A veces pienso que seguimos siendo muy torpes en esto de evangelizar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Torpes suena, incluso, a algo circunstancial, a haber tenido un mal día, a haberlo intentado y haberla pifiado sin querer… Algunos son más que eso. No son torpes sino que están convencidos de estar haciendo lo correcto. Y el tema de S, Valentín, 14 de febrero, día de los enamorados, es un claro ejemplo. ¿Por qué conectar con algo tan humano y divino como el amor si podemos dedicarnos a proclamar cuán desviados van muchos, que no se enteran de qué es querer de verdad, y arrojan su vida al infierno por celebrarlo?
No entiendo este ser cristiano que se sitúa fuera del mundo que le toca vivir y que mira todo, y a todos, desde una esfera exterior y celestial, estando por encima del bien y del mal, que le permite, además, enjuiciar, despreciar y destruir; tres verbos muy de Jesús de Nazaret por cierto… ¡Ay de aquellos que siguen proclamando la Verdad a base de dar golpes, latigazos y zascas a su prójimo más inmediato!
A mí me parece que siempre es bueno celebrar el amor. Mejor celebrar el amor que celebrar otras cosas. Y más fácil es hablar de Evangelio cuando el corazón está sintonizado. “Ya, pero el Evangelio habla de un amor más alto, más sublime, más verdadero… y no de este amor de algunos que sólo es sexo, fugacidad, ligereza…” me dirán algunos. Pero aquí estamos para acompañar y proponer y mostrar. No para juzgar, destrozar o crucificar. No creo que ganemos nada diciéndole a la gente lo falso y pobre que es su amor y situándonos como a otro nivel, un nivel de perfección que parece inalcanzable. Y no sólo no ganamos nada sino que cuando los demás nos miran… se quedan estupefactos al comprobar lo pobre que es también nuestro amor muchas veces. Y debemos de ser cuidadosos no vaya a ser que, aún encima nos saquen los colores…
Menos lecciones y más testimonio de verdad. Menos fórmulas sobre el amor, menos definiciones, ideas, recetas, consejos y mandamientos… y más realidad, más esperanza, más humanidad y más testimonio. No se trata de hablar del amor, de la pareja, del matrimonio, de los hijos, de la familia… Se trata de que hablemos de nuestro amor, de nuestra pareja, de nuestros matrimonio, de nuestros hijos, de nuestra familia… Menos pudor y más coraje para compartir nuestras alegrías y nuestros fracasos, nuestra verdad y nuestra lucha, nuestras batallas ganadas y las perdidas, los días buenos y los días malos, lo bonito y lo feo de amar a otro, lo difícil y lo pobre que se siente uno intentándolo… Tal vez así nos acerquemos a los demás, no por ser mejores que ellos sino por decirles que somos ellos pero que confiamos en la fuerza del Señor para sostener nuestras fragilidades. No hay mucho más.
Menos soldados y más testigos. Menos defensores a ultranza, pero celosos de sí, y más profetas dispuestos a abrir las ventanas de sus vidas.
Un abrazo fraterno – @scasanovam