mujeres que sufren el negocio de la prostitución y la trata. Cuando gastamos dinerales en smartphones, ipads y amazons varios, a costa de compartir con los pobres. Cuando vemos cómo nuestros vecinos pierden la casa, cuando nuestros compañeros pierden familia, cuando participamos y justificamos estructuras de bienestar, de nuestro bienestar, que oprimen a otros para sostener nuestro primer mundo.
Sí, nuestra fe también se reviste muchas veces de cinismo que todo lo justifica y que mira sin ver pecado en ningún sitio. Seguimos capaces de sentarnos al banquete, yo el primero, como si todo estuviera bien. Y seguimos capaces de mirar al Señor y preguntarle, con total descaro si somos nosotros los traidores… ¿Nosotros? ¿Unos de los suyos? ¿Cómo va a ser posible en este mundo lleno de perversos, corruptos, sinvergüenzas, perseguidores de la fe? ¿Nosotros somos los traidores?
Y el Señor vuelve a contestar: «Tú lo has dicho».
Un abrazo fraterno – @scasanovam