Enfrentar las situaciones de conflicto es piedra de toque de muchos de los liderazgos. Es imposible ser líder si sólo estamos dispuestos a vivir “a favor de corriente” y a estar a la cabeza sólo cuando los vientos soplan en la misma dirección. Lo difícil es lo contrario y es entonces cuando se pone a prueba casi todo. Cuando hablo de liderazgos hablo de aquellos que ejercemos en equipos de trabajo, lugares de misión, responsabilidades varias… pero también de coger la vida propia entre las manos y afrontarla con determinación, siendo fiel y leal a valores, creencias y apuestas vitales.
Estoy cansado de comprobar cómo muchos de los líderes que me rodean encaran con más pena que gloria las situaciones en las que se exigen movimientos complejos, decisiones eficaces y muchas veces tajantes, que afectan a personas concretas. Es entonces cuando o se esconden, o delegan o simplemente dejan pasar.
Los líderes que se esconden deciden, de manera inconsciente muchas veces, claudicar y desaparecer de escena. Son los que acaban evitando encuentros, conversaciones, llamadas… No cogen el teléfono, no aparecen en escena, nada… Los problemas se acumulan y nadie puede decir que han tomado decisiones equivocadas porque, sencillamente, no han sido accesibles para nadie que busca trasladar dificultades o exigir medidas.
Están también los líderes que delegan justamente en esto, en la resolución de conflictos. Son estos que aspiran a un cargo pero no asumen que el incremento de responsabilidades trae consigo el incremento de conflictos y que, precisamente por su cargo, cae sobre sus espaldas la toma de decisiones más difícil. Ellos aquí mandan a uno o a otro. Hacen llamar a alguien cercano. Comunican a través de…
Y luego están los que conocen los problemas, saben que los tienen que resolver, te dicen que lo ven claro pero su decisión al respecto nunca llega. Piensan que el tiempo lo soluciona todo y son capaces de favorecer que un conflicto localizado acabe afectando a una globalidad inesperada por su inacción.
Los liderazgos son demasiado importantes como para dejarlos en manos de aquellos incapaces de liderar en lo feo. Me recuerdan a ese profesor de magia en la segunda película de Harry Potter, que era todo fama, imagen y palabrería, una auténtica carga para todos aquellos que debían seguir sus indicaciones.
Lo peor es cuando manipulamos nuestra incapacidad y la disfrazamos de otras cosas. En la Iglesia eso pasa muchas veces. Y eso que Jesús fue un ejemplo de líder, que rompió esquemas, denunció, señaló, cambió, cuidó, se encontró con todos, escuchó, habló… y murió fiel a su misión y a los principios que le llevaron ahí. Si se hubiera quedado en Galilea, disfrutando de los fuegos de artificio del éxito… otro gallo nos hubiera cantado a todos.
Un abrazo fraterno – @scasanovam